Читать книгу La niña más bonita de Alella - Lovelance - Страница 8
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Los fines de semana Ímogen quedaba con un grupo de amigos cuyos componentes variaban dependiendo de la cantidad de exámenes a preparar, los posibles castigos paternos, la oscilante amistad a estas edades… De todos los compañeros, había una niña que se había convertido en constante e imprescindible para ella, Clara Vázquez, su amiga del alma. Al no ser repetidora, era un año menor que Ímogen, aunque parecía incluso más pequeña por su cuerpo infantil debido a que aún no había hecho el cambio. Le faltaban la estatura y el peso que llegarían más entrada la adolescencia. Sin llegar a ser rubia, tenía el pelo castaño muy claro, los ojos azules y, en general, unos rasgos agraciados.
Clara vivía un poco más arriba, en la calle Telia, así que eran amigas, vecinas y también compañeras de clase. Todo eso. Cada día caminaban juntas al instituto, se sentaban en el mismo pupitre, excepto cuando la armaban, momento en el que el profesor de turno se veía obligado a separarlas; los sábados y domingos paseaban por las viñas o por el centro de Alella, se acercaban al puerto de Masnou para sesiones de fotos, o pasaban la tarde escuchando trap, reguetón o hip hop la una en casa de la otra. Lo único que sus padres no les permitían hacer juntas era los deberes, algo tan frecuente entre compañeros, pero es que entonces ninguna de las dos trabajaba lo más mínimo. Si bien Clara era más aplicada que Ímogen, cuando se reunían preferían tratar asuntos mucho más trascendentales que las capitales europeas o las rimas de Bécquer como, por ejemplo, los chicos del instituto. De esto mismo estaban hablando una tarde en el jardín de Ímogen, ésta sentada en un banco de piedra y Clara en pie frente a ella.
—No me digas que no está buenísimo —dijo Ímogen acerca de Marc, un compañero de clase alto, moreno y de ojos oscuros. De hecho, el único que presentaba más altura que ella y que tenía su misma edad pues también era repetidor.
—Psss, es guapo pero demasiado grandote para mí. Prefiero a su amigo Gerard —contestó Clara, risueña.
—¿Te imaginas que nos los ligásemos? Ellos dos son inseparables…
—Y tú y yo también…
Con la punta de la bamba, Clara trazaba un bonito corazón en la tierra.
—Saldríamos los cuatro juntos…
—¡Sería fantástico!
—Pero muy difícil. Hay que ser realista —afirmó Ímogen.
—Ya… Si es complicado que le gustes al que te gusta, imagínate por duplicado.
De todas formas, los cuatro iban a la misma clase; y ellas, aun sin ser descaradas o provocativas, tenían mil y una armas de mujer para llamar la atención de los dos chavales. Así parloteaban desenfadadamente cuando oyeron una puerta que se cerraba. Era Ricard, el ingeniero. Vestía unos Levi´s negros y una camisa informal de cuadros en tonos grises y blancos.
—¡Hola, guapetonas! —les sonrió cordial con un guiño.
—Hola —contestaron las dos al unísono.
Cargando su mochila del gimnasio al hombro, el vecino se dirigió a su coche; al abrir la puerta para meter la bolsa en el asiento trasero, fijó la vista en Clara unos segundos, por encima del techo del Ford. Un tanto avergonzada por su propia timidez y por el orgullo que suponía recibir la atención de un chico mucho mayor, a Clara se le escapó una sonrisa que, por supuesto, Ricard percibió. Cuando arrancó el motor y desapareció calle abajo, las dos amigas se miraron.
—¿Y ése? ¿Es el profe de ciencias? —preguntó Clara, ligeramente sonrojada.
—Sí. ¿No le conocías?
—No, no había coincidido nunca con él.
—Pues yo no me fiaría mucho…
—¿Por? Ha ayudado a bastante gente del insti.
—Ya lo sé… Sólo es una figuración mía. Es muy mayor… y demasiado amable.
—A mí eso no me desagrada —confesó Clara, ingenua como la niña que era.
—Clara, no seas idiota. Tiene casi treinta años.
—Sí, bueno, sólo digo que es guapo —se excusó, sintiéndose ridícula de repente.
Acaloradas de estar tanto rato al sol, tras esta conversación decidieron subir a la habitación de Ímogen a escuchar música y a grabarse en vídeo mientras bailaban. Pero Clara, inocente y coqueta, no se quitaba de la cabeza la intensa mirada que Ricard le había dedicado.