Читать книгу El poder sanador del caos - Lucas Casanova - Страница 28
ОглавлениеRESONADOR
28 DE SEPTIEMBRE DE 2017, 8 A.M.
MILAN ME MANDA un mensaje y me cuenta que hubo una cancelación de último momento y que no era necesario esperar hasta el 22 de octubre para hacerme el estudio. Así que me visto rápido y voy hasta el centro de imágenes, a unos dos kilómetros de casa. No nos conocemos mucho todavía, pero Milan ya me cae mejor que mi médica.
Compro un chai camino al laboratorio y llego de buen humor, recordando lo que aprendí cuando estudié cuidados paliativos.
Esta es la primera resonancia que me hago en la vida, la primera vez que me meten en el túnel, la primera vez que soy yo de ese lado del vidrio en vez de estar del otro lado ayudando a calmar y a respirar a alguien: la primera vez que soy paciente. Quiero pedirle perdón a todas las personas que preparé para hacerse estos estudios. Ahora siento que fui terriblemente insensible, que minimicé los efectos de una situación que para muchos puede ser aterradora.
Estar dentro de ese tubo blanco, de apenas setenta centímetros de diámetro, con esos sonidos mecánicos que parecen sierras, hachas y topadoras que uno no puede ver, y viviéndolo todo como si estuvieras dentro de un tubo de pasta dentífrica. Esas sensaciones de aislamiento y ruido me remitieron enseguida a la imagen de estar enterrado vivo dentro de un ataúd en una obra en construcción.
A los quince minutos de sonidos ensordecedores, con el cuerpo entumecido por intentar permanecer inmóvil, el técnico me saca de la máquina con el control remoto. Me dice por el altavoz que me tiene que inyectar líquido de contraste para poder obtener las imágenes que había pedido mi médico, y me pide disculpas por no haberme avisado antes. Después de colocarme la vía y volver a su ventana de cristal, me vuelve a hablar por el intercomunicador para decirme que ahora tengo que estar dentro del tubo quince minutos más… Y que como tiene que tomar imágenes de mi cuello tiene que meterme todavía más adentro en el tubo.
Estos quince minutos se hicieron más largos, el gadolinio me causó una sensación de frío que se extendió desde el punto de la inyección con la cánula plástica hasta mi pecho. La música funcional que sonaba en la sala parecía salir de una radio vieja detenida en el tiempo. Resuena todavía en mi cabeza Black Velvet de Alannah Myles, y cada vez que pienso en esa resonancia vuelve inmediatamente esa canción y se me eriza la piel. No sólo por estar allí dentro, la primera vez en mi vida, sino por lo que vendría después.
Empiezo a contar hacia atrás desde el sesenta al uno, unas diez veces con los dedos, mientras repito los mismos mantras que hacía con mi mala: los mantras a Ganesha para la destrucción de los obstáculos. Finalmente, los sonidos se callaron y vuelvo a salir al exterior. No conozco que un resonador haya matado nunca a nadie, pero claramente es la prueba de fuego para aquellos que dicen que no tienen claustrofobia.
El técnico se acerca con una sonrisa, me mira a los ojos, se asegura que podía pararme y volver a vestirme con mi ropa de abrigo y me abre gentilmente la puerta a la sala de espera. Tanta amabilidad repentina debió haberme llamado la atención.