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NEGOCIANDO MI PAZ

1 DE OCTUBRE DE 2017, DESPUÉS DEL CONTROL EN ULLEVAAL


ACABAMOS DE VOLVER DEL HOSPITAL. Hoy no estaba Brigitte, conocí a Leif-Andreas, un neurólogo en sus treinta, más noruego que un fiordo. Me preparó un sobre con una nueva dosis de dexametasona para las próximas veinticuatro horas, me controló nuevamente los reflejos, y la fuerza en mi brazo y pierna izquierdos.

No estoy en paz con lo que es. No puedo aceptar lo que está pasando. Me sale negarlo, me sale pensar que es la vida de otro, que esto no puede estar pasándome a mí. Y después, inspiro profundo y me doy cuenta de que esa sensación de irrealidad que tengo es lo que siempre sucede cuando uno recibe un diagnóstico de semejantes características. Lo sé, lo veo en cada consulta, lo primero que surge es negarlo. Yo creía que mi reacción, llegado el caso, iba a ser diferente. Sentimos que esto le puede pasar a otro, pero claro, nunca a nosotros. Todo lo que hice para cuidarme aparentemente no sirvió de nada. ¿Cómo no se puede prevenir algo así? No entiendo.

Lo primero que se me ocurre es: si mi vida terminase hoy, ¿hice todo lo que hubiese querido hacer? Es la segunda vez en menos de un mes que me hago la misma pregunta, como en el suelo del baño en Londres.

No lo sé. Por ejemplo, nunca escribí aquel libro que quería escribir. Desde hace años que tomo notas en el teléfono, y anoto lo que puedo en mis cuadernos. Si no consigo terminarlo, quizá alguien pueda hacer uso de esas notas y cuente esta historia. Muchas cosas empezadas y casi todas a medio terminar… Tengo que dejar de torturarme por lo que no fue, no sé si se puede hacer algo más.

Creo que el proceso de estar en paz con lo que hay, es dejar de pelearse en la cabeza con lo que el corazón ya sabe. Llevo mucho tiempo ignorando mis síntomas y suponiendo que son simplemente “la mediana edad”. Yo, que llevo un estilo de vida tan saludable, al punto de que la gente nunca sabe con certeza cuántos años tengo, porque hago cosas que no pertenecen a alguien que promedia los cuarenta… Sí, yo tengo un tumor cerebral.

No deja de asombrarme cómo pude vivir con semejante pelota en la cabeza. Si pienso en cuándo fueron los primeros síntomas y pienso en el ashram, allá a lo lejos: esos dolores de cabeza, en la pérdida de la visión nocturna, en los problemas de coordinación que achaqué a mi torpeza, en los mareos…

Yo, que tengo todas estas herramientas para poder aceptar, que ayudo a otras personas a aceptar las cosas más terribles que tienen que enfrentar en la vida, me toca ponerme en el lugar del otro y ver qué le diría hoy a alguien que está pasando por lo mismo.

Lo que le diría es: “cuando todo se derrumba, te queda solamente aquello que hayas cultivado”, y si eso es cierto, y si lo que enseño sirve de algo, entonces estaré a salvo.

Tengo que dejar la culpa y la vergüenza y empezar a sentir que nadie es omnipotente y que el caos claramente no puede prevenirse, que mi cuerpo está a punto de descomponerse y de rendirse. Y que mi cerebro podría haber reventado en cualquier momento.

Aquí estoy.

Entonces el camino es hacia adelante. No hay otra opción. No podría haber sucedido otra cosa. Y tuve la suerte de darme cuenta antes de haber tenido un episodio peor que el que tuve en Londres, hace solamente dos semanas. Tengo que aceptar, dejar de pelearme con la realidad. Y pasar a la acción desde donde puedo, que es abrazando a este Lucas que tiene miedo, a este Lucas que no sabe qué es lo que va a suceder. Sigue pareciéndome irreal cuando digo esto. Trato de cerrar los ojos e imaginarme abrazándome a mí mismo, tratando de contenerme en esta situación. Andreas me acompaña como puede y hablo con mis amigos, pero soy yo el que suele contener a los otros. Es todo muy raro. Nadie sabe cómo ayudarme, porque yo tampoco nunca he dejado que la gente me ayude. Creo que esa es la primera acción que me toca tomar: desarmar la armadura y empezar a ser un poco más vulnerable en este presente.

Sí, ese es el primer paso para estar en paz: hay que abrir el corazón, porque en este momento todo me desborda. Abrir el corazón. A esto, como es aquí y ahora. Dejo aquí y me siento a meditar en el auto-amor, maitri. Me está haciendo mucha falta.

El poder sanador del caos

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