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TELA DE ARAÑA

18 DE SEPTIEMBRE DE 2009


EN MIS ÚLTIMOS AÑOS en Madrid, mientras estudiaba psicología transpersonal, muchos de mis compañeros coqueteaban a escondidas con las investigaciones de Christian Flèche y Ryke Geerd Hamer sobre la relación entre las emociones y las enfermedades. De hecho, el libro de Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke llamado La enfermedad como camino, publicado unos años antes, era compartido por debajo de los pupitres y a espaldas de nuestros profesores. Todo lo compartido en esos trabajos tenía olor a revolución y a solución definitiva: se podía controlar la causa de toda enfermedad.

Así terminé en Barcelona acompañando a Maribel, una compañera de estudios, a un curso de fin de semana, dictado por un naturópata que disertaba sobre una técnica novedosa: analizando tus “emociones no resueltas”, podías sanar síntomas físicos sin importar la severidad de los mismos. Desde gente con cánceres terminales hasta problemas mentales parecían haber sanado de forma casi milagrosa siguiendo los protocolos que enseñaba este naturópata.

Nos tomamos un tren en Atocha y al llegar a la ciudad callejeamos por el Barri Gotic hasta este centro de salud holístico.

En esa oportunidad, tenía como invitado a un enfermero francés que llegó a dibujar un mapa completo de qué órgano enfermaba con qué emoción. Todo empezó como un viaje fascinante a la relación de la mente con el cuerpo y cómo hormonas y neurotransmisores modificaban comportamientos orgánicos, y sobre susceptibilidades a desarrollar diferentes patologías. En un punto, todo se torció. El curso terminó en una revolución con la mitad de los asistentes abandonando la sala, conmigo incluido. La tormenta se desató cuando el catalán que daba el curso terminó afirmando que una víctima de un accidente de tráfico, presente en la sala, se había causado a sí misma ese padecimiento para autocastigarse. Sí, “había chocado y perdido la vista de un ojo para asegurarse de no ver aquello que la avergonzaba”. Lo dijo con una certeza aplastante, y mientras la discusión transcurría, el grupo se dividió en dos: los que no podían creer lo que estaban escuchando y los que estaban maravillados por la relación causa-efecto, para ellos ahora evidente. Mientras yo guardaba mis apuntes y me ponía el abrigo, lo escuchaba decir: “Hay gente que no está lista para sanar porque no quiere hacer lo que tiene que hacer. Enferma el que quiere”.

Camino a Sants, la estación de la que salían los trenes de regreso, no dejaba de darle vueltas en mi cabeza al límite entre la ciencia que conocía y lo que acababa de escuchar. Aunque me consta y he estudiado la relación entre lo que pensamos, lo que sentimos y nuestra salud, la sobresimplificación de la relación que existe entre estas categorías es peligrosa. Entiendo que alguien pueda chocar porque está distraído por sus preocupaciones, pero ¿puede realmente llegar al punto de querer perder un ojo por ello?, ¿somos seres tan cargados de simbolismo que causamos la pérdida de un ojo para no “ver” algo? Todo esto me hacía acordar a los escritos de Freud y su libro La interpretación de los sueños. ¿Existe un diccionario tan preciso sobre el padecimiento humano? Me tomó unos diez minutos darme cuenta de que Maribel estaba entre las que se habían quedado a escuchar el resto de la disertación.

Hoy tengo la misma reacción física que entonces. Un vacío en la boca del estómago, como si me estuviera asomando a un precipicio y tuviese miedo de caer al vacío. ¿Y si soy yo el que no quiere ver en este momento? ¿Si es mi cuerpo con la voz de un síntoma hablando sobre un conflicto que tengo que atender?

La PNEI (6) estudia la correlación que existe entre esta compleja red que nosotros somos, y de muchas maneras me recuerda al budismo con su idea de que todo está atado entre sí, que una cosa es causada por muchas otras. Vivimos en una compleja tela de araña con conexiones que aún no comprendemos. Eso me resulta más orgánico, pero quizá soy yo que “condicionado por la ciencia obsoleta”, como decía el naturópata que dictaba aquel curso, “me resisto a ver”.

¿Y si fuera todo mucho más simple?, ¿qué pasaría si hubiese una causa emocional por la que yo me hubiese hecho este tumor como aquella mujer “hizo” ese choque? ¿Puedo hacer algo para detener este proceso que huele a autodestrucción?

6. PNEI es el acrónimo de psiconeuroendocrinoinmunología, una ciencia médica mixta que explica la correlación que existe entre lo que sentimos, lo que pensamos, nuestro sistema nervioso, el endocrino y la respuesta inmune. Esta disciplina ha conseguido explicar, basada en evidencia medible, cómo predisponemos el cuerpo hacia la salud o la enfermedad, por qué algunos padecimientos aparecen en algunas zonas del cuerpo y no en otras, pero aún es un terreno fascinante por explorar. Nada de lo que Flèche, Hamer o Dahlke investigaron forma parte de los descubrimientos de la PNEI, es importante mencionarlo.

El poder sanador del caos

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