Читать книгу El poder sanador del caos - Lucas Casanova - Страница 41
ОглавлениеMARIBEL
1 DE OCTUBRE DE 2017, TRES HORAS MÁS TARDE
“HOLA, perdón por contactarte así de la nada. Me acaban de diagnosticar un tumor cerebral”, le escribí en un mensaje directo por Facebook. Ella es la que se había quedado en el curso aquella tarde en Barcelona y hoy es, además, biodescodificadora transgeneracional. En su trabajo indaga sobre las causas emocionales de las enfermedades y los traumas que se pasan de generación en generación dentro de las familias. Me contestó a los pocos minutos, pidiéndome mi número de teléfono para llamarme por WhatsApp.
La conversación no fue sencilla. A lo largo de los años seguimos en contacto, terminamos juntos la carrera, pero ese fin de semana fue el principio de dos rutas bien diferentes para los dos. Yo soy el de la evidencia pura y dura, y ella la de los actos de fe. Yo soy budista, casi existencialista, y ella le reza al arcángel Miguel todas las noches. Nos tratamos con mucho respeto, y a la vez se nos hace muy difícil entendernos el uno al otro. Hablamos el mismo idioma, aunque con un lenguaje completamente distinto.
Me pregunta si estoy listo para ver lo que causó a este tumor, si estoy preparado para soltar la constante negación que vengo alimentando a lo largo de toda mi vida, si estoy dispuesto a “ver”. Le digo que sí, y en el momento en que esa palabra sale de mi boca, por primera vez desde el día del diagnóstico, se me cae una lágrima. Y a continuación se desata una catarata que no pude detener, mezclada con hipo y mocos. En un momento se hizo tan intensa que dejé el teléfono sobre mi regazo y me tapé la cara con las manos para intentar contener ese desborde. Después de un par de minutos y de limpiarme con las mangas de mi suéter, le dije a Maribel que seguía ahí esperando amorosamente, que estaba listo.
Ella me pide datos sobre la localización y lo que sé de mi tumor. Me dice que hay un par de protocolos a seguir, actos simbólicos, rituales de “psicomagia”,(7) que ella sabe que ayudan a reducir los síntomas. Le pido que me explique qué es lo que vamos a hacer. Y me dice que consiste en mezclar, como si se tratara de una ceremonia chamánica, actuar algunas cosas, caminar sobre unos papeles escritos con frases clave, y algunas visualizaciones. Maribel me asegura que si tuviese tiempo para hacer una cuarentena de desconexión total, siguiendo las instrucciones que me iba a dar, entonces sería muy probable que la cirugía ya no fuese necesaria.
Aunque una parte de mí siente gran alivio al escuchar eso, otra se pone en alerta. Ella me pide que confíe, y que me deje guiar. Yo estoy agotado, y mi mente me exige certezas. Lo único que sé es que la cirugía será en algún momento en los próximos días, y el resto es un salto hacia lo desconocido. Si hablamos de meternos en lo inexplorado, el resto de nuestra conversación bordea entre la medicina, la fe, la cultura popular y la intención desgarradora de hacer sentido de todo esto.
Maribel me hace una serie de preguntas sobre mi familia y me cuenta, según el diccionario de síntomas de la biodescodificación, el origen de un tumor cerebral de estas características. Dice que esta “meningitis”, la inflamación de las capas que cubren al cerebro, causó el meningioma; que el tumor es en definitiva una expresión aún mayor de esa inflamación. Me cuenta que la emoción más asociada a esta dolencia es la ira y que yo seguramente la siento de manera intensa por algún agravio intelectual o físico que sufrí en el pasado. Muy probablemente fue algo que me afectó de forma reiterada y sistemática. Mi cabeza hizo y hace muchos esfuerzos intelectuales para comprender la situación y simbólicamente “echa humo”. Viví, según ella, constantemente intentando demostrar mi valía e inteligencia, dando explicaciones exageradas sobre las decisiones que tomé. Termina afirmando que “el tumor es una consecuencia física de pensar demasiado”.
Se me cruzan por la mente decenas de imágenes de bullying escolar en mi infancia, la cantidad de veces que estuve en situación de no sentirme comprendido, el acoso y los golpes con los que crecí; hasta que me convertí en alguien a quien la gente le tuviese respeto o miedo. Por otra parte, no sé qué creer al respecto, ¿quién no siente que reflexiona demasiado?, ¿quién no tiene dificultades para expresar el enojo?, ¿toda la gente que vive lo que yo viví tiene un tumor cerebral?... Suspiré profundamente...
A mi excompañera de estudios no le gustó mucho mi reacción, porque con un tono seco y tajante me dijo: “Quizá no estés listo para sanarte, y debas pasar por esto para aprender a cuestionar todo menos”. Le dije que no quería perderme la oportunidad de sanar, que quería escuchar lo que tenía para decirme, que había recurrido a ella para encontrar una respuesta a este momento tan difícil para mí.
Le pregunté qué pensaba de las causas que la neurooncología da para los meningiomas, y me respondió que “no se enferma el que puede sino el que quiere”. “¿De verdad consideras Maribel que esto me lo causé yo mismo?”, le dije con una sensación de incredulidad que nacía del peso de todas esas emociones no resueltas del pasado. Ahora fue ella la que suspiró del otro lado y me contestó: “Duele verlo así, la gente no lo hace con la intención de causarse daño sino de iluminar una parte de su ser que está en la sombra”. Y agregó que quizá haya sido algo originado por generaciones anteriores de mi familia y encarnado en mí, que quizá yo “estaba queriendo proteger la cabeza de familia” a través de este deseo de control.
Entiendo que ella intentó darme todas las herramientas que había aprendido, estaba muy entusiasmada con que hubiese decidido buscarla para trabajar esto. Le pedí disculpas y, con algunas bromas mediante, hicimos juntos el protocolo necesario para descodificar el tumor y prepararme para la cirugía que, según ella, al no tener tiempo para hacer mi proceso, sería inevitable.
Reconozco que pararme sobre esos papeles, escritos con mensajes poderosos de permisos e independencia, el hecho de decir en voz alta que me escuchaba y que permitía que esto pasara a través de mí, me resultó liberador. Sí, sentí alivio emocional al poder poner en perspectiva mi travesía hacia la operación, y mi cerebro enseguida agradeció el hecho de ponerle una causa probable a esto. Esa hambre voraz de certezas parecía estar calmándose.
Decidí no compartir esto en el blog de momento, porque las líneas entre la ciencia y la creencia me resultan muy difusas y me asusta la idea de que a alguien se le ocurra no tratarse clínicamente después de hacer una sesión como la que acabo de tener con Maribel. A veces, cuando las respuestas se acaban, el pensamiento mágico viene a rellenar huecos para calmar el hambre de razones, aunque sean tan terribles como estar atentando contra la propia vida.
Andreas golpea amorosamente la puerta de mi oficina y cuando abro tiene una bandeja con sopa de miso y un plato lleno de arrollados de verdura. Me despido de Maribel que me dice que quizá haya llegado el momento para mí de “pensar menos y poner menos distancias”.
7. La psicomagia es una técnica terapéutica, creada por Alejandro Jodorowsky, que conjuga los ritos de los chamanes con el teatro y el psicoanálisis, para provocar en el paciente una catarsis.