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EFECTOS COLATERALES

1 DE OCTUBRE DE 2017, SIGO DÁNDOLE VUELTAS A TODO


EL NEURÓLOGO con el que hablé ayer me explicó que, aunque es una operación riesgosa, mucho más peligroso sería no hacer nada. Los corticoides son una solución pasajera, y los médicos quieren que ayude a desinflamar todo lo posible. Me preguntó si estaba de acuerdo con proceder con la cirugía y le contesté que sí, que quería saber todo lo que podía salir mal.

La lista de los efectos colaterales es larguísima y muy dura de escuchar. Ahora me toca a mí recibir la noticia, en vez de estar del otro lado conteniendo al que tiene que saber que de esta cirugía puede salir sin ver de un ojo, ver doble, con parte de la cara paralizada, con problemas de audición, de habla o sin poder caminar. Lo mínimo es el riesgo de muerte durante la cirugía… luego podían seguir infecciones, hemorragias y hasta accidentes cerebrovasculares.

Me explicó que la prioridad estaba en retirar todo lo posible del tumor; no obstante eso, la ubicación del tumor era un factor que podía complicar la extracción total. No sé por qué no me lo esperaba. Me costó escuchar que tendría que controlarme varias veces al año, que el tumor podía volver si no conseguían sacarlo entero. Y que no lo sacarían completo si eso afectaba de algún modo mi calidad de vida. Y que además podía no ser posible si estaba adherido a una vena importante del cerebro; por la posición parecía que así iba a ser. Yo asentía mientras escuchaba y lo único que quería era que la entrevista se terminara lo más rápidamente posible para poder respirar.

En mi mente, un meningioma era un tumor no invasivo, que crecía presionando al cerebro, pero no dentro de él. Leif-Andreas me decía que la posición y tamaño del mío era como si un tumor benigno se comportase de forma maligna.

Andreas fue preguntándole al neurólogo si teníamos que quedarnos mucho más en el hospital, porque podía sentir como mis manos se humedecían y le estaba clavando mis dedos de lo fuerte que sostenía las suyas.

Al salir al parque que está enfrente del Ullevaal, nos sentamos en un banco de madera y no nos dijimos nada durante varios minutos. Estábamos los dos mirando pasar los buses y la gente que entraba por la guardia. Me puso una mano en el hombro; yo lo miré a los ojos: “No importa, la voy a hacer igual. No importa lo que pase”. Me dio un beso en la frente y nos fuimos caminando bajo la lluvia.

El poder sanador del caos

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