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Cine e industria

La fórmula Nieto Roa


Una muestra informativa del cine colombiano en los últimos cinco años es útil para aquilatar conceptos y para juzgar qué ha sido lo permanente en una evolución tan retorcida y difícil. Como complemento de las películas se ha invitado a hablar a personas implicadas directamente en el cine colombiano, realizadores, administradores de fondos de promoción, productores, etc. Gustavo Nieto Roa hace cine colombiano y alguna vez ha ganado dinero con sus películas, para envidia o admiración de todos los metidos en esta industria y/o arte, incierta e impredecible. Nieto Roa tiene ya una nutrida filmografía en el mítico campo del largometraje y, por tanto, tiene credenciales para ser invitado a participar en un foro de esta naturaleza. El talento Nieto Roa consiste en lograr que muchas personas vayan a ver sus películas, algo que puede o no seguir sucediendo, de acuerdo con su propia declaración, la más honesta y personal de su conferencia: “El día en que una película mía fracase, temo que ya no habrá cómo hacer la siguiente”. Si todo lo que dijo Nieto Roa hubiera tenido este tono, si hubiera dicho abiertamente que hace cine para ganar dinero y que sus productos están destinados a un consumo fácil y sin problemas, sin duda me hubiera sido mucho más simpático. En todas partes hay cine de esta clase y él tiene la libertad de hacerlo así, como uno tiene la de no ir a verlo.

Pero Nieto Roa, en cambio, hizo un discurso filosófico en el que afirmaba que su fórmula, la que él llama “cine comercial”, es, simplemente, la de cine colombiano y que todas las demás son imitaciones de Bergman, completamente inadecuadas a nuestro medio. Para él Colombia connection es una película “de mensaje” sobre el problema de la droga, una crítica acerba al imperialismo y a los gringos. En su opinión El taxista millonario es un serio estudio sobre la clase media y Amor ciego un análisis a fondo de los sentimientos de la burguesía. Nieto Roa dice que el cine colombiano (el suyo) se encuentra en el momento en que se encontraban los cines americano y soviético en los años veinte. Según él la gente ve en Colombia casi con exclusividad cine norteamericano, no porque los monopolios internacionales de distribución se lo impongan, sino por su propio gusto, que rechaza productos de otros países.

Una vez más nos encontramos aquí con la confusión a que lleva el término “comercial”. Que una película sea “comercial” o no lo dicta solo el hecho de que produzca o no dinero, que tenga o no amplia aceptación. El nacimiento de una nación, El acorazado Potemkin, Susan y Ana o La luna pueden ser llamadas películas comerciales porque rinden muy bien económicamente. Mamagay o El candidato no serían entonces cine comercial por haber sido un fracaso de taquilla. Y el cine cubano, que entre nosotros llena hasta reventar cualquier función de cineclub, ¿es entonces, o no, comercial? ¿Y si la próxima película de Nieto Roa llegara a convertirse en fracaso, dejaría su realizador de ser un cineasta “comercial”? El cine Nieto Roa, independientemente de que se lo alabe o denigre, no es cine “comercial” o “no comercial” sino, simplemente, cine de consumo, destinado al uso rápido y a desaparecer después para siempre. No es un juicio moral sino un hecho constatable. Lo que distingue a una obra de arte es su permanencia, su capacidad de seguir diciendo algo y esta permanencia no está ligada ni a un género ni a un estilo particular. En el mismo Hollywood, a veces incluso en la misma calle y en el mismo estudio, una película de Mickey Rooney divertía, se consumía y se olvidaba, mientras que una de Lubitsch o una de Chaplin quedaban como obras de arte. Los actores y las técnicas pueden ser los mismos, pero el genio depende de otras cosas.

El cine colombiano no depende, pues, de una “fórmula Nieto Roa” y, ni siquiera, de la existencia de una industria cinematográfica. En la industria cinematográfica más grande del mundo, la de la India, se producen anualmente de 500 a 600 largometrajes. De ellos por lo menos 595 son completa y absoluta basura. Ciertamente que hay un cine genial que viene de la India: el de Satyajit Ray, el de Shyam Benegal, el de Mrinal Sen. Pero, cabalmente, esta gente es excepción dentro de esa industria o está fuera de ella. Que en Colombia llegue a establecerse una industria cinematográfica que haga películas al estilo de las de Nieto Roa no me interesa para nada. En Senegal no hay industria cinematográfica pero sí hay varios directores de cine de fama mundial, uno de ellos un verdadero genio. En Bolivia se ha hecho cine más importante que en Colombia, con muchos menos medios. Hay cine digno de ser tomado en cuenta en países como Malí, Benín y Sri Lanka y en Filipinas hay un director, Lino Brocka, cuyas películas, realizadas con medios exiguos, revelan el talento de un gran director.

¿A qué viene, pues, esta especulación con el público, este desprecio por el mismo disfrazado de condescendencia? Lo malo no es que Nieto Roa haga las películas que quiera y que la gente vaya luego a verlas. Lo malo es que, el día en que alguien realice una película digna y honesta, una película que sí refleje la realidad colombiana, es probable que los exhibidores se nieguen a programarla porque no se parece a las de Nieto Roa, porque no se adecúa a la fórmula preestablecida. Y se establecerán cánones equivalentes a la censura, que excluirán sistemáticamente todo lo que no sea consumo alienante, como ahora se excluyen de la exhibición el cine cubano y el de Senegal, el de Grecia y el español, el de Australia y el de la Unión Soviética, el de todos los que no se plieguen al monopolio norteamericano de distribución, ese monopolio que nos trae el Casanova de Fellini doblado al inglés bajo el título de Fellini’s Casanova. Las personas que van a ver las películas de Nieto Roa lo hacen, en el fondo, por una razón muy digna y honesta: porque quieren reconocerse y están hartas de ser espectadoras de otras realidades y nunca lo han sido de la propia. Y van a buscarse en este cine porque es el único y van a verse aunque sea de un modo tan distorsionado y estúpido. Pero esto no es mérito suyo, señor director.

El Colombiano, 13 de agosto de 1980

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