Читать книгу Páginas de cine - Luis Alberto Álvarez - Страница 19
ОглавлениеVíctor Gaviria
Un autor
Haber visto con dos días de diferencia Los habitantes de la noche y La vieja guardia me lleva a una afirmación que no está hecha a la ligera: Víctor Gaviria es el realizador más importante del cine colombiano y, hasta hoy, el único verdadero autor que haya surgido entre nosotros.
Primero vamos a lo segundo: Gaviria es un autor porque en todo el cine que ha realizado hasta el momento, desde aquel primer intento en Super-8, inepto técnicamente pero lleno de poesía que se llamó Buscando tréboles, pasando por sus cortos en 35 milímetros y sus videos en los que o documenta o pone en escena, hasta estos dos mediometrajes admirables, hay una mirada coherente y absolutamente reconocible, un ritmo, un estilo, una marca, que son suyos y de nadie más. Para él el cine no es un oficio ni una profesión sino un instrumento de expresión del mismo mundo que cuenta en sus poemas y en su prosa. Es un amateur en el mejor de los sentidos. Ahora bien: es posible que este “amateurismo” pueda llevar a falsas conclusiones. Si bien es cierto que Víctor no ha estudiado cine en ninguna escuela ni trabajado en ninguna industria o medio, las dos últimas películas contradicen a quien pretenda desacreditar su cine diciendo que es poético y bello pero técnicamente defectuoso. Es decir, si la sensibilidad y el talento existían desde el principio, Víctor Gaviria obtuvo en pocos años la capacitación técnica y el dominio del medio necesarios para que sus narraciones cinematográficas sean algo más que aproximaciones sensibles a un tema.
Los habitantes de la noche tiene un argumento tenue y es, ante todo, una creación atmosférica, un acercamiento a nuestra ciudad nocturna. El marco es el conocido programa de radio que le da a la película su nombre y que es el genio de compañía de miles de personas que pasan la noche sin dormir en Medellín, sea por profesión, por enfermedad o por una serie de incidentes variados. Gaviria hace una película de montaje paralelo con una banda sonora de inteligentes contrapuntos, en la que nos cuenta la historia de un adolescente internado en el pabellón psiquiátrico del hospital y de su barra de amigos nocturnos, que planean y ejecutan la idea de llegar hasta él. La cinta transcurre de noche, por supuesto, y su narrativa es ya cómica, ya romántica, ya deprimente y amenazadora. En Los habitantes de la noche aparece en pleno ese mundo gaviriano de los últimos días de la infancia, del doloroso paso a la adultez en un mundo indiferente y despiadado. Un resto de solidaridad es lo único que salva.
La vieja guardia es una película muy distinta, si bien, como decíamos, el toque de Víctor Gaviria es siempre reconocible. El ambiente está aquí bañado de irónica melancolía, en colores cálidos y con un halo de serena madurez. Un grupo de jubilados de los ferrocarriles sigue haciendo de la vía férrea el centro de su existencia y, más tolerados que aceptados, pasan las horas en un viejo vagón de una tranquila estación de provincia. Una decisión indiferente y burocrática los priva del lugar de sus sueños, el vagón, y a esta agresión los ancianos responden con un golpe de desilusionada anarquía. Si en Los habitantes de la noche Gaviria había demostrado un ritmo y una soltura ejemplares y un nuevo camino para la actuación cinematográfica colombiana con sus personajes llenos de frescura, en La vieja guardia aparece como un admirable director de actores. Los ancianos de esta película tienen rostros que no se olvidan tan fácilmente. Sus diálogos son los primeros en el cine colombiano (y en la televisión) que demuestran que la expresión dialectal no es un agregado folclórico, acústicamente insoportable, sino lenguaje vivo, lleno de posibilidades expresivas. La vieja guardia les muestra un camino a los canales regionales de televisión y al cine de provincia porque demuestra que la cultura regional no es cuota ni retórica racista, sino la expresión espontánea de un estilo de vida.
Visualmente la cinta es una recreación, sin ningún tipo de pasos en falso ni esteticismo fáciles. Rodrigo Lalinde, una promesa para el cine colombiano, ha creado unas imágenes completamente coherentes unas con otras y una luz que narra tan intensamente como la anécdota. La dirección aprovecha inteligentemente el mundo de los ferrocarriles para crear planos móviles que ambientan perfectamente la historia. Este mismo ambiente les da piso a algunas imágenes que son casi “surreales”, como las de la boda y la fiesta subsiguiente. En la banda sonora las canciones populares se mezclan con un punto de ironía y dos de melancolía, siempre bien dosificadas. Hay que mencionar especialmente la dirección artística de esta película, responsabilidad de Elkin Obregón y Raúl Álvarez, un equipo que le abre nuevas perspectivas al cine antioqueño y que nos libera de todo complejo de inferioridad frente a los “profesionales” capitalinos.
Definitivamente Víctor Gaviria tiene que comenzar a hacer largometrajes. Su cine tiene que comenzar a ser accesible a públicos mayores. Creemos que su aprendizaje básico ha terminado y que ya no es solo un talento prometedor sino un realizador en forma. Y no solo un realizador que sabe hacer buenas cosas por encargo, sino un poeta del cine, un autor con mundo propio. Por medio de este artículo quisiera invitar a la gente que está en capacidad a que le ayuden y faciliten su tarea.
El Colombiano, 28 de abril de 1985