Читать книгу Páginas de cine - Luis Alberto Álvarez - Страница 16
ОглавлениеEl cine de Juan Escobar y Regina Pérez
La inspiración amateur
El enemigo se encuentra dentro de nuestros muros.
Contra nuestro propio lujo, nuestra propia estupidez
y nuestra propia criminalidad tenemos que luchar
Cicerón
Sacadas las cuentas, después de haber buscado responsabilidades en sistemas de financiación y fomento, en carencias tecnológicas, en problemas de exhibición y distribución, el resultado final es: el cine colombiano tiene, básicamente, problemas de talento. Si el cine colombiano fuera bueno, tendría también problemas graves de dinero, de exhibición y de público, pero, de cualquier manera, se haría el esfuerzo por sacarlo adelante, por promoverlo. En cambio el problema de un mal cine es, fundamentalmente, el de ser malo. Es difícil encontrar razones para poner el hombro y apoyarlo. La lucha es, como decía Cicerón, contra nuestra propia estupidez, contra nuestro propio “lujo”. Porque el cine colombiano sigue demostrando una morbosa afinidad con los sistemas de producción de industrias cinematográficas ricas y en medio de su miserable condición estética ha establecido ya su star system y ha ido creciendo en sus exigencias “profesionales”, en los honorarios desproporcionados, en un gremialismo que impone camisas de fuerza. Solo un cine ascético, inventivo con recursos mínimos, tan cooperativo y amateur como sea posible, pero también tan laborioso, concentrado y efectivo como sea posible, tiene oportunidades de imponerse en Colombia y de convertirse en nuestro mensaje cinematográfico para el resto del mundo.
Las películas de Regina Pérez y Juan Escobar demuestran muchas cosas importantes con respecto al cine. Tal vez sea exagerada, y hasta peligrosa, la afirmación de Louis Malle formulada en tiempos en que la Nueva Ola luchaba contra el pesado y estéril profesionalismo del cine francés académico e industrial. Malle decía que lo necesario para hacer una película se aprende en una hora. Lo cierto es que, si bien los elementos básicos del lenguaje, la pericia técnica y las convenciones pueden aprenderse en una escuela, lo que hace que una película sea arte, lo que en última instancia la convierte en obra importante, es completamente independiente de este aprendizaje. Y este “lo” es también independiente de los materiales, del formato y de la técnica elegida. El Super-8, pese a las limitaciones enormes derivadas de una imagen diminuta y de escasa resolución, de un material sometido al automatismo comercial de los laboratorios, pese al titánico esfuerzo que supone montar el mismo material de cámara con un equipo de edición de juguete, pese a las mínimas posibilidades de una banda sonora primitiva, que no permite elaboraciones complejas, pese a todo esto, es un sistema que facilita una concentración, un ritmo de trabajo y una libertad artística que los tejemanejes de una producción costosa bloquearían muy fácilmente.
Pero el Super-8 está, irremediablemente, condenado a desaparecer, ante el avance de la tecnología video. Por otra parte, ninguna película importante en el mundo ha sido realizada en este formato o, por lo menos, no es fácil saberlo. La simple imposibilidad de difusión y la situación de ghetto que este formato conlleva son ya un problema insuperable. Más importante sería crear para el cine en 16 y 35 milímetros y, naturalmente, para el video, unas condiciones de producción similares a las del Super-8. Ello solo sería posible saliéndose del esquema comercial de producción y exhibición y explorando nuevos canales: televisión y circuitos independientes, restablecimiento de la distribución en 16 milímetros (lo que abriría de nuevo la pequeña provincia a la experiencia cinematográfica).
Cuando uno ve Será por el silencio de Regina Pérez y Juan Escobar experimenta un fenómeno muy curioso: frente a otras películas en Super-8 uno acepta el formato desde el comienzo, como elemento de condescendencia o regla de juego y lo sigue teniendo en cuenta todo el tiempo: “Para ser en Super-8 está bastante bien”. En Será por el silencio desaparece el fetichismo del formato, esa fastidiosa sensación de estar accediendo a escuchar las reivindicaciones de una minoría perseguida. En esta película no se percibe el fanatismo ideológico que acompaña con frecuencia a los “super-ochistas”, como a los vegetarianos, a las minorías sexuales organizadas o a los que practican karate o aeróbicos. Uno, simplemente, olvida que está viendo una película en formato amateur y se sumerge en una historia, en unos personajes, en un paisaje, que son sobrecogedores. Notoriamente se prescinde del culto al medio, de la pose cineástica y se emplea la cámara como instrumento explorador de lo más hondo del sujeto, que es la razón de ser de la película. Será por el silencio es puesta en escena, historia de ficción, pero hay en ella una actitud documental maravillosa, llena de una autenticidad sin afeites ni manipulaciones, que está ausente de los llamados “documentales” colombianos de sobreprecio. Pero esta autenticidad tampoco se convierte en fetiche: hay una atmósfera fantástica, de cuento, que le hace contrapeso al realismo.
Será por el silencio es la historia de un pueblo de Antioquia y de la llegada al mismo de un maestro de escuela y su joven familia. Años después, este maestro le cuenta su experiencia a un colega joven. En unas pocas secuencias la realidad de una Antioquia insólita, primitiva, solitaria, un reino de nieblas perpetuas y de desesperanza se nos presenta ante los ojos. Nada más ausente en estas imágenes reales, tomadas muy cerca de aquí, que la patraña de lo típico, la farsa de los poemas de Robledo Ortiz o las celebraciones de la antioqueñidad turística. Uno descubre, bastante aterrado, que desde que se inventó el cinematógrafo en 1895, Antioquia nunca había sido registrada en imágenes de cine.
El Colombiano, 9 de noviembre de 1983