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La gata borracha

¡Así es la vida!


Román Chalbaud es el realizador de cine más prestigioso de Venezuela. Hombre de teatro y cineasta fértil, ha sido llamado por algunos “el Fassbinder latinoamericano”, tal vez por su capacidad de producir película tras película con gran rapidez y casi siempre con los miembros de un equipo fijo de técnicos y actores. Como persona Román Chalbaud es interesante, vital y de cierta sensibilidad. En Colombia (no sé si en algún otro lugar), el cine de este hombre ha formado en unos cuantos años una especie de culto y sus películas son consideradas por cineclubistas y críticos como lo más cercano a una expresión cinematográfica nuestra (digamos, a nivel del Pacto Andino), como un lenguaje ejemplar, como un modelo.

Yo tomo muy en serio estas consideraciones y procuro entenderlas. Por desgracia mi contacto con la obra de Chalbaud excluye la película que todos consideran quintaesencial: Carmen. El pez que fuma, mítica y alabada en todos los tonos, me parece una obra agradable, vital, correcta, pero poco más que eso. Otras cosas como El rebaño de los ángeles, Sagrado y obsceno, La quema de Judas y alguna que no recuerdo, me dejan francamente desconcertado. Confieso que continúa siendo para mí inaccesible la clave que tantas cosas revela e ilumina en esta obra a gente que respeto y en cuyo juicio confío. Con La gata borracha esta situación me resulta todavía más problemática, si bien tengo en cuenta que se trata de una película que ni siquiera los cultores más acérrimos del chalbaudismo se molestan en defender excesivamente.

Una de las cosas que quisiera poner en claro es que, siendo la preocupación de Chalbaud el rescate de formas, historias y experiencias de vida que él considera enraizadas profundamente en el pueblo, las películas no han encontrado entre nosotros acogida popular (El pez que fuma fue un fracaso comercial y La gata borracha se perfila seriamente como otro) pero sí la de círculos universitarios y semejantes con fuertes tendencias a la nostalgia bohemia y a un cuestionable rescate del sentimentalismo mañé como valor cultural.

No voy a hablar de las otras películas de Chalbaud, ni voy a implicar mi juicio sobre La gata borracha en mi apreciación general sobre su realizador; pero tengo que decir que la película que se está exhibiendo en Medellín es, por lo menos, banal, reaccionaria, reiterativa de los peores clisés y abiertamente mediocre en su empleo del lenguaje cinematográfico. La utilización de los clisés del melodrama, de los romances de pacotilla y de la mitología gastada del burdelismo son, legítimamente, material susceptible de tratamiento cinematográfico enriquecedor y, por lo tanto, de convertirse en obra excelente sea de literatura, de teatro o de cine. Luis Buñuel no dejó de dar nunca los mejores ejemplos, aun cuando tenía a su disposición los datos más abyectos. La gata borracha, como historia y como narración, es una historia aterradora e insoportablemente pequeñoburguesa. Esto tampoco sería problema, porque si la pequeña burguesía estuviera excluida de ser objeto cinematográfico no solo no existiría el cine de Fassbinder sino una gran parte del cine norteamericano y de otras latitudes.

Lo que para mí es problemático es que La gata borracha es una película pequeñoburguesa, una aproximación que no toma distancia, que no comenta adecuadamente, que se identifica con una historia lacrimosa y convencional en todos los sentidos y a la que el director es incapaz de ganarle aspectos nuevos, transfondos, ironía, ira, cinismo, angustia o cualquier otro tipo de emoción que rescate, que vivifique este argumento. La posición de Chalbaud es la de cualquier bolerista sin horizontes cuyo comentario de mesa de café es solo el... “así son las mujeres”. La historia: un empleado de banco, cansado de su matrimonio, busca refugio en una prostituta; luego, víctima del típico sueño banal, intenta repetir con ella los esquemas que fallaron por primera vez y, no encontrando el eco que espera ingenuamente, acude al asesinato; es algo que se ha contado miles de veces y en miles de variantes, desde La caja de Pandora y El ángel azul hasta las diversas versiones de La mujer y el pelele, las malas y las buenas. Es un esquema que no es ni bueno ni malo, que no deja ni frío ni caliente; todo depende de lo que se sepa hacer con él. En La gata borracha Chalbaud no ha hecho más que acopiar una interminable serie de gestos manidos, de diálogos que dicen muy poco y a los que, por desgracia, les está confiado llevar todo el peso de la película. Todo el peso, porque Chalbaud no ha creado aquí una sola imagen interesante, todos los encuadres son convención pura y, a diferencia del cine que expresamente imita (el comercial norteamericano y mexicano), no sabe pasar de un plano a otro sin brusca ineptitud (intolerable por ejemplo el paso del plano medio a los primeros planos cuando el primer encuentro de Víctor y Rosario). Chalbaud no crea, no intenta, no hace un esfuerzo por encontrar unas formas nuevas para la realidad que quiere describir y que considera muy nuestra. Al despreocuparse sistemáticamente por los elementos de lenguaje surge una narración de cajón, imitativa, desaliñada, que hace que la realidad, las personas y las cosas carezcan de fuerza. La fuerza la busca Chalbaud por ciertos elementos de choque, al estilo de Liliana Cavani, que por estar fuera de contexto resultan escándalo barato e inútil: la madama del burdel con un amante retrasado mental al que le habla en alemán, el enano estrellado contra el suelo, la máscara de carnaval de la protagonista muerta, la tía anciana y demente en casa de la suegra. Chalbaud, por otra parte rompe la acción cronológicamente para crear una tensión y unos clímax que no llegan nunca. ¿Para qué, por ejemplo, mostrar a Rosario muerta desde el principio si uno sabe, fatalmente, que tiene que haber sido el tonto de Víctor el que la estranguló? Y ni siquiera hay una tensión erótica que sea capaz de explicar, de subrayar la actitud de desazón y caos mental de Víctor, porque la actriz que hace de Rosario es tan pasiva, tan desabrida, tan inactuante, que no puede desencadenar nada. Para no hablar de las otras figuras de mujer: la esposa, la suegra y La gata, verdaderas caricaturas en todo el sentido de la palabra.

Lo siento mucho, pero no lo entiendo. La insignificancia de esta película debería ser obvia. A no ser que Siglo xx cambalache y su filosofía barata o Nelson Ned como galán bonsai despierten tantos anhelos y tantas proyecciones personales que sea imposible controlarlos. Si es así, para eso hay discos, y no hablemos de cine.

El Colombiano, 16 de septiembre de 1984

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