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Cuartico azul

Colombia en un cuarto de hotel


Sucedió en el tercer aniversario del teatro El Subterráneo. Antes de comenzar la proyección de Partitura inconclusa para pianola, un joven alto y enjuto anunció la proyección de un cortometraje llamado Cuartico azul. Sebastián Ospina explicó que toda la película había sido realizada en Colombia y que, por desgracia, la banda sonora dejaba mucho que desear. Nos resignamos entonces a dejar pasar sobre nosotros una película colombiana más, con el creciente escepticismo al que nos han obligado las diversas generaciones de cortos de sobreprecio y demás modalidades de nuestro cine.

En 16 milímetros, en blanco y negro, proyectada por un aparato de potencia luminosa insuficiente para el largo teatro, algo así hay que tragarlo como una píldora amarga. Comienzan los créditos: sobrios y decentes. Los planos iniciales, un callejón mojado por la lluvia, una pareja que se acerca y es atracada (rutina ciudadana que se acepta), tienen ya una calidad que despierta un poco de la inercia. Es una especie de prólogo, hundido en imágenes de una Bogotá vespertina e indiferente. La pareja, Antonio y María de los Ángeles, llega a un hotelucho de una cierta elegancia recóndita. Los hemos visto en los créditos, a él como soldado, en fotos de esas que se ven amarillosas aún sobre la película en blanco y negro. La portera toma furtivamente un traguito, con un gesto de triste sarcasmo. Después de un rato en el cuarto que han tomado en alquiler, la narración nos ha llevado a comprender que la pareja ha venido a la ciudad de luna de miel. El velo de novia, los retratos, el televisor (pequeño tesoro), las ilusiones de la provinciana, el tedio, el amor desacompasado, la música, Julio César Luna, la crueldad y la ternura.

Lo imposible ha sucedido: cada una de estas imágenes nos agarra, exuda realidad, significa, narra, es profundamente humana, fresca y amarga. En 16 milímetros, en blanco y negro, con un sonido imperfecto, aparecen las primeras imágenes auténticas del cine colombiano de ficción. Aparecen sin pretensiones, sin traumas, sin exhibicionismo, sin citas, sin pedantes comentarios. En boca de sus dos personajes se pronuncian las frases del lenguaje popular, sin dar la impresión de haber sido forzadas dentro de esas bocas por un escritor costumbrista o por un intelectual populista. Cuartico azul no es una película bella por ser colombiana, sino que es bella y es colombiana.

De sus autores, Luis Crump y Sebastián Ospina, sabemos muy poco. O, mejor dicho, sabemos lo esencial después de haber visto su película: que aquí hay tanto talento en juego y que ese talento se ha concretado en una película bien lograda. Nunca habíamos visto a dos actores colombianos moverse con tanta autenticidad frente a una cámara. No habíamos visto planos tan efectivos y tan poco aparentes, pensados los unos en función de los otros. No conocíamos una narración tan fluida y unas imágenes tan expresivas, sin tener que acudir al vocabulario burdo y a la simbología inepta que son regla en nuestro cine. Aquí hay unos seres vivos y un ambiente que los cobija: los personajes para el ambiente y el ambiente para los personajes. Estos son verosímiles gracias a los intérpretes, pero el ambiente se le debe atribuir, honrosamente, a unos directores que han aceptado el desafío de la unidad de lugar y la han resuelto en una forma cinematográficamente impecable.

Cuartico azul sabe eludir inteligentemente las trampas que su historia podría ponerle: la alusión constante al mundo de la farándula y a sus seudoilusiones está dosificada de manera que no sea penetrante ni sermonera; el humor nace de pequeños detalles y el melodrama se rompe en toques de encantadora ironía, como cuando Antonio exclama durante la escena de amor: “Como en las películas”, la breve secuencia imaginaria no toma nunca un giro ridículo y las ocasionales referencias cinematográficas (por ejemplo a Buñuel, cuando Antonio se pone el velo de novia) están perfectamente integradas al flujo narrativo.

En este cuartico de hotel está reflejada Colombia. Y está reflejada con la necesaria poesía, la poesía que ahuyenta las postales, los comicios, el sainete y el folletín, que han sido hasta ahora los componentes del cine colombiano. Si Luis Crump y Sebastián Ospina encuentran el empalme para seguir este camino, las perspectivas del cine colombiano no serán tan desesperanzadas como hasta ahora. Ni las asociaciones de cinematografías ni los créditos ni las coproducciones ni las estrellas ni los presupuestos ni las inversiones sacarán adelante este cine, sino el talento demostrado, un talento como el de los autores de Cuartico azul.

El Colombiano, 13 de junio de 1978

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