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ОглавлениеPura sangre
La fascinación con la subcultura
Pura sangre, hay que decirlo, es la película colombiana con el nivel técnico más alto hasta el momento y el largometraje nacional con mayores intenciones de autoría y toque personal desde los años sesenta. El intento de situar la historia en un contexto concreto, en una ciudad, en una mitología y en un modo de hablar es algo muy respetable y digno de ser imitado. Pura sangre es, además, la película de un cinéfilo, de una persona que está embebida hace muchos años en los productos y en los géneros, en Buñuel y en Orson Welles, en Nicholas Ray y en Roger Corman. Tal vez Pura sangre pretende demasiado, tal vez buscaba ser la película arquetípica del ser caleño, de la camajanería y el sensacionalismo, del latifundismo valluno y la violencia que lo sustenta. Todos estos elementos están integrados en una historia que juega al género, que es Drácula y es el Ciudadano Kane, que quiere ser entretenimiento con los temas propios de este país: violencia, explotación, dinero, y que, al mismo tiempo, busca ser parábola y declaración. Hay momentos en la película que realmente transmiten estos contenidos.
La historia de Pura sangre es la de un anciano millonario propietario de ingenios azucareros, que necesita para sobrevivir transfusiones de sangre de personas jóvenes y de su mismo sexo. Para obtener esta sangre, su hijo, un tecnócrata sin escrúpulos, contrata los servicios de dos hombres y una enfermera. Este trío, sin duda lo mejor de la película, realiza una macabra labor con una especie de bonhomía y despreocupación, como si se tratara de un trabajo cualquiera. Los momentos en que observamos a estos tres en su condición de pequeñoburgueses comunes y corrientes, son lo mejor de la película. El problema es que el guion no le imprime a esa historia el ritmo necesario para que la sátira macabra adquiera su verdadero sentido, y después de unos minutos la historia comienza a arrastrarse, intentando vivir del anecdotario adicional y de un rebuscado color local. Empeñado en que no se nos olvide que la película tiene lugar en Cali, cuando Ospina comienza a enredar su historia en criminología económica, uno comienza a tener la sensación de que ha desaprovechado sus oportunidades y que el exceso de búsqueda de corrección técnica pudo haber impedido lo más importante de parte del director: la concentración en los personajes, la tridimensionalidad de las situaciones. En toda la película se nota una gran timidez del director frente a su gente, y los personajes, abandonados un poco a sí mismos, terminan acusándolo de cinismo y de tremendismo: uno termina pensando que la búsqueda de espectadores a toda costa despersonalizó esta historia que podría haber sido tremenda, en el verdadero sentido, haber reflejado y hecho reconocible nuestra realidad.
En todo caso, Pura sangre es una película apreciable, con valores que indican nuevos e interesantes derroteros para este pobre y poco rentable cine colombiano. Luis Ospina ha visto mucho cine y tiene una experiencia muy lúcida en los problemas de este oficio. Es de esperar que este bautismo cinéfilo lo lleve a cosas verdaderamente personales. La película está dedicada a Andrés Caicedo, compañero de Ospina desde la infancia e importante representante de lo que podría ser una nueva cultura de la provincia colombiana, particularmente del Valle del Cauca. Caicedo tiene en su obra literaria una ternura frente a sus personajes que Ospina no logra en Pura sangre. Ambos comparten el defecto de pensar que su fascinación burguesa con la subcultura caleña es igual a la esencia de esa ciudad. Es tomar la parte por el todo, y el resultado, aunque les duela, es una nueva y muy sofisticada forma de “agarrar pueblo”.
Una imagen se queda en la memoria: al final de la película el negro Babalú, a quien se le imputan los crímenes cometidos por el trío asesino, pronuncia frente a una cámara de video un monólogo alucinante en primer plano, en que se atribuye toda la responsabilidad. Es el personaje más real, más vivo de toda la película y, al mismo tiempo, el más vampiresco, el más terrible. El frenesí, la locura, el alma, la energía con la que pronuncia este discurso absurdo y macabro es lo que podría, lo que debería haber sido la película entera.
El Colombiano, 23 de junio de 1982