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Cóndores no entierran todos los días

Cine colombiano respetable


Con Cóndores no entierran todos los días de Francisco Norden el cine colombiano entra, sin duda alguna, en una nueva etapa de su desarrollo. Correspondiente a esta nueva dimensión es la acogida que la cinta ha tenido fuera de Colombia. Superada la curiosidad exótica hay un interés internacional por el tema, por la realización, por las actuaciones. Hay quien minimiza los premios, pero en el caso de Cóndores la cosa no tiene sino una interpretación posible: es una cinta que ha sido respetada y apreciada por mérito propio y no veo por qué ello no deba alegrarnos.

Esto lo digo para que la gente vaya a ver esta película sin ningún tipo de prejuicios ni tensiones, sin la agresividad que con frecuencia desplegamos frente al cine colombiano, fruto de la acumulación de continuas frustraciones. Se trata de una película para la cual el adjetivo más propio me parece “respetable”, una película interesante, temáticamente importante y con una serie de cualidades que deben ser recompensadas (entre las cuales la actuación protagónica no es la menor). Y la recompensa para ese esfuerzo cinematográfico es, más que los premios en festivales extranjeros o nacionales, la respuesta del público para el que fue concebida. Asistir a Cóndores no entierran todos los días es una colaboración importante de parte de los espectadores a un cine nacional como el que muchos desearíamos.

La cuestión de fidelidad a una obra literaria es un viejo tema. Cóndores no entierran todos los días, ya se sabe, es la adaptación de una obra de fama, de una novela que pretende decir cosas fundamentales sobre la violencia en Colombia. Gustavo Álvarez Gardeazábal, con una claridad mental que otros escritores no tienen, no se ha preocupado en lo más mínimo por el resultado de la película, ni se ha puesto a hacer confrontaciones lamentosas con su literatura. Para él la novela subsiste sola y lo que de ella tome su inspiración no es la novela misma sino algo diferente, bueno o malo pero siempre distinto. Francisco Norden, hombre de la sabana, no quiso meterse al mundo vallecaucano de Álvarez Gardeazábal sino que transpuso la historia a la región del país que mejor conoce: el altiplano cundiboyacense. De ahí que sea inútil buscar en la obra cinematográfica la exuberancia de tierra caliente, el clima anímico original de la obra literaria. La cinta de Norden es todo lo contrario, fría y distanciada, algo que en ocasiones le ayuda mucho y en otras se resiente como problema. Es cierto que una forma elíptica de tratar la violencia y la brutalidad es, con frecuencia, algo deseable. Pero también es cierto que la calidad de nuestra violencia es tan exasperada y satá­nicamente inventiva, que su representación desemocionalizada puede despertar sospechas de cinismo o desinterés.

Norden ha sido siempre un pulido artesano, tal vez el más pulcro del cine colombiano. Cóndores no es una excepción. Los detalles de ambientación y reconstrucción, los espacios, el uso de los elementos narrativos, el montaje, revelan una sólida tradición. El problema de la película es una cierta frialdad, una cierta rutina y la falta de profundización psicológica en las motivaciones de los personajes. León María Lozano, por ejemplo, el Cóndor, el jefe de los “pájaros”, pasa intempestivamente de ser un ciudadano exageradamente organizado y cumplidor a convertirse en asesino sin escrúpulos. No es suficiente repetir la frase “es cuestión de principios” para explicar una transformación tan profunda o, si no es transformación, para justificar el afloramiento de unas tendencias ya existentes.

Pero estas cosas suceden en las mejores familias, en las películas más renombradas de los autores más renombrados. El cine colombiano tendrá que ir puliendo y afinando su manera de contar historias y los directores tendrán que dedicar más tiempo a esta tarea, en vez de pasar la mayor parte del tiempo, como ahora se hace, solucionando problemas de financiación, producción, distribución y exhibición. Con todo, Norden ha demostrado que una historia fuerte, contada con solidez, puede suplir en gran parte las deficiencias de un guion que no esté completamente elaborado. No hay golpes de genio en Cóndores pero hay un tema importante y un personaje fascinante, interpretado por un actor excelente. Frank Ramírez es, sin duda, el mejor actor cinematográfico de este país. Es un hombre con una concepción total de su papel, un actor de matices y de toques muy apreciables. Sin su concurso es posible que la película de Norden hubiera perdido mucho. Pero no solo Ramírez convence. Norden logró obtener actuaciones apreciables también en papeles secundarios, aunque no en todos. Santiago García hace una aparición breve pero deliciosa, que lo redime, junto con su papel en Carne de tu carne, de sus malos pasos en el cine nacional desde los años sesenta. Desaprovechados están, en cambio, Víctor Hugo Morant y Vicky Hernández. Morant es un actor de posibilidades a quien se le dio aquí un absoluto clisé interpretativo: el del cura unidimensional que no habla sino en el púlpito con tono seudoclerical y al que no se le confiere una presencia verosímil en la vida real del pueblo. Vicky Hernández aparece también deslucida y se recuerda poco, pese a que sus dotes como actriz están fuera de duda. El papel de la matrona Gertrudis Potes le fue confiado a Isabel Corona, una actriz mexicana de viejo cuño. Pero su presencia, muy profesional, es más mexicana que colombiana, un tipo de matrona radicalmente distinto al que se conoce entre nosotros. En la creación del personaje se notan, además, descuidos de guion y de dirección.

Pero estos errores son comprensibles cuando se conocen las condiciones de trabajo en el largometraje colombiano, así como la falta de tradición y experiencia. Pero es precisamente en este campo donde la película de Norden reviste una importancia enorme: es una cinta que muestra un camino y unas posibilidades, es cine de calidad que le demuestra al país que hay un nivel alcanzable y posible. Gracias a esta película podrá haber un cine colombiano que la supere, realizado por otros realizadores y por el mismo Francisco Norden, quien, pese a su veteranía en otro tipo de cine, es un debutante en la narración argumental de largo metraje.

Cóndores no entierran todos los días es una película que nos alegra y nos estimula. De nuevo le solicito al público que vaya a verla, para que ello contribuya a que, algún día, pueda verse con continuidad y variedad un buen cine colombiano, estéticamente satisfactorio, de digno entretenimiento y temática significativa. Cóndores no entierran todos los días es muy buen comienzo.

El Colombiano, 28 de octubre de 1984

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