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ОглавлениеPrólogo
Las Páginas de cine de Luis Alberto Álvarez C.
Por: Guillermo Vásquez S., CMF
Cuando comenzaron a aparecer las Páginas de cine, editadas originalmente con este título por la Editorial Universidad de Antioquia en su colección Celeste, Luis Alberto llevaba ya muchos años escribiéndolas “religiosamente” para el periódico El Colombiano de Medellín. Las alternaba con una intensa actividad divulgativa a través de cursos monográficos, programas radiales, artículos para otras publicaciones. Y no solo en el campo del séptimo arte; también en la música clásica, la ópera —una pasión que pocos entendían pero que él disfrutaba y nos hacía disfrutar enormemente—, la enseñanza del alemán —que había llegado a ser su segunda lengua—, y en sus obligaciones religiosas y sacerdotales como capellán de un convento de religiosas. Mantenía también una tertulia permanente en su casa de Villa con San Juan, la que había sido residencia de su familia hasta que murió su madre y él la heredó.
Luis Alberto era invitado permanente al Festival Internacional de Cine de Berlín y al de Cartagena —¡qué contraste!—, y alguna vez fue invitado también a un importante festival de cine en Río de Janeiro, así como a visitar los estudios cinematográficos de Estados Unidos, donde tuvo oportunidad de entrevistarse con algunos de los grandes directores: George Cukor, Rouben Mamoulian y Robert Wise.
Pero pocos sabían del intenso trabajo personal y secreto que alimentaba su poderosa actividad divulgativa: horas y horas, días y días, que se pasaba escuchando música, viendo juiciosamente película tras película, leyendo, en varias lenguas, libros, revistas y periódicos especializados. Recortando artículos que clasificaba cuidadosamente y guardaba en viejos archivadores metálicos, organizando su creciente biblioteca, su hemeroteca y, en los últimos años de su breve pero intensísima vida, leyendo catálogos de películas para escoger, marcándolas, las que Paul Bardwell, su amigo y mentor en el Colombo Americano, les encargaba a las cadenas de distribución y le hacía llegar por medio de su valija diplomática.
Los que compartíamos la cotidianidad de Luis Alberto tratábamos de crear en torno suyo un ambiente propicio, de calma y algo de silencio, de presencias amables: pájaros que trinaban, una gata amorosa, de sobrenombre Zuka, que dormía plácida cuando él abandonaba su sillón de lectura o que se le enrosacaba bajo la silla del escritorio de comino crespo, imponente pieza de ebanistería heredada de su padre; acallábamos también los ladridos de Lukas, que pedía su paseo cotidiano y liberábamos a Luis Alberto de las minucias domésticas: pagos, cuentas, reparaciones y tantas otras, que para célibes resultan un tanto engorrosas.
A su llegada de Alemania, en 1973, la comunidad de los Misioneros Claretianos, a la que pertenecía desde muy joven, destinó a Luis Alberto a Manizales, en donde escribió, por breve tiempo, artículos de cine para el periódico La Patria, de la capital caldense. Trasladado a Medellín, muy pronto “heredó” el pequeño espacio de los apuntes cinematográficos que ocasionalmente escribían Alberto Aguirre y Orlando Mora. De ambos llegó a ser muy buen amigo y aguerrido contradictor intelectual. Era una dicha oírlos discutir acalorada pero muy respetuosamente de parte y parte, mientras Conchita nos servía los deliciosos fríjoles sabatinos. Aurita López y algunos otros convidados guardábamos respetuoso y atento silencio, disfrutando el duelo de titanes.
La página de cine de El Colombiano se convirtió en una cátedra abierta en la que se formaron no pocos críticos, que ahora siguen los pasos del eminente claretiano. Pocos años antes de su prematuro fallecimiento (el 23 de mayo de 1996, hace ya veinticuatro años), dos jóvenes amigos, asiduos al “simposio” que siempre se establecía en torno suyo, le propusieron recopilar lo mejor de su producción, y se ofrecieron para ayudarle en la tarea de selección y de primera revisión para darlos a la imprenta. Eran Luis Fernando Isaza, ahora ocupado anestesiólogo, y Andrés Upegui, abogado con intereses culturales amplios y variados. Entre los dos hicieron la primera criba de las ya muy numerosas y extensas “páginas”, que Luis Alberto corrigió y organizó con su ayuda y que, como dijimos al empezar estos apuntes, la Universidad de Antioquia publicó en 1988, sin planearse todavía los siguientes segundo y tercer volúmenes.
La dedicatoria que Luis Alberto quiso hacer de su antología resultará significativa para los conocedores: “A la memoria de José María Arzuaga, Hernando Salcedo Silva y Jorge Silva”. Se trata de un español radicado en Colombia y activo como director de cine y documentales por los años sesenta: José María Arzuaga; del gran crítico y gestor cultural, don Hernando Salcedo Silva, un auténtico cachaco bogotano, que fue amigo personal y admirado maestro de Luis Alberto; y de un director que conmovía a nuestro crítico con sus temas sociales y sus espléndidas fotografías denunciantes en blanco y negro: Jorge Silva.
Luis Alberto estructuró su recopilación en seis secciones de desigual extensión que bien vale la pena enumerar para hacernos una idea, así sea remota, de su interesante contenido: “En busca de un cine colombiano”, “El cine de Latinoamérica”, “Hollywood en nosotros”, “Renacimiento del cine alemán”, “El cine de los maestros” y “Divas”. Son 553 páginas apretadas (en la primera edición), incluida una pequeña sección de fotografías, el índice de autores (más bien de “nombres”) y otro de películas, este último según su título comercial en español, con el título en el idioma original entre paréntesis.
De esta primera recopilación la misma Editorial Universidad de Antioquia hizo una “primera reimpresión” en 1992, añadiendo al título original la designación de “volumen 1”, pues ya estaba en curso la edición del “volumen 2” que apareció en ese mismo año y que, como el primero, se agotó rápidamente.
Los “ingredientes” con los que Luis Alberto amasaba su página de cine semanal comenzaban a verse sobre su escritorio el lunes o el martes; eran materiales de consulta sobre la película o el tema cinematográfico que fuera a tratar: un director, un actor, un género, la filmografía de un país, la de una época, alguna de sus “divas” favoritas. Se trataba de revistas, recortes de periódicos, algunas fotografías de las que coleccionaba cuidadosamente, catálogos, afiches. O la misma película o películas en su formato digital del momento, cuando estos comenzaron a aparecer. Leía, veía, reflexionaba. Estábamos sus acompañantes, hasta el perro y la gata, en trance de producción. Hacia el jueves o viernes encendía el horno, es decir, se sentaba a escribir, máquina de escribir, máquina de escribir eléctrica, el primer computador personal, traído de Estados Unidos. Casi nunca escribía borradores, apenas algún nombre o una fecha en un papelito que arrugaba. ¡Y ya! Escribía de un solo tirón, releía, corregía, imprimía. Sobre de manila. ¡Y a llevarla al periódico! Al principio él mismo iba hasta la sede de El Colombiano, en el centro; después nos ofrecíamos de buena gana a prestarle ese sencillo favor que considerábamos casi un honor; incluso nos lo disputábamos.
El sobre, que contenía también fotografías u otros materiales gráficos para ilustrar la página, viajaba en bus hasta el nuevo edificio del diario en Envigado. No le alcanzaron a tocar a Luis Alberto los tiempos del metro ni del correo electrónico. La página salía puntualmente el domingo. Cuando no aparecía, por motivo de algún viaje prolongado o quebrantos de salud, era sabido que algunos de sus constantes seguidores, dispersos por muchas ciudades del país e incluso del exterior, inquirían, se preocupaban y hasta protestaban. Muchos la coleccionaban juiciosamente, y este hecho fue uno de los motivos que inspiraron a Luis Fernando Isaza y a Andrés Upegui a planear la recopilación que estamos reseñando.
La dedicatoria del volumen 2 es también muy significativa: “A Paul Bardwell, restaurador del amor al cine en Medellín”. Expresa el agradecimiento de Luis Alberto por su amigo estadounidense, director que fue por varios años, hasta su muerte también prematura, del Centro Colombo Americano, situado en la capital de Antioquia; fundador, junto con el mismo Luis Alberto, de la revista de cine, todavía activa, Kinetoscopio, y quien, con su prodigiosa capacidad de trabajo, dotó la sede del centro no solo de una, sino de dos salas de cine, de una magnífica biblioteca, sin que faltaran la filmoteca y la fonoteca complementarias, la librería, la galería de arte, la cafetería y hasta un pequeño y bien atendido restaurante. Todo esto, después del atentado contra “el Colombo”, que, una de tantas noches del horror narco, conmovió los cimientos del gran edificio. Casualmente Luis Alberto había ido a una sede alterna, no lejos de la principal, a realizar alguna de sus muy frecuentes actividades divulgativas: un curso, una conferencia, una proyección comentada.
Bien puede enorgullecerse Medellín de un centro cultural tan completo como el que terminó siendo “el Colombo” —así lo llamamos coloquialmente—, enclavado en pleno centro “histórico” de la ciudad y asiduamente visitado, de día y de noche, por gran cantidad de personas, especialmente jóvenes, ansiosos no solo de aprender bien el inglés, sino de aprovechar tantas ofertas culturales agrupadas en un solo, cómodo y bien dotado lugar. “El Colombo” llegó a ser para Luis Alberto como su “oficina”, máxime cuando nos trasladamos a vivir más cerca, primero en la calle Argentina con El Palo y, luego, en Mon y Velarde con Caracas.
La tabla de contenido de este segundo volumen de Páginas de cine viene inmediatamente después de la dedicatoria, y también puede resultar útil —como abrebocas— repasar sus encabezamientos: “Imágenes colombianas”, “Perspectiva de infancia”, “Los héroes diferentes”, “Traumas y complejos”, “Música en la pantalla”, “El cine de los maestros” (sección que también aparece en el primer volumen), “Los nuevos caminos de Hollywood” (igualmente, sección del primer volumen), “La búsqueda del cine europeo”.
Vale la pena, por muy significativa y crítica, transcribir íntegra la presentación que el mismo Luis Alberto redactó para esta segunda parte de su antología cinéfila:
Esta nueva recopilación de artículos comprende un período, más breve y más difícil, que el que reflejaba el primer volumen. En estos últimos años la exhibición en Colombia se ha deteriorado de modo alarmante y el cine nacional ha estado, más que nunca, al borde de la desaparición total. La selección muestra, necesariamente, este panorama, en el que la presencia del cine norteamericano es aplastante y la casi total ausencia del cine de otras latitudes nos ha llevado a una desinformación total acerca del estado actual del medio. Confío, sin embargo, en que, como el volumen anterior, este pueda servir de referencia, de consulta, de apoyo a las fallas de memoria. Los artículos fueron publicados casi todos en el periódico El Colombiano y unos cuantos en la desaparecida revista Cine y en la Gaceta de Colcultura. En la elaboración del material agradezco la colaboración de Luis Fernando Isaza, Lía Máster, Guillermo Ríos y Santiago Andrés Gómez.
A Luis Alberto le habría gustado mucho ver que la situación que él lamentaba ha revertido, y que el cine colombiano conoce, en estos años que corren, una especie de primavera que él no pudo imaginar. Como hago de cronista y reseñista, dejo a los críticos la valoración de esta dichosa primavera de la que muchos se hacen lenguas, y vuelvo a mis oficios.
Quisiera señalar, en el contenido del volumen 2 de las Páginas de cine, una breve sección, la segunda, titulada “Perspectiva de infancia”. Es una veta desconocida de la personalidad de Luis Alberto: su ternura infantil, a pesar de su inmenso tamaño; su ternura para con los niños, a quienes, en lugar de asustar su corpulencia, atraía con una especie de energía mágica. Alguna pareja de amigos de Luis Alberto lo visitó un día en nuestra casa claretiana de la calle Argentina con El Palo; llevaban a su pequeño hijo, un niño vivaz, inquieto, inteligente. Disfrutó los largos corredores, los vericuetos umbrosos y las salas llenas de libros, películas, afiches enmarcados, macetas de flores, la pecera en la que nadaban plácidos Abelardo y Eloísa, la enorme jaula que servía de mirador a Publio Ovidio Nasón, un hermoso tucán que en mala hora nos habían regalado y habíamos recibido, conscientes de que cometíamos un crimen ecológico; en fin, el niño la pasó en grande. Días después sus padres nos contaron que la maestra de su hijo los había llamado preocupada, diciéndoles que el niño había llegado a la escuela hablando de la visita que había hecho con ellos a la casa de un gigante que le había regalado caramelos y lo había paseado por sus cuevas llenas de maravillas…
En esta “Perspectiva de infancia”, pocos recuerdan que Luis Alberto organizó, en los tiempos del cineclub El Subterráneo, el primer, y único, Festival de Cine Infantil de Medellín, con la ayuda de los gestores y los miembros de ese cineclub: Jorge Barberoff y Francisco Espinal, Pacholo.
Y también vale la pena señalar que este segundo volumen recoge la polémica crítica que Luis Alberto hiciera de una película del celebrado director antioqueño Víctor Gaviria, en su columna titulada “No futuro de Víctor Manuel Gaviria en Cannes: nuestra grandeza y nuestra miseria”, junto con otra sobre un documental poco conocido del mismo director, que fue contertulio asiduo, amigo muy querido y discípulo de Luis: “El obispo llega a Apartadó de Víctor Gaviria: La documentación de una esperanza”.
Aunque esta reseña ya resulta un poco larga, no puedo dejar de referirme al volumen 3 de Páginas de cine. Fue editado por la misma Editorial Universidad de Antioquia en 1998, dos años después de la sentida muerte de Luis Alberto, cuando apenas acababa de cumplir 50 años. Este volumen póstumo, con sus 489 páginas, es un poco más breve que los dos anteriores, ambos de más de 500 páginas. Repasando su tabla de contenido caemos en cuenta de su carácter celebrativo: los cien años de la invención de “El cine: la luz (Lumière) que vence la muerte”. Como si Luis Alberto quisiera despedirse. Y en el volumen hay otras varias celebraciones y despedidas: “El ciudadano Kane de Orson Welles: anotaciones para un cincuentenario”; “En la muerte de Audrey Hepburn: Lady Marian o la princesa que quería vivir”; “Ciao, Federico!” —en tres partes sucesivas—; “A los noventa y nueve años de edad murió Lillian Gish: Ella era el cine”. Y otras varias.
La presentación de este tercer volumen estuvo a cargo de Luis Fernando Isaza Palacio, amigo íntimo, contertulio permanente, médico ocasional de los males que aquejaron tempranamente a Luis Alberto, y un apasionado del cine y de la obra crítica de Luis.
Como ya se dijo a propósito del primer volumen, los otros dos también contienen, en su primera edición, una pequeña selección de fotografías ilustrativas y sus respectivos índices de nombres y títulos de películas.
Son pues, los tres volúmenes, 207 columnas que representan la obra de una vida dedicada a altísimos ideales: la belleza de las imágenes que es reflejo de la belleza del mundo, la música, la amistad, la verdad más humana de la bondad y del amor.
Una reseña debe dar una mínima información biográfica del autor reseñado: Luis Alberto Álvarez Córdoba nació el 21 de abril de 1945 en el Hospital San Vicente de Paúl, en Medellín, Antioquia. Fueron sus padres el médico de la Universidad de Antioquia Alberto Álvarez Uribe y doña Margarita Córdoba Maya. El padre había llegado a ser secretario de salud departamental y luego, ya retirado del servicio público, médico de la fábrica de tejidos Coltejer. La madre comunicó a Luis Alberto su presencia de ánimo, su bondad y sencillez. Como era también una hábil repostera, transmitió a su hijo el gusto por la buena mesa. Los abuelos y bisabuelos paternos de Luis Alberto procedían de Titiribí y habían sido mineros por las minas de El Zancudo. Completaban la familia dos hermanas mayores que Luis Alberto: Lilian y Stella.
Nuestro autor estudió hasta 5.º de bachillerato en el colegio de los jesuitas de Medellín: el San Ignacio. Corría el año de 1963 cuando decidió ingresar a la congregación de los Misioneros Claretianos, y culminó el bachillerato en el seminario menor de Bosa, que los misioneros tenían cerca de Bogotá. En 1964 hace el año canónico de noviciado en la casa de Las Mercedes, municipio de Sasaima. Entre 1965 y 1966 adelantó dos años del ciclo trienal de filosofía en El Cedro, Zipaquirá, desde donde fue enviado a Roma a cursar el cuatrienio de estudios teológicos. Eran los años del Concilio Ecuménico Vaticano II y de la inmensa reforma de la Iglesia católica a la que dio lugar dicha asamblea.
Luis Alberto concluyó los estudios teológicos en el Studium Theologicum Claretianum, en Roma. Entre sus maestros recordados, el gran biblista Joseph Snackenburg; entre sus mentores espirituales, el pastor evangélico Dietrich Bonhoeffer, mártir de la iglesia confesante en tiempos del nazismo; entre sus teólogos contemporáneos, leídos y admirados por él, Hans Küng.
El 20 de junio de 1970 Luis Alberto recibió la orden del presbiterado (sacerdocio) en Spaichingen. Todavía permaneció en Alemania hasta marzo de 1973 cuando fue enviado por su comunidad de regreso a su nativa Colombia.
Durante la permanencia en Italia se había despertado su pasión por el cine, dormida desde las experiencias fotográficas y operáticas de su infancia y primera juventud. En Roma asistió al cineforo del P. Taddey SJ, solo para sacerdotes y religiosos, en donde se encontró con el neorrealismo italiano y todo lo que siguió. Para decirlo en anécdota: conoció en Roma, en los estudios cinematográficos de Cinecittá, a María Callas, vestida de Medea, dirigida para la escena por Pier Paolo Pasolini. Eran como las bodas de dos de sus pasiones: la ópera y el cine. Los años en Alemania habían sido de estudios en una escuela de trabajo social, y de cine, mucho cine, al que ya no abandonaría por el resto de su vida.
Aparte de sus páginas de cine, Luis Alberto escribió un buen número de artículos para otras revistas y para historias del cine y la cultura aquí en Colombia. Una amiga suya, Ángela María Chica Bedoya, escribió una biobibliografía de Luis Alberto para graduarse de bibliotecóloga en la Universidad de Antioquia, la cual puede consultarse en el repositorio de la biblioteca universitaria. Además custodia, en la Casa Museo Luis Alberto Álvarez, en Medellín, recuerdos personales de la vida de este: libros, objetos, muebles, discos, casetes, aparatos que le ayudaron al crítico a ver y a difundir el cine. Allí hay divas fotografiadas en su esplendor, cantantes en do de pecho, una pequeña imagen faraónica, dos o tres acuarelas del maestro Elkin Obregón, otro de los contertulios de Luis Alberto, participante del “simposio”, de la red de amistades que se cultivaban mutuamente compartiendo la música y el cine, la literatura, el arte y los valores de la honradez y la amistad.
En dicha casa museo también ronronea un gato, apellidado Grau, para recordar el amor de Luis Alberto por los mansos animales. Tampoco falta una buena colección de libros de cocina, y en uno de ellos la receta del tiramisú, uno de los postres preferidos de Luis Alberto. Otro de sus grandes e íntimos amigos, Héctor Abad Faciolince, lo secundaba en el gusto por la comida y los vinos italianos, cuando el reconocido escritor lo invitaba con frecuencia dominical a departir en su casa y con su familia.
Luis Alberto recibió el Mundo de Oro del periódico El Mundo de Medellín en 1990, postulado por su amigo Carlos Gaviria Díaz. Los quebrantos de salud que se hacían cada vez más frecuentes le impidieron recibir personalmente el galardón.
Poco antes de su muerte, la Universidad de Antioquia le confirió a Luis Alberto el título honoris causa en Comunicación Social y Periodismo, y, a su vez, la institución recibió de la congregación de los Misioneros Claretianos el legado del gran crítico de cine, el gran gestor cultural: su biblioteca especializada en cine, con más de mil volúmenes, una hemeroteca cinematográfica, una videoteca con mil seiscientas películas en diversos formatos, una fonoteca de música clásica especializada en Mozart y en ópera, ahora en la emisora de la universidad, y el archivo de recortes de artículos y fotografías de cine, organizado alfabéticamente por directores. La universidad destinó, para albergar este importante legado, espacios dignos y adecuados en donde puede ser consultado cumpliendo los requisitos establecidos. También decidió, para honrar su memoria, que uno de los auditorios del campus universitario llevara su nombre, y estableció una conmemoración anual que se ha institucionalizado en la Cátedra de Cine Luis Alberto Álvarez, promovida ahora por Extensión Cultural de la alma mater.
Quien escribe esta reseña fue compañero y hermano de Luis Alberto en la congregación de los Misioneros Claretianos. Juntos compartieron más de veinte años de vida, primero como seminaristas, luego como sacerdotes y finalmente en la vida comunitaria cotidiana, en los compromisos religiosos y académicos y en las labores culturales.
Gracias a la Universidad de Antioquia por la reedición de las Paginas de cine de Luis Alberto Álvarez, sacerdote misionero claretiano. Seguramente va a prestar un gran servicio a la vida cultural de Medellín y del país. Además, evoca la grande y bondadosa figura de este misionero de la cultura, las artes y la sencillez evangélica, al cumplirse, en 2021, los veinticinco años de su paso a la Luz, a Dios.
Bogotá, abril de 2020