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El escarabajo

En busca de lo popular


El escarabajo fue acogida muy positivamente por el público del Festival de Cartagena, un público que siempre se pasa de generoso. Pero la película fue acogida positivamente también por buena parte de la crítica, que la considera un paso importante dentro del cine nacional y poseedora de elementos que hace tiempo se venían buscando. Para muchos El escarabajo es casi un modelo de lo que puede ser el cine popular colombiano en un futuro, un decente compromiso entre el apego a un público amplio y al mensaje personal de un realizador. Yo considero que Lisandro Duque tiene un específico talento cómico-popular, que puede llegar a producir cosas interesantes, pero, con todo el respeto y la buena voluntad, no puedo adherirme al entusiasmo frente a esta película.

Hay quienes piensan que una buena historia y unas buenas ideas son suficientes para juzgar positivamente una obra cinematográfica. Para mí una película es un resultado final, la versión en imágenes, en cine, de esa historia y de esas ideas, un todo que no puede ser fraccionado. El argumento de El escarabajo es, sin duda alguna, profundamente colombiano e identificable como tal. Además hay en la película una superación de un cierto paisajismo turístico, a favor de una situación de la historia en un lugar concreto, presentado con escueto realismo.

Por otra parte, parece que sí hubiera buscado a los actores en razón de su afinidad con los personajes y el ambiente y no de acuerdo con el usual e inepto star system colombiano.

Todo esto crea momentos de verdad y de identidad y por esta razón El escarabajo es un progreso frente a los esquemas que venían imperando en el cine colombiano y en su cadena de desaciertos. Pero esto no es suficiente para que una película perdure. El escarabajo está construida con ingredientes y no con el desarrollo de una historia. La historia es, más bien, una anécdota sin evolución y, por lo tanto, tiene que ser adobada a medida que se va contando. Los condimentos son los toques de sexo, los momentos enternecedores, los chistes adicionales que no nacen de la historia, las palabrotas. El marco “épico” de la historia individual (la Vuelta a Colombia y el ciclismo como sueño) no se integra jamás en profundidad a la anécdota policial central y se convierte en episódico. La amistad de los tres personajes se resuelve en cuestiones externas como el episodio de los dedos mutilados, descuidando así la ocasión de una profundización psicológica de estos hombres, de sus sueños en común, de su solidaridad.

El escarabajo sufre además de un descuido en la conformación de las imágenes que es bastante imperdonable en este momento. Películas colombianas menos interesantes que esta han cuidado más la calidad visual. No se trata de propugnar un formalismo ni la perfección del cine rico. La película boliviana exhibida en el Festival de Cartagena, Mi socio de Paolo Agazzi, es mucho me­nos costosa que El escarabajo o que cualquier largometraje colombiano actual, pero sus imágenes granulosas de 16 milímetros ampliadas a 35 son de una concentración y de una calidad visual muy superior a la de nuestros productos. Y por calidad visual no entiendo la belleza de imágenes aisladas sino el flujo mismo de la historia. La fotografía de El escarabajo (Jorge Pinto con cámara de Hernando González) es chata, se caracteriza por su falta de creación de espacios y por una desconcentración, que recuerdan toda una época de desabridos cortometrajes nacionales. El lugar físico y el paisaje eran un elemento demasiado importante, demasiado adherido a la historia de esta película como para haberlos descuidado así. Tal y como esta película está resuelta fotográficamente, es igual si hubiera sido en Sevilla, Valle, o en Bolívar, Santander o en las afueras de Bogotá. Fotográfica­mente no se transmite nada en El escarabajo. Otro aspecto decepcionante es la dirección de actores, agravada por el doblaje, que fue necesario, ya que se eligió dos actores mexicanos para dos papeles que tendrían que haber sido íntegramente nuestros. Es posible comprender cuáles fueron los cálculos tenidos en cuenta para esta opción, pero el mismo Lisandro Duque reconoció públicamente que los diálogos están estrictamente unidos a las gentes y a su idiosincrasia y que es imposible inyectar gestos y modos de hablar en alguien que proviene de un mundo muy diferente. Ruy Guerra, con su Eréndira no fue la única víctima en este Festival de una pretendida estética latinoamericana generalizada. Pocas imágenes se quedan de El escarabajo, una de ellas la del viejo teatro del pueblo. Llegará el día en que nuestro cine pueda concentrarse en cosas como esas, en recuerdos, en imágenes que bullen y que transmiten algo. Lisandro Duque podría llegar a hacer cosas mucho mejores. Le deseamos que la próxima vez no tenga que servir al mismo tiempo a Dios y al diablo.

El Colombiano, 22 de julio de 1983

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