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IV. VIOLENTIA NEMO IMPERIA CONTINUIT DIU (SÉNECA): LAS VIOLENCIAS Y SU DESARROLLO

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Como hemos tratado de exponer, la llamada globalización y su desarrollo económico, político, social y cultural y las redes que de ello se derivan han puesto en crisis un determinado modelo de Estado, lo que impide mantener intactos sus aparatos mas esenciales. La presión global y su estructura de redes (CASTELLS 2009) generan unas formas de poder/ violencia/criminalidad/conflictos, que escapan al control del Estado, que le son externos y que lo desestructuran y lo confrontan a conflictos asimétricos para los que no tiene respuesta ni política ni jurídica y para los que, por defecto, busca chivos expiatorios. Surgen de este modo los discursos de demonización del otro, y con ellos la construcción de la figura del enemigo y la consiguiente doctrina del ya citado derecho penal del enemigo, del populismo punitivo o de leyes extrapenales de seguridad pública. Poco a poco se van incorporando un lenguaje y un imaginario bélicos en la seguridad pública (incluso, como hemos señalado, en la gestión de la pandemia del covid-19). El incremento de los conflictos globales y asimétricos (terrorismo, crimen organizado a gran escala, movimientos anti-globalización) han propiciado argumentos y justificaciones para volver a difuminar la frontera entre enemigo interior y exterior, entre enemigo y delincuente, entre guerra y derecho penal.

Los esfuerzos conservadores de las instituciones estatales por mantener un statu quo cada vez más deteriorado se refleja también, como no podía ser de otra manera, en materia de seguridad, orden y control. El complejo policial-judicial no consigue adaptarse a la realidad compleja, y ello les convierte en parte del problema y no de la solución. Al revelarse incapaces de garantizar los nuevos derechos emergentes (derechos humanos, seguridad humana…) que difieren de los antiguos derechos subordinados a la protección del Estado y al orden por él establecido, se sitúan en una posición de bloqueo, poco útil para los nuevos derechos, al tiempo que constituyen un obstáculo para el surgimiento y desarrollo de nuevas estructuras e instituciones; son en buena medida responsables de dejar desprotegidos los derechos emergentes e incluso pueden llegar a combatirlos, al ser percibidos como una amenaza a su propio estatu quo.

Ello tiene repercusiones en la práctica, como es el aumento de las violencias en las calles de muchas ciudades del mundo (piénsese por ejemplo en París, Barcelona, Den Bosch, Róterdam, Minneapolis, Portland, Rochester, Cali, Hong Kong, Santiago de Chile, Yangon etc….). La reacción del poder estatal en crisis, ante lo que percibe como una amenaza, es violenta. De hecho, constituye el paroxismo de la violencia conservadora en su modalidad más defensiva, confrontado a otras formas de violencia en la calle motivadas por causas y naturaleza diversas.

Es preciso distinguir entre diversos tipos de violencia (Wiewiorka 1998). En primer lugar, podemos hablar de la violencia instrumental, elemento determinante en un conflicto. Se trata el concepto de violencia política empleada en los 60 y 70 como motor de cambio político, el medio para obtener unos fines en política. Por eso puede ser tanto un instrumento de dominación política en un territorio determinado, como un instrumento para quitarle el poder al Estado. Es herramienta de poder estatal (conservadora de derecho) y antiestatal (fundadora de derecho). Justamente porque es de confrontación, contiene los relatos alternativos de los confrontados y en ese sentido admite mediación, discusión, negociación.

En segundo lugar, hay que tener en cuenta la violencia generada por la crisis patológica del sistema; una crisis social, económica, política, e incluso sanitaria. La desestructuración social, política, cultural produce una crisis de los actores y de su integración/cohesión que no parece dejar alternativa. Sin alternativa que ofrecer, no existe un relato claro ni por parte del sistema ni por parte de los actores que se oponen a él, solo permanece un sustrato de frustración recíproca. Es justamente esta disfunción entre sistema y actores la que deriva en una violencia que se vuelve simbiótica, parasitaria, se engancha a todo tipo de protesta y que recibe como respuesta una violencia institucional que no tiene otra finalidad que reprimir y disolver la violencia opuesta, tal violencia represiva es “auto-derrotante” (ARENDT 2012:75), pues como señala KOJÈVE (2020:51) “la Fuerza nada tiene que ver con la autoridad, y que incluso es directamente opuesta a ella. Así pues, reducir la Autoridad a la Fuerza significa sencillamente negar o ignorar la existencia de la primera”.

No es una violencia surgida del conflicto, al contrario, proviene de la falta de conflicto, del vacío entre actores y sistema, de la mera confrontación. Se trata de una violencia de exclusión/autoexclusión producto de la frustración de unos actores que no pretenden forzar un cambio, sino expresar un malestar en relación con un sistema que les excluye. Dicha frustración se confronta con la frustración de una policía a la que se manda al escenario de conflicto sin que su actuación pueda resolver una situación de por si irresoluble porque su origen está en la falta de políticas. En esta situación, más que en ninguna otra, son aplicables las palabras de (HAN 2017:95) “La policía también queda satanizada. Es el lugar en el que se muestra al desnudo con mayor claridad la proximidad, la intercambiabilidad casi, entre violencia y derechos”. La mediación en este contexto resulta casi imposible, al no existir un relato por ninguna de las partes ni haber nada o casi nada que negociar.

En un tercer lugar, podemos señalar la violencia autonomizada, como fin en sí misma, lúdica; destructiva/autodestructiva, frente a lo que interpreta como violencia institucional, económica, excluyente. Excluyente y lúdica a la vez, no admite ninguna mediación porque es pura confrontación, en la que incluso parece que la intervención policial sea parte de la fiesta. Se genera así una simetría, una indiferenciación de la violencia que se convierte en el único objetivo.

Es importante señalar que, en un mismo acto de protesta, en una misma manifestación, todas las categorías pueden convivir en mayor o menor medida, a menudo en momentos diferentes.

Es por eso que no empezaremos a entender ciertas situaciones hasta que no entendamos que no estamos ante “violencia”, sino ante diversas violencias, que hay que tratar por separado, y diseñar políticas públicas diversificadas, en lugar de responder solo con la herramienta más insatisfactoria: el orden público.

Contra la política criminal de tolerancia cero

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