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V. CONCLUSIONES: NUEVAS RESPUESTAS PARA NUEVAS REALIDADES

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Parece claro que la asunción de un mundo con mayor complejidad e inmerso en un proceso de globalización ya consolidado y de generación de redes que escapan a su control, han puesto en crisis el modelo clásico de Estadonación plenamente soberano y hegemónico en el monopolio del poder. En consecuencia, también las instituciones/corporaciones como la policía o la judicatura, muestran signos de obsolescencia y agotamiento. Aflora entonces de manera más evidente el Estado profundo, que trata de preservar su poder aún a riesgo de tener que salir de sus profundidades y hacerse más visible.

La seguridad clásica, concebida como elemento de protección de todo el sistema y con el Estado como sujeto y destinatario, está viviendo un cambio de paradigma que se orienta hacia un concepto de seguridad humana cuyo objeto y sujeto central es el ser humano y que se muestra mucho más adaptado a las nuevas realidades.

El poder del Estado, basado en el sueño determinista y todopoderoso, parece quebrado. El Demonio de Laplace que “puede por ejemplo resolver crímenes jamás descubiertos, y conocer la acción de cada hombre en cualquier instante” (WAGENSBERG 1989:24) no existe, si es que algún día lo hizo, y si renace no lo hará de la mano del Estado. Por otra parte, ni ámbito local, superado y falto de recursos, ni –en el caso español–, el autonómico, escaso de medios y competencias, pueden suplir las carencias estatales.

No obstante, el sistema existente sigue vivo y exacerba sus mecanismos de autodefensa, entre los que destaca el recurso al orden público, el uso de la fuerza y eventualmente el empleo de la violencia; de una violencia que acaba por ser autoderrotante, en palabras de ARENDT. Como señala HAN: “En realidad, la represión sólo representa una forma de poder, a saber, una forma con intermediación pobre o carente de intermediación” (HAN 2018:54). Es decir, una expresión desesperada de poder, que limita al mínimo la relación con “el otro”, y sin eso, el poder puede conseguir sumisión, pero no convencer y mucho menos generar consentimiento. El poder que trata de mantenerse mediante la fuerza opera una reducción de complejidad que constituye justamente su talón de Aquiles, al resultar demasiado pequeño para las sociedades modernas, globales, complejas.

Parece llegado el momento de que la política asuma su papel y adopte las políticas necesarias, atajando los excesos del estado profundo y las llamadas “cloacas” del Estado. Debería ser el momento de una transformación profunda de la cultura ciudadana, política (y de las políticas), policial y judicial. Pero ello sólo será plenamente posible en el marco de una nueva visión de la seguridad y del papel que en ella desempeñan las relaciones de poder y de soberanía entre la esfera global, el Estado, los ámbitos infraestatales (autonomías, mundo local…) y los ciudadanos.

Atrás deben quedar las culturas y las políticas basadas en la fuerza, el poder excluyente y autoritario del Estado, y en especial del Estado profundo y sus agentes, dejando paso a otros actores sociales que deben asumir activamente sus responsabilidades en las detección, elaboración, implementación y evaluación de las políticas de seguridad. Es urgente generar nuevos marcos de convivencia que excluyan la fuerza y la violencia como modo de relación entre instituciones y ciudadanía y que releguen de una vez por todas (parafraseando al cantautor Mikel Laboa) la cultura del “Harma, tiro, pun!”…Ikilimikiliklik!

Contra la política criminal de tolerancia cero

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