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18. Las amenazas al Yo interior. El rol maestro-alumno

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«Los pacientes deben experimentar sus introspecciones por sí mismos, en la vida cotidiana fuera de la consulta de su terapeuta».

CARL ROGERS (1902-1987)

El «Yo interior»69 es el «Yo» liberado de todos los condicionamientos70 (condicionamientos actuales, ya que no estamos haciendo referencia a los condicionamientos internalizados dentro de la educación infantil del sujeto, que son imposibles de ser retirados de la estructura del sujeto, porque no sabemos el nivel de profundidad que poseen dentro de la estructura).

Los condicionamientos internalizados ya son parte integrante del Yo general del sujeto y no existe forma alguna de conocer la línea divisoria con el «Yo original», que proviene de la raíz del alma, porque los condicionamientos internalizados operan absolutamente mezclados dentro del sujeto.

Es esencial dentro de la terapia tradicional trabajar los aspectos pertenecientes a los condicionamientos internalizados, pero desde la psicología del misticismo judío afirmamos que es imposible trazar una división tajante dentro de la psique entre los condicionamientos internalizados y la esencia de la raíz del alma. La esencia de la raíz del alma solamente la podemos percibir a través de un trabajo de interiorización profundo que le corresponde realizar a cada sujeto. Es la línea entre Tiferet y Keter en el Universo de Yetzirá.

Es más, creemos que el terapeuta que trabaja desde la psicología del misticismo judío (¿psico-cabalista?) no debe interferir como «amenaza», sino describiendo el Árbol de la Vida, de modo que cada sujeto realice su propio trabajo de introspección personal. Cada intervención del terapeuta tradicional constituye una amenaza y provoca un continuo trabajo de construcción de sistemas mentales defensivos en el sujeto.

Entre el terapeuta y el paciente se puede llegar a una situación determinada donde el paciente se resista a las aperturas que el terapeuta está realizando, y los que hemos sido «pacientes» sabemos las estrategias que tenemos para saltar estratégicamente las «amenazas» del terapeuta. La propia existencia de un terapeuta representa un problema amenazador en el orden del inconsciente, y que llega a ser consciente (después de muchos años) por parte de muchos pacientes. ¿Cómo, entonces, neutralizar la amenaza inconsciente o consciente que provoca la sola presencia del terapeuta?

Es más, para la cábala, la Psicología tradicional trabaja hace años reforzando los sistemas defensivos del sujeto. Podemos haber llegado a un punto muerto en relación a la población sana. Realmente, la Psicología tradicional ha avanzado en los casos patológicos (donde los desequilibrios de la estructura personal son evidentes), pero el «sano» justamente es quien tiene más herramientas disponibles para reducir las amenazas conscientes e inconscientes de la presencia del propio terapeuta.

En definitiva, el misticismo judío trabaja la psicología desde la pedagogía, porque el carácter «pedagógico» del cabalista destruye las potenciales amenazas que un terapeuta le puede producir al paciente; ya que cuando el paciente conoce los sistemas de análisis del terapeuta se establecen círculos viciosos donde se puede llegar a un punto muerto en el análisis. Y se produce entonces la paradoja que la Biná (el Entendimiento) se pone al servicio de la parálisis del ascenso de los niveles de consciencia. La Biná puede crear autojustificaciones bien elaboradas que permiten que el sujeto desarrolle estrategias de evasión de los métodos terapéuticos tradicionales. El centro tiferético del Yo se pregunta: ¿Por qué motivos tengo que desnudar los aspectos más privados de mi personalidad oculta? Es entonces, en ese momento, cuando la Biná comienza a trabajar al servicio de la protección de su Hijo (la Tiferet), y crea las herramientas de autojustificación necesarias para que la información interior del Yo no salga de su ámbito de privacidad.

El paciente conoce, entonces, el discurso y las estrategias de su propio terapeuta, y el «sano» ya se encuentra en un punto muerto. Si la terapia tradicional ha logrado que muchos desequilibrios profundos fueran corregidos, no ha logrado que el «sano» obtuviera mayores niveles de consciencia. El futuro de la Psicología se encuentra en un plan de mejoramiento constante de la población sana.

El terapeuta intenta (y logra) comprender los mecanismos del paciente, pero el paciente también comprende los mecanismos del terapeuta. Entonces, se produce un permanente cambio de roles, donde el paciente, conocedor de las estrategias de «intromisión» del terapeuta, puede neutralizar todo el proceso de autoconocimiento.71 La defensa del centro tiferético por parte de cada uno de nosotros representa una realidad objetiva.

El maestro que trabaja con las enseñanzas de la psicología del misticismo judío, al no operar de forma directa con el paciente (porque no existe un paciente, existe un alumno), se aleja de su rol amenazador, y el alumno se encuentra completamente solo proyectando su existencia dentro de los símbolos que son explicados en la pizarra. Y en silencio, el alumno encuentra sus desajustes interiores sin manifestarlos públicamente, ni al maestro ni a sus compañeros. Sin embargo, en la dinámica de grupos de cábala experimental que he tenido a lo largo de mis últimos años, he comprendido que toda pregunta de un alumno representa directa o indirectamente una preocupación subjetiva que puede permitir una respuesta, la cual, siendo aparentemente objetiva, incluya la propia posición del sujeto. Los interrogantes que aparecen como «objetivos» son siempre directa o indirectamente «subjetivos», y si el maestro logra percibir el grado de subjetividad implícita en el interrogante, puede responder del mismo modo supuestamente «objetivo» para ayudar a resolver el problema oculto de la subjetividad. Son elementos subjetivos que se disfrazan como objetivos no porque son esencialmente objetivos, sino porque protegen la máxima interioridad de la Tiferet del sujeto.

Sin embargo, el sujeto no se desnuda dentro de la clase, sino que mantiene su anonimato, incluso he llegado a oír «a un amigo mío, muy personal, le ha sucedido lo siguiente:…» (Y el amigo imaginario es él mismo). Y aunque el maestro logre comprender que tal amigo no existe, para no crear una amenaza, debe continuar trabajando en clase con dicho amigo imaginario. La proyección del problema en dicho «amigo imaginario» es clave para defender un centro tiferético que desea mantenerse oculto de la mirada exterior. Y la psicología del misticismo judío debe respetar dicha interioridad, porque probablemente el sujeto no está aún en condiciones de percibir la realidad subjetiva manifestándola de forma exterior; algunos aspectos de su interioridad tiferética quedarán siempre ocultos para la sociedad general, porque la clave no es la manifestación exterior social, sino la manifestación individual interior que el sujeto debe realizar de su propia interioridad. La conciencia subjetiva desea exteriormente proteger en la Yesod la imagen social del sujeto de las críticas del entorno, sin embargo, a pesar de esta energía yesódica, siempre opera en un nivel superior la energía tiferética donde el sujeto reconoce su interioridad máxima ajeno a toda posibilidad de exteriorización.

Lo que debemos lograr es que el alumno alcance un grado de honestidad radical interior que le permita trabajar de forma autónoma sus desequilibrios subjetivos. El Yo se defiende de toda amenaza a su interioridad y el misticismo judío respeta la máxima privacidad del sujeto; y al no producir una amenaza determinada libera al sujeto de sus energías psíquicas defensivas.

El maestro, al tratar los asuntos como cuestiones «objetivas» dentro del Árbol de la Vida y sus diferentes dimensiones, hace que el alumno pueda operar con unas herramientas simbólicas y conceptuales aptas para su propio desarrollo individual. Porque uno de los elementos fundamentales de la aplicación psicológica del misticismo judío es el carácter no intrusivo del maestro. El terapeuta deja de ser terapeuta para ser un Maestro (incluso el Maestro va modificando su rol y muchas veces no debe temer ser alumno, creando así un nivel relacional de igualdad con todos los sujetos).

No existe un principio de neutralidad con un terapeuta frente al paciente, porque dicha neutralidad es imposible en términos inconscientes. Por lo que la psicología del misticismo judío propone llevar a las más extremas consecuencias la neutralidad.

El terapeuta puede «auto-engañarse» de su supuesta neutralidad para seguir trabajando, pero es un autoengaño para sostener económicamente su trabajo profesional. El único principio de neutralidad posible que se puede alcanzar es cuando el terapeuta no representa realmente ninguna amenaza, y esto exclusivamente opera dentro de una clase abierta donde el alumno no se siente un «paciente».

El concepto de «paciente» se debe admitir para los casos estrictamente patológicos que requieran de las terapias tradicionales, pero como nosotros trabajamos con la población sana no debemos hacer referencia al concepto de «paciente» sino de alumno.

El rol de paciente debe encuadrarse exclusivamente para lo psicopatológico, pero para la población sana la relación debe ser estrictamente pedagógica. La pedagogía de la psicología del misticismo judío es la llave maestra que nos conducirá a un desarrollo elevado de los niveles de conciencia de los alumnos a partir de su propio crecimiento personal.

Todo paciente, a pesar de encontrar una comprensión terapéutica, puede percibir en el terapeuta un elemento de intromisión dentro de su psique (y no podemos llegar a percibir qué niveles de proyección puede tener el terapeuta sobre sus pacientes).

Al final, lo que se puede provocar es que el terapeuta libere al paciente de sus condicionamientos familiares o sociales para (sin intencionalidad) crear nuevos condicionamientos derivados de las proyecciones del propio terapeuta. Los niveles de manipulación de la psique por parte del terapeuta72 se pueden volver tan peligrosos como los niveles de manipulación religiosos, sociales o ideológicos. Y tenemos que advertir que esto puede suceder sin ningún tipo de intencionalidad por parte del terapeuta.

Si la terapia se transforma en un elemento de dependencia del paciente, entonces hemos modificado la situación de dependencia hacia la figura del terapeuta. El principal problema es que el nivel de manipulación del terapeuta se fundamenta sobre la liberación del sujeto y su independencia. La verdadera liberación de la raíz del alma se produce cuando el Yo, por su propio esfuerzo, trabaja para liberarse del penúltimo manipulador, su propio terapeuta, porque debe intentar superar al último manipulador real que es su propio Yo mental y sus mecanismos de autojustificación racional. Este es el último obstáculo real para un crecimiento indefinido en los niveles de conciencia.

Ahora bien, si el terapeuta desea aplicar los conocimientos derivados de la psicología del misticismo judío, entonces debe lograr que los mecanismos de autoconocimiento sean de tal grado que el sujeto pueda lograr la «honestidad radical» de su raíz del alma. El Yo entonces debe reconocer su esencia en su interioridad. La cábala aplicada a la psicología propone la búsqueda de la máxima interiorización del Yo, o lo que podemos denominar el proceso por el cual el sujeto hace de la Tiferet el centro de identidad. Lo que la psicología del misticismo judío tiene que lograr es que el sujeto pueda operar con mecanismos de crecimiento constante en su interioridad, y no solamente lograr su autonomía.

Dentro del Árbol de la Vida es el centro tiferético73 donde se encuentra nuestra autopercepción no comunicable.74 Los cabalistas (por ejemplo, Najmán de Bratslav) dicen que cada uno muere con su propia verdad y que es imposible comunicar este nivel de verdad interior. El problema no es la comunicación de dicha verdad interior, el problema es conocer la esencia de la raíz del alma, y cuando alcanzamos dicho conocimiento, nos liberamos de todos los condicionamientos existentes.

La cábala

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