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20. La Biná y la Jojmá en el Universo de Yetzirá

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«En cada hombre hay algo precioso que no se encuentra en otro hombre».

RABÍ PINJAS DE KORETZ

Todas las conceptualizaciones que realizamos en realidad son para comprender desde nuestra Biná la realidad del Yo, pero el Yo está completamente fundido en una estructura única integral (no integrada), y como no se encuentra integrada en la psique he ahí el problema, porque lo que debe unir al alma en todos sus niveles es su propia raíz (la Merkabá o núcleo duro de la Biná). ¿Cómo decimos que, por una parte, se encuentra integrada y, al mismo tiempo, decimos que no se encuentra integrada?

Porque la psique trabaja desde la Biná desintegrando las partes para comprender la realidad, y la realidad opera desde una unidad consolidada, por lo que, nos encontramos ante el problema de trabajar fragmentariamente sobre un sistema integrado, y no queremos trabajar de forma integrada porque sabemos que, como cada fragmento conduce automáticamente a otro, la Biná no quiere avanzar más porque pretende comprender de modo autónomo el fragmento que mentalmente ha dividido, de manera que toda división o fragmentación de la realidad le otorga a la psique la ilusión de un control de la realidad, pero no le otorga un conocimiento integral del sistema integrado.

Porque dada la complejidad de la realidad, nuestra Biná (el Entendimiento) no podría soportar un pensamiento donde todas las relaciones existentes entre las partes aparezcan automáticamente dentro de nuestra mente.

La Biná se resiste a comprender la realidad en su totalidad, porque trabaja sobre cada idea de forma fragmentaria, y si bien puede establecer relaciones de dicho fragmento con el resto de la realidad, la Biná es consciente de sus límites a la hora de establecer una relación de dicho fragmento con la totalidad de la realidad. Siendo imposible comprender un «fragmento» en relación a todos los otros fragmentos existentes en la realidad, la Biná nos otorga una seguridad ilusoria al comprender cada fragmento de modo entrópico. Cualquier disolución de los límites de dicho fragmento dentro de la realidad general cosmogónica da como resultado la ineficacia de los sistemas de seguridad mental que nos otorga la Biná. Siendo (por ahora) imposible percibir la interacción de todos los fragmentos entre sí en el marco de una totalidad relacional, la Biná es consciente de su propia insuficiencia a la hora de percibir la realidad si no es de modo entrópico. Estas diferencias de percepción psicológicas entre el funcionamiento de la Biná y la Jojmá del Universo de Yetzirá fueron explicadas magistralmente por el sabio cabalista Ione Szalay (1966-2014) en una de sus obras:84

«El Árbol enseña a distinguir. Distinguir no es solo separar: es saber cómo las cosas se expresan con matices, pero a partir de una unidad. El kabalista distingue para después unificar; pero unificar, desde un lugar verdadero, no es mezclar.

»Uno puede tener mayor propensión a la Biná, y por ende, ser más racionalista, más tradicionalista o disciplinado, y otro puede inclinarse más hacia la Jojmá, esto es, ser más intuitivo, menos formal. Estas son tendencias del intelecto, que resultan necesarias para que las almas se encuentren con el destino o Karma; de lo contrario, no existiría la evolución. Si uno no tuviese que aprender, ¿para qué encarnaría, pues? Se reencarna porque el alma, en su camino, tiene alguna tendencia en particular y otra no resuelta; entonces busca la unidad. La Kabala, precisamente, enseña a reconocer la tendencia básica que uno tiene para después unificarla con la otra. En otras palabras, el aprendizaje del Árbol de la Vida es el aprendizaje de la unidad, de la integración de las fuerzas de tal manera que uno llega a constituirse como un árbol: el árbol es el ser humano; tiene un tronco; y así como las raíces están conectadas a la tierra, nuestros pies también caminan sobre ella, mientras nuestros brazos buscan el cielo.

»Los kabalistas dicen que Keter es la esfera más evolucionada, la más unificada, la más cercana a lo divino. Se la podría comparar con la savia de un árbol, que lo recorre todo, que se encuentra en todo, desde las raíces hasta el fruto y la semilla. Análogamente, el espíritu no está solo en la cabeza, sino también en el pie. Los pies tienen conciencia y uno puede percibir a través de ellos o de sus manos, o a través de todo su cuerpo.

»En resumen, hay una unidad dinámica y el kabalista se sirve de la distinción para llegar a esa unidad. Biná es la distinción, el pensamiento que distingue las cosas, y Jojmá es la unidad, pero siempre van a estar relacionadas, porque si uno percibe, solo la unidad absoluta no puede comunicarse, no puede compartir con el otro, no puede distinguir. Un loco tampoco puede distinguir. Necesitamos distinguir. Necesitamos la razón; no hay, pues, que despreciarla: hacerlo es un gran error.

»Un kabalista decía que hay dos formas de locura: una es perder la razón,85 y la otra es quedarse solamente con la razón.86 Ninguna de estas dos cosas, por separado, sirve; lo que hay que lograr es, como dice la Kabala, una fe razonada, esto es, unir dos cosas, la fe y la razón, en un corazón inteligente. Este es el objetivo del kabalista. Y está representado en el Árbol, a nivel humano, por la interacción de Biná y Jojmá. Cuando ambas columnas se integran armónicamente se revela la esfera de Keter y se produce la gran coronación de nuestra vida».

La psicología, por lo tanto, como todas las disciplinas ha optado por el camino entrópico que otorga seguridad al análisis interior de la psique. La psicología del misticismo judío propone elevarnos de los marcos limitativos entrópicos de la psicología tradicional, para operar sobre magnitudes energéticas superiores en marcos relacionales de la psique con su entorno general.

Sin embargo, cuando operamos desde la Jojmá (la Sabiduría) realizamos el esfuerzo consciente de unificar la realidad comprendiendo (o intentando imaginar) las interconexiones de los diversos fragmentos dentro de una realidad unificada. Cuando uno opera desde la Jojmá psicológica (en el Universo de Yetzirá) está trabajando con un tipo de simbolización que permite comprender las partes como fragmentos de un «Todo integrado». Y justamente el «Yo» es el «Todo integrado» en los universos inferiores. Si somos conscientes de que existe un Árbol de la Vida completo dentro de nuestra estructura, debemos posicionarnos desde fuera de nuestro propio Árbol de la Vida para realmente percibir todas las dimensiones y sus conexiones.

El problema de percibir realmente el sistema como «integrado» es el de conocer las relaciones de los fragmentos, y es justamente aquí donde nos encontramos perdidos dentro de la Biná, debido a que la Biná se concentra y focaliza sobre un fragmento específico de la realidad, y no logra percibir sus relaciones. El problema es más profundo ya que todo «fragmento» se encuentra automáticamente relacionado con el conjunto como un Todo integrado. El problema adicional es que trabajando sobre las «relaciones» del fragmento con los otros fragmentos, la Biná pueda verse desbordada y descontrolada por la cantidad de información que debe relacionar, ya que todas las relaciones de influencia lo son al infinito, y cada vez que algo se mueve provoca automáticamente un movimiento general en el orden cosmogónico, y lo que es más, existen movimientos de todos los fragmentos de forma simultánea, por lo que el funcionamiento de los fragmentos se puede comprender exclusivamente por los niveles de influencia del resto de los fragmentos.

Nuestra Biná (el Entendimiento) puede enloquecer intentando demostrar las influencias de cada fragmento sobre la totalidad del sistema de fragmentación. Como nuestra Biná no puede operar en este complejo nivel relacional, entonces opera situándose dentro de unos dogmas determinados para no perderse dentro de la realidad.

Sin embargo, el sistema de unificaciones constantes que se opera desde la Jojmá es el que puede percibir desde «arriba» las conexiones entre los fragmentos. Como sería un trabajo arduo operar la comprensión de las relaciones fragmentarias desde la Biná, entonces operamos desde arriba, situándonos dentro de las variables más altas de comprensión física.

Siendo las Sefirot las primeras realidades objetivas fragmentadas, entonces podemos decir que todas las fragmentaciones menores se pueden siempre agrupar dentro del símbolo del Árbol de la Vida.

Para comprender nuestro Árbol de la Vida subjetivo (nuestra estructura integral del Yo), debemos situarnos desde el universo superior a Yetzirá, es decir, debemos comprender la realidad desde el Universo de Briá, y sin embargo allí el Árbol de la Vida objetivo opera aún con las variables de tiempo y espacio que condicionan la percepción de la realidad. Entonces subimos más arriba del Universo de la Briá, y nos situamos en el Árbol de la Vida del Universo de Atzilut donde solo existen las puras simbolizaciones de toda la estructura objetiva.

El máximo esfuerzo posible debería ser captar algún destello de la visión objetiva del Ein Sof fuera del vacío. Entonces, para comprender realmente la «psique» (Merkabá) en su máxima interioridad, debemos captar la estructura general del universo (Maasé Bereshit), porque nuestra psique es la conciencia de la existencia producto de las energías provenientes del Ein Sof.

La cábala entiende que el sistema que se manifiesta constituye una integración de sus componentes, es más, visto desde el orden cosmogónico no existen componentes independientes, sino un único sistema integrado.87 La única forma de comprender la realidad (desde la consciencia Alef) es trabajando en la integración constante de la realidad, y este trabajo amenaza directamente el funcionamiento de la psique tal como se viene trabajando hasta ahora, porque la psique divide para comprender,88 y toda división genera automáticamente incomprensión del sistema general que opera como un «Todo integrado». Se podría objetar a este trabajo de unificación constante que es un «imposible» dada la dualidad permanente que vivimos por la escisión de la consciencia y la existencia, sin embargo, para los cabalistas esta dualidad estructural en la que vivimos no debe representar un obstáculo para acceder a los niveles más elevados de la consciencia. Porque el camino de la consciencia subjetiva es infinito. Siendo la consciencia un producto de la misma existencia, la dualidad existencial no es real en términos de la consciencia Alef. En realidad, cuando ya establecemos el objeto de la paradoja, la misma paradoja ha sido resuelta. Las paradojas juegan en el campo de los extremos conceptuales, sin embargo, sabemos que los extremos conceptuales se disuelven cuando encontramos la misma raíz que los sustenta.

Por eso, solamente percibiendo el universo (y la psique dentro de este) como un todo integrado realmente podemos comprender todo el orden manifestado dentro de esta realidad. Realizar el esfuerzo desde la Biná es casi imposible (aunque algún día se pueda llegar con gran esfuerzo a la comprensión racional de las interconexiones generales de todos los fragmentos). El esfuerzo lo debemos realizar en el orden de la Jojmá psicológica operando las Sefirot como raíces arquetipales donde podemos unificar por «arriba» la realidad fragmentaria general.

La cábala

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