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9. Margot
ОглавлениеUna noticia terrible sacudió mi mundo y el de la música unos días después de aquella horrorosa fiesta en casa de David Porter: Jim Morrison acababa de sufrir un infarto en su apartamento de París. Su corazón se paró y para mí fue como perder un trozo de mi juventud.
—Es tan injusto. Primero Janice, luego Jimi y ahora nuestro querido Rey Lagarto —me lamenté con Dotty, que se había quedado al otro lado de mi ventana.
—Mis padres están muy afectados. Papá no ha dejado de mirar las fotos que se hicieron en el último concierto. Ya sabes cuánto lo admiraba.
Volví a poner The end en el tocadiscos y nos quedamos mirando el movimiento de las nubes durante un buen rato. No me podía imaginar un mundo sin él.
Dotty se encendió un cigarrillo al terminar la canción y se sacudió la pena con un par de profundas caladas. La noticia de la muerte de Morrison había sido el único motivo por el que le había abierto la ventana, pero después de compartir la tristeza y un par de canciones de nuestro ídolo, me parecía absurdo cerrarle la cortina como había hecho los días anteriores.
—Ya no estás enfadada conmigo, ¿verdad?
Sí que lo estaba, pero no tanto.
—Me dejaste sola, te acostaste con un chico, te gastaste nuestro dinero en ácido y le dijiste a JC que le compensaría con mi virginidad… Tengo motivos para estar cabreada un mes entero.
—Vale, vale, no me porté bien. Fui una irresponsable y te avergoncé. Lo siento, pero me perdonas. ¿A que sí? —Me dio un empujoncito que me hizo sonreír—. Además, te mueres por preguntarme cómo fue… eso.
—No es verdad —mentí. Quería saber hasta el último detalle de su primera vez—. Bueno, quizá un poco. Seguro que no fue para tanto.
—No, fue mucho mejor. —Me guiñó un ojo y se acomodó mejor en la ventana—. ¿Sabes ese lunar en forma de corazón que tengo aquí? —Se señaló bajo el pecho y yo asentí—. Pues lo volvió loco.
—Pero ¿loco mal? —pregunté, inocente.
—No, Margot. Loco bien.
El relato de su noche y de lo que experimentó en la habitación de invitados de la mansión de David Porter me provocó un cosquilleo por todo el cuerpo. Dotty no escatimó en detalles, algunos demasiado explícitos, y me imaginé cómo sería vivirlo en primera persona. Me sonrojé al pensar en JC haciendo y diciendo todas esas cosas sucias y medio perversas, y me removí incómoda por las sensaciones que me burbujeaban en el vientre y un poco más abajo.
—¡Vamos a ver al bombero! —propuso de pronto. Dio un salto y apagó la colilla.
—¡No! ¿Por qué? —Las mejillas se me encendieron. Me daba vergüenza verlo después de lo que había pasado.
—Le debemos una disculpa.
—Tú le debes una disculpa: vomitaste en su coche. Yo no le debo nada.
—¡Eh! A ti también te trajo a casa —señaló.
No tenía defensa para eso, pero no quería volver a hacer el ridículo delante de él y de sus compañeros. La última vez que estuve en el parque me prometí que no volvería a cometer el mismo error, pero Dotty tenía razón. Era justo que fuéramos a disculparnos.
Mi madre irrumpió en la habitación con el ceño fruncido y los utensilios de limpieza bajo el brazo.
—¿Eso que huelo es tabaco? ¿Estáis fumando?
—No, señora Addams —murmuró Dotty mientras aplastaba la colilla en la hierba bajo la ventana.
—Bien. —Me tendió un par de bayetas y un espray para muebles—. Limpia esto, por el amor de Dios. Y tú deberías hacer lo mismo, Dorothy. —Dotty sonrió y extendió la mano para recibir otro paño—. En tu casa, querida. Limpia en tu casa. Margot no irá hoy a ninguna parte hasta que esta habitación quede reluciente como un espejo.
—¿Y luego? —insistió Dotty y me guiñó un ojo con complicidad—. Habíamos pensado en ir a comer un helado.
—Luego tampoco podrá ser. La mujer del párroco ha pedido nuestra ayuda para la colecta de ropa usada y debemos ir a la iglesia.
—Pero mamá…
—¡«Pero mamá» nada! Tenemos un compromiso con la sociedad más importante que andar por ahí haciendo quién sabe qué. —Le dio la espalda a Dotty para que no la oyera y susurró—: Dios sabe que pasar tanto tiempo en compañía de Dorothy Baker no es bueno para el alma de una chica como tú. Despídete de ella y ponte a limpiar.
Desde que conocí a JC, ir a la tienda de ultramarinos a hacer la compra me producía una agradable inquietud. Los grandes ventanales donde se alineaban las cajas registradoras ofrecían una maravillosa panorámica de la entrada al parque de bomberos y de la actividad de los chicos en el exterior.
No había vuelto a ver a JC desde que nos recogiera en la carretera y me quedé embobada mirándolo jugar a baloncesto con sus compañeros, como si jamás en mi vida hubiera visto a un hombre sudado sin camiseta.
«En realidad no lo has visto nunca», pensé con la boca seca.
—Oye, si no vas a pagar, lárgate —me regañó la dependienta después de repetirme tres veces el total de la compra.
Solté el puñado de billetes arrugados, esperé el cambio sin apartar la mirada de la cancha de básquet improvisada y cargué las dos bolsas de papel repletas hasta arriba.
No había dado ni dos pasos en la acera cuando sus ojos coincidieron con los míos y las bolsas se me cayeron al suelo de la impresión.
—Oh, no, no, por favor. ¡Maldita sea! —mascullé—. Que no me haya visto, que no me haya visto…
—Creo que esto es tuyo —oí a mi espalda, y contuve la respiración.
Miré por encima del hombro, abochornada. JC había recogido uno de los botes de tomate, que había caído rodando calle abajo, y me lo ofrecía junto a una sonrisa deslumbrante. Había tenido el detalle de ponerse la camisa del uniforme, pero las gotas de sudor aún le resbalaban por la frente, y me quedé absorta en ellas hasta que chasqueó los dedos delante de mí.
Cogí el bote sin mediar palabra y cargué de nuevo con las bolsas.
—Decir «gracias» sería lo apropiado. —Abrí mucho los ojos. ¡Esas habían sido mis palabras cuando le llevé la lasaña! ¿Me estaba parafraseando? ¿Se estaba burlando de mí? ¿Cómo se atrevía?
—No hay por qué darlas —respondí muy digna, y emprendí la marcha con piernas temblorosas.
A JC debió de parecerle muy cómica mi actitud, porque soltó una carcajada y me siguió de cerca.
Oírlo reír me aceleraba el corazón.
—«Gracias por llevarnos a casa, gracias por no contárselo a nuestros padres, gracias por soportar que mi amiga te vomitara en el coche…».
Tenía razón, me estaba comportando como una tonta maleducada.
—Está bien. —Me detuve en seco y casi chocó contra mí—. Gracias por todo lo que hiciste. Y… lo siento.
—¿Qué es lo que sientes exactamente?
—Lo de tu coche. Fuiste muy amable al llevarnos, y nosotras… Bueno, Dotty…, ya sabes.
Le restó importancia con un gesto de la mano.
—No te preocupes por el coche: la mancha en la tapicería se quedará ahí para siempre, pero el olor se acabará yendo. —Si pretendía hacerme sentir mejor, no lo estaba consiguiendo—. Era mi deber ayudaros. De verdad que no pasa nada, Margot.
—Claro, tu deber…
—Es lo que hacemos los adultos responsables con niñas alocadas que no saben salir de los problemas en los que se meten.
Ya estábamos otra vez con lo mismo. Me ofusqué y, como era incapaz de contener mis reacciones, lo fulminé con una mirada entrecerrada. También levanté la nariz e hice ese gesto con la cabeza que hacía mi madre cuando se sentía ofendida.
—Adiós, JC.
—Venga, no te enfades. Deja que te ayude con eso. —Trató de cogerme las bolsas, pero me aparté y empecé a andar—. He acabado mi turno. Si esperas un minuto, puedo llevarte a casa.
—No, gracias. Sé caminar sola. Tengo casi diecisiete años, no soy estúpida.
—¿Tienes dieciséis años? —preguntó, pasmado, y retrocedió un paso. ¡Retrocedió!—. Eres… eres demasiado… pequeña.
¡Eso sí que me dolió!
—¡No soy pequeña! ¡Soy toda una mujer, por si no te has dado cuenta! Una niña no tendría unas tetas tan grandes y bonitas, ni un culo respingón como este, ni una piel tan suave. A los chicos de la fiesta les encantó mi piel —mentí. Utilicé lo que me había contado Dotty para defenderme. JC levantó las cejas—. Además, tú tampoco eres un hombre. Eres… eres… la mitad de un hombre. ¡Un mediohombre tonto!
Después de unos segundos de silencio en que solo se oyó mi respiración alterada, preguntó:
—¿La lasaña la hiciste tú de verdad?
—¿Qué? —Parpadeé varias veces sin entender.
—La lasaña. Dijiste que la habías hecho tú. ¿Es verdad?
—Sí, pero ¿eso qué…?
—Estaba muy buena —prosiguió. Sin previo aviso, me arrebató una de las bolsas y me animó a caminar—. ¿Qué más sabes cocinar?
Seguía desconcertada por el cambio de rumbo de la situación, pero JC parecía interesado y a mí se me olvidó por qué gritaba unos minutos antes. Me gustaba tanto la cocina… Me gustaba tanto él…
—Sé cocinar muchas cosas: guisos de verduras, estofados de carne, pasta italiana, pollo frito. Hoy haré costillas con miel y ensalada de col —presumí.
—Suena bien.
—¿Te gustaría probarlas? Mañana puedo llevarte un plato al parque. —Me sonrojé por el atrevimiento y porque sus ojos me miraron de una forma que me hizo sentir diferente—. Si no quieres, no pasa nada.
—No, es decir, sí, pero no creo que sea buena idea. —Era aún más guapo cuando parecía incómodo—. Tendrás que ir a clase, ¿no?
—No, ya estoy de vacaciones.
—Pues, en ese caso, tendrás cosas que hacer con tu amiga.
—¿Con Dotty? —Él asintió y yo respondí con un ademán—. Se va de viaje con sus padres y está ocupada con los preparativos.
—Vaya. ¿Se va mucho tiempo?
—Un par de meses. Van a viajar en furgoneta hasta San Francisco porque el padre de Dotty es artista y… —El interés de JC por mi amiga me hizo dudar—. ¿Por qué quieres saber si se va mucho tiempo? ¿Te interesa Dotty?
—Parece divertida, y es muy bonita. Me preguntaba si…
—Tiene la misma edad que yo. —En realidad, Dotty ya había cumplido los diecisiete, pero eso no tenía por qué decírselo—. ¿Ella no te parece una niña?
—Bueno, sí, supongo que sí, pero…
«Le gusta», resonó en mi cabeza y dejé de escuchar lo que JC estaba diciendo.
No podía reprocharle nada. Dotty era jovial, desbordaba simpatía y su belleza llamaba tanto la atención que cualquier otra chica desaparecía a su lado. Ella no le daba importancia a eso, ni siquiera se daba cuenta de que los hombres la miraban, pero yo sí lo veía. Nunca me había molestado hasta ese momento.
Bufé y le arrebaté la bolsa de la compra.
—Casi hemos llegado. Ya puedo yo. Gracias por acompañarme. Y no te preocupes, no iré a molestarte al parque con mis platos. Me ha quedado claro.
Chasqueó la lengua y puso una mano en mi brazo. El contacto me provocó un estremecimiento y me temblaron las piernas.
—Oye, Margot, no pienses que soy un desagradecido, ¿vale? Me caes bien, eres una buena chica y me encantaría ver todo lo que sabes cocinar, pero soy nuevo en la compañía y estoy a prueba. No puedo permitirme distracciones en el parque, ¿entiendes?
—Entiendo —respondí, y bajé la mirada al contenido de las bolsas.
—No, no lo entiendes. —JC resopló y se llevó la mano a la nuca en un gesto de desesperación—. Yo… tengo que concentrarme en el trabajo y tú… tú me distraes.
—Eso ya lo has dicho. Te distraigo. Vale. Me ha quedado claro: no volveré al parque.
Iba a tener que hacer un registro de las miradas de JC. La que me lanzó en aquel instante estaba cargada de electricidad y de algo que me acarició muy adentro.
—Mira, ¿sabes qué? Quiero probar esas costillas con miel y la ensalada de col. Se me hace la boca agua solo de pensarlo.
—¿En serio? —Volví a experimentar el burbujeo en el estómago y noté el rubor que me teñía las mejillas.
—En serio. Pero si no estoy allí cuando llegues, no me esperes, ¿vale? Le dejas la comida a la secretaria del jefe y ella me la dará. ¿Te parece bien?
Lo estaba haciendo para contentarme, como cuando nuestros vecinos de al lado dejaban que su hijo pequeño manejara la máquina cortacésped después de una rabieta. Solo era una forma de no hacerme sentir mal.
—No tienes que hacer esto.
—¿El qué? ¿Asegurarme de tener una suculenta comida en la mesa?
—No sabes si será suculenta. Ni siquiera sabes si te gustará.
—Oh, cariño, ya lo creo que me gustará.
Se me tuvo que iluminar la cara después de ese «cariño», porque a él le nació una enorme sonrisa y me guiñó un ojo para rematarlo.
No sabía cómo iba a explicarle a mi madre lo del exceso de comida, pero valdría la pena una mentira más.
Por él valdría la pena cualquier cosa.