Читать книгу Deja que entre el sol - Patricia A. Miller - Страница 16
11. Margot
Оглавление—Pastel de pescado y flan de huevo con canela y limón —anuncié orgullosa mientras dejaba sobre la mesa los recipientes con la comida—. He traído un mantelito y una servilleta a juego.
Extendí el retal de lino delante de él y le guiñé un ojo, coqueta. Sus compañeros se reían a hurtadillas y no dejaban de hacer bromas a nuestra costa, pero yo sabía que se morían de envidia. Incluso salivaron cuando les llegó el delicioso aroma del postre.
—Esto no es necesario. Te lo dije ayer y anteayer, y cada uno de los malditos días que has venido al parque —gruñó—. Si quieres traerme la comida, perfecto, pero nada de manteles, nada de servilletas y nada de servirme como si fueras una maldita geisha. ¡Para ya!
Me apartó a un lado, cogió los platos y fue a sentarse a la mesa con el resto de sus compañeros. Algunos le palmearon el hombro, otros se mofaron de él.
Tal vez tuviera razón. Me había tomado demasiado en serio lo de prepararle todas aquellas exquisiteces, pero ¿se me estaba yendo la cabeza con tanta entrega?
La alarma del parque eligió ese preciso momento para resonar por los altavoces y todos, al unísono, arrastraron las sillas y se pusieron en pie. JC ni siquiera me miró. Me quedé en medio de aquella sala, con la servilleta retorcida entre los dedos, observando cómo desaparecían para cumplir con su deber. ¿Siempre sería así? ¿A cualquier hora? ¿En el momento más inesperado?
No podía ponerle nombre a lo que sentí. Fue una presión en el pecho, un nudo en la garganta, una sensación de pérdida, todo a la vez. Bajé la mirada a las manos porque se habían puesto a temblar sin que yo les hubiera dado permiso y, luego, me fijé en su plato, en la comida que con tanto esmero había cocinado para él. El pastel estaba desparramado en la mesa y alguien había destrozado la forma perfecta del flan al hincar un tenedor. El picor de las lágrimas me hizo parpadear para contenerlas.
«Es su trabajo, Margot —me dije—. Tendrás que acostumbrarte».
De pronto, JC entró corriendo en la sala y cogió un trozo del pastel de pescado con la mano. Sin detenerse siquiera, le dio un buen mordisco, lo saboreó con los ojos cerrados y me sonrió. A mí. Me sonrió con la boca llena, y lo supe.
Era él.
Era el amor de mi vida.