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12. JC

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Volví al bar de las afueras de Springfield un par de días más para echar un polvo rápido con la camarera. Era una mujer de treinta años que no veía en mí más que un buen rato y unos cuantos orgasmos liberadores.

Una noche, mientras esperaba a que se fuera la clientela, un grupo de músicos, cargados con sus guitarras, entró en el bar seguido de unas cuantas groupies. Debían de ser habituales del lugar, pues el camarero los saludó con un corto abrazo, les sirvió unas cuantas cervezas y los invitó a chupitos de whisky barato.

No les presté más atención hasta que oí la risa de una de las chicas que acompañaban al grupo. Era Dotty.

La observé durante más de media hora: reía, bailaba, se mostraba completamente desinhibida con los tres tipos que la rodeaban. Debían de rondar la treintena. No le quitaban las manos de encima, y ella disfrutaba con las atenciones, pero entre ellos se miraban como si estuvieran tramando algo, y se me revolvió el estómago al pensar cómo acabaría la noche si no intervenía de inmediato.

—¡JC! —exclamó al verme—. ¿Qué haces tú por aquí?

—Eso mismo me preguntaba yo. —Se tambaleó sobre los tacones y se rio demasiado fuerte. Estaba algo más que achispada—. Deberías estar en casa con tus padres.

—Mis padres han ido a un concierto. Vendrán a recogerme cuando acabe —mintió—. Ahora estoy con mis amigos. Tienen un grupo que es lo más.

Uno de ellos levantó el mentón a modo de saludo, pero lo ignoré. Cuando vi que se acercaba a nosotros, tiré de Dotty hacia la salida.

—Vamos, te llevaré a casa.

—¡No! —Se soltó y retrocedió sonriente—. Entra a tomarte una copa conmigo. Tú invitas.

—No voy a invitarte a una copa ni vas a beber nada más. Apenas puedes mantenerte recta. —La sujeté cuando se inclinó hacia un lado y reposó la cabeza sobre mi pecho. El exceso de maquillaje mezclado con el sudor me dejó una colorida mancha en la camiseta—. Venga, es hora de irse.

—No quiero ir a casa —lloriqueó.

—Ya me lo imagino, pero es mejor que quedarte aquí.

—¿No tienes miedo de que te vomite en el coche otra vez?

—Me da más miedo lo que podría pasarte si te dejo con esa gente.

Dejó escapar una risilla y se aferró con las dos manos a mi antebrazo mientras íbamos de camino al aparcamiento.

—¿Y no temes lo que pueda pasar si dejo que me lleves? —preguntó, melosa.

Estaba flirteando conmigo. Tenía un tono de voz ronco muy seductor y unos labios rojos y atrayentes, como una fresa madura. Llevaba un vestido de figuras geométricas demasiado corto y escotado, y sus pechos, a diferencia de los de Margot, sí eran abundantes, como dos melones.

—No va a pasar nada. —Le abrí la puerta del Buick y le indiqué que subiera con un movimiento de cabeza—. Adentro.

Refregó su cuerpo con el mío y no le importó que el vestido se le subiera al sentarse. Dejó que viera el vértice entre sus piernas, cubierto de encaje amarillo, y se lamió los labios para recalcar la invitación.

Cerré los ojos y respiré hondo un par de veces antes de rodear el coche y ocupar mi sitio. Mi sentido de la responsabilidad se había convertido en un serio problema. Lo supe en cuanto vi cómo Dotty se acercaba hasta quedar pegada a mí.

—Nunca te di las gracias por llevarnos a casa el día de la fiesta —ronroneó, y su dedo trazó círculos sobre mi rodilla—. Tampoco te pedí disculpas por vomitar ahí detrás.

—Margot se encargó de los agradecimientos y las disculpas. No te preocupes. —Le aparté la mano y arranqué el coche—. Ponte el cinturón.

—A Margot le gustas, ¿sabes? —Continué con la vista al frente. Cada vez tenía el vestido más arriba y me estaba poniendo frenético—. Y a mí también me gustaste desde el primer momento.

—Me halagáis, pero creo que deberíais fijaros en los chicos de vuestra edad y hacer solo lo que se espera de las adolescentes.

Dotty emitió una risa cantarina y su mano se deslizó hasta mi entrepierna. Di un volantazo y me detuve en el arcén de la interestatal.

—Pero ¿qué estás…?

Su boca acalló mis protestas. Con un rápido movimiento, se subió a horcajadas sobre mí y presionó sus pechos contra mi cara. Deslizó los tirantes del vestido y se aferró a mis manos para que la tocara. Juro por Dios que intenté recuperar el control, que le pedí que parara, que intenté quitármela de encima, pero no lo conseguí. Me rendí a ella por unos segundos, le devolví los besos con furia, mis dedos se aferraron a su culo y la oí gemir. Se retorció entre mis brazos, me mordió el labio inferior, me sujetó la mano sobre uno de sus pechos para que sintiese la excitación de sus pezones y se contoneó para que el deseo me poseyera. Una curiosa mancha de nacimiento bajo el pecho me llamó la atención. Tenía forma de corazón y era irresistiblemente apetecible.

—¿Quieres comprobar si es de verdad? —Su mano se aferró a mi nuca y me acercó la marca a los labios hasta que el pezón me rozó la nariz—. Bésala, JC. Te mueres por hacerlo.

Solo tardé un instante en reaccionar. La cogí de las axilas y la aparté hasta dejarla lo más alejada posible.

—¡No vuelvas a hacer eso! —la reprendí. Me pasé las manos por el pelo y la fulminé con la mirada al ver que se acercaba de nuevo—. Ni se te ocurra moverte de ahí. ¡Y cúbrete, por favor! Lo último que necesito es que pare alguien y te vea así. ¡Tienes dieciséis años, joder!

—Tengo diecisiete —me rectificó—. Y me deseas. Te has empalmado al besarme, te mueres por hacerme el amor, ¿cuál es el problema? Hagámoslo, disfrutemos. No soy tan inocente como Margot. Ella es dulce y buena, yo soy salvaje y no me asusta el sexo. Venga, JC, nadie lo sabrá. Solo tú y yo.

Era tentadora, y si hubiera sido otra clase de hombre me hubiese rendido a sus encantos. Pero, por mucho que mi cuerpo deseara poseer a esa jovencita rebelde, mi mente no podía consentir algo semejante.

Arranqué el coche y me incorporé a la carretera desierta con un chirriar de ruedas que dejaba clara mi postura. Dotty protestó y me pidió que la llevara de vuelta al bar con sus amigos, pero no iba a complacerla de ninguna manera.

—No sé por qué te pones así. El sexo solo es sexo y Margot no se enterará.

—Deja a Margot fuera de esto. No tiene nada que ver con ella.

—Yo creo que sí. Te gusta, ¿verdad? —Ignoré la pregunta y mantuve la vista al frente—. Claro que te gusta. No quieres hacerle daño. Es muy bonito por tu parte, pero ¿qué hay de lo que tú quieres? Ella no te lo va a dar. No está preparada.

—¿Y tú sí? —Bufé—. Eres igual de niña que ella.

—Yo ya sé lo que le gusta a un hombre y Margot no. Si me dejas que te lo enseñe…

Le aparté la mano una vez más.

—Pensé que era tu mejor amiga.

—¡Y lo es! Pero estamos en 1971, somos jóvenes, libres, el sexo es maravilloso. ¡La vida es maravillosa! ¡Hagamos el amor, JC! No tiene que enterarse de lo nuestro.

—No hay un «lo nuestro», Dotty. No existe, que te quede claro. —Detuve el coche a un par de casas de la suya—. Lo que ha pasado ha sido un error y no volverá a repetirse de ninguna forma.

Se quedó en silencio unos segundos en los que pensé que se bajaría del coche, pero nada más lejos de sus intenciones.

—Eres un soso —gruñó de una forma muy infantil—. Y un aburrido. Me pregunto qué diría Margot si le dijera que me has besado y te has vuelto loco manoseándome.

—¿Quieres hacerlo? ¡Bien! Hazlo. Ahora, baja del coche y vete a dormir.

Fui muy brusco, lo reconozco. Incluso la aplasté un poco al abrirle la puerta para que saliera cuanto antes. Pero tenía motivos para serlo. Esa pequeña arpía pretendía manipularme y me amenazaba con contarle a Margot lo que había pasado. ¡Como si a mí me importara lo que pudiera pensar Margot!

Recosté la cabeza en el asiento y suspiré. Hubiera dado cualquier cosa por retroceder en el tiempo y tomar el camino a mi casa en vez de ir a aquel bar.

—No voy a contárselo —susurró antes de salir—. No quiero hacerle daño. Ni a ti tampoco.

—Muy considerada —ironicé, y ella se rio.

—Sois tal para cual. —Salió del coche haciendo equilibrios sobre los zapatos, cerró la puerta con suavidad y se apoyó en la ventanilla—. Será perfecta para ti cuando se suelte un poco. Y tú serás perfecto para ella cuando dejes de mirarla como a una niña. Estoy convencida.

Deja que entre el sol

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