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10. JC

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¿Qué iba a decirle? Esa chica tenía unos ojos tan expresivos que no había podido resistir su mirada decepcionada.

«Es un problema».

No quería perder el tiempo con ella, tenía cosas mejores en las que centrarme, pero cuando me dijo que tenía unas tetas bonitas dejé de respirar. Desde entonces, no había podido pensar en otra cosa. No eran tan grandes como presumía. Eran pequeñas pero firmes, y, a pesar del sujetador, se le marcaban unos pezoncitos de lo más apetecibles. Me los imaginé del color de las cerezas maduras y tan dulces como un baño de almíbar…

—¡Joder! ¡Tiene dieciséis años! —me reprendí a mí mismo en un susurro.

Pero recordar constantemente su edad no me impidió ponerme duro. Yo tenía veinte, no era un joven imberbe. ¡Ya sabía cómo eran unas tetas! Y sin embargo…

—Maldita sea…

Cambié de postura en el camastro del parque e intenté conciliar el sueño. Otra noche más de guardia.

—¿No puedes dormir, novato? —me preguntó Charlie desde la litera de arriba—. Ten, coge esto. Te entretendrá un poco.

Me tiró una revista y resoplé al ver de qué se trataba.

«Estupendo, lo que me faltaba».

En la portada había una chica con grandes pechos y unos labios muy sensuales en una posición muy sugerente. Llevaba un pequeño corsé de encaje que no dejaba nada a la imaginación y se mantenía sobre unos zapatos de tacón que desafiaban a la gravedad. Podría haber sido el remedio a mi frustración sexual, pero no hizo más que agravar el embrollo de pensamientos que me tenían despierto a aquellas horas de la noche. Porque donde había una modelo sexy yo veía a una jovencita pícara, donde había una boca sensual yo veía unos labios tiernos que nadie había besado, donde había maquillaje yo veía auténtico rubor en unas mejillas que aún no habían perdido la inocencia.

—¿A que te pone a cien, chico? —se interesó Charlie—. Eso sí es una mujer.

Le sonreí de medio lado para que me dejara en paz y fingí un bostezo.

Si cerraba los ojos, podía ver a Margot mordiéndose el labio, ajena a lo que eso me provocaba. ¡Hasta le había preguntado por la lasaña con tal de que dejara de hacerlo! Lo malo era que oírla hablar de comida me excitaba, joder, me aceleraba el pulso de una manera muy absurda.

«Tiene dieciséis años, JC, es una mocosa. Céntrate».

Centrarme, eso era lo que debía hacer. Mi padre me estaba presionando, quería averiguar todos los detalles sobre mis progresos en el parque; tenía contacto directo con mi capitán y estaba al corriente de cada movimiento que hacía. Era asfixiante, pero lo hacía por mi bien. Si se enteraba de que perdía horas de sueño por pensar en una niña, me pondría a cargar mangueras cada segundo de mi tiempo libre.

Tenía que dejar de pensar en Margot, pero me moría por saber con qué plato me sorprendería al día siguiente y cómo de cortos serían sus pantalones.

Deja que entre el sol

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