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14. JC

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A Margot le gustaba esperarme a la sombra del viejo roble que había a la entrada del parque. Siempre traía varias fiambreras repletas de deliciosas elaboraciones y se sentaba a leer hasta que llegaba la hora de comer o de cenar, según el turno.

Los chicos se habían acostumbrado a ella y habían dejado de gastarme bromas a su costa, menos cuando soltaba alguna de sus ocurrencias. Hasta el capitán tenía que contenerse para no estallar en carcajadas.

Yo me resistía a ella. Me sentaba a su lado, me comía sus platos en silencio y la escuchaba parlotear sin cesar hasta que llegaba el momento de continuar con mis tareas o de salir a atender alguna emergencia. Cada vez que la miraba, con esos ojos oscuros enormes, con esos labios tan apetecibles y esas blusas que se le pegaban a los pechos, me venía la imagen de Dotty en el coche y la sangre me hervía. Si hubiera sido Margot, no hubiese podido detenerme.

«Tiene dieciséis años, recuérdalo. Es una niña, tiene dieciséis años, JC».

Pero era complicado recordarlo. Ella no se daba cuenta del efecto que causaba en mí; se reía, se apartaba el pelo con la mano, se tocaba el cuello con descuido, y yo fingía que solo era una muchacha parlanchina que llenaba los minutos de historietas de adolescente. Fingir era una tortura, porque, en realidad, me moría por ser yo quien le apartara el pelo, quien le acariciara el cuello y quien la hiciera reír. Y eso, por extraño que pudiera parecer, me enfurecía.

La primera vez que la abracé, sentí algo muy extraño.

Había dispuesto el mantel sobre la pequeña parcela de hierba a espaldas del edificio y habíamos improvisado una merienda tipo pícnic. Estaba eufórica, había recibido la primera carta de Dotty y me leyó algunos fragmentos en los que le hablaba de los lugares tan curiosos que estaba visitando con su familia y de los hippies con los que iban. Se me detenía el corazón cuando se quedaba callada y leía en silencio. A veces fruncía el ceño y negaba con la cabeza, otras me miraba por encima de los papeles y se ruborizaba.

Estaba claro que había partes de aquella carta que hablaban de mí, y yo cruzaba los dedos mentalmente para que Dotty cumpliera con su palabra y no le contara a Margot lo que pasó.

—Hogueras bajo las estrellas, bailar con la luna, ver salir el sol por el horizonte… Ojalá hubiera podido ir con ella, ojalá mis padres fueran como los suyos.

—¿Qué tienen de malo tus padres?

—Son insoportables, no me dejan hacer nada.

—No me lo creo —discrepé—. Vienes aquí todos los días sola, sales con tus amigas, tienes dinero para comprarte discos y refrescos…

—Pero yo quiero viajar, descubrir el mundo, explorar… cosas nuevas. —Se le colorearon las mejillas y cogí aire poco a poco para calmarme—. En octubre cumpliré diecisiete, el año que viene me graduaré y solicitaré una plaza en la universidad de Nueva York. ¡No puedo llegar allí sin haber vivido! Quiero ser como Dotty: atrevida, seductora, traviesa…

—No tienes que ser como Dotty, Margot. Ella es como es y tú eres tú.

Bajó la mirada al trozo de servilleta que retorcía entre los dedos y su voz sonó triste.

—¿Y cómo soy?

Me acababa de meter en un lío.

—Eres divertida, inteligente, servicial. —Resopló y puso los ojos en blanco—. ¿Qué? Eres atenta y despierta y, a veces, no mides las palabras, pero eso te hace más graciosa.

—¿Qué quiere decir que no mido las palabras? —se ofuscó.

—Pues que dices lo primero que te viene a la cabeza. Como cuando le sugeriste a Charlie que fuera al médico para tratarse lo de las ladillas.

—¡Es que no dejaba de rascarse todo el rato!

—O cuando felicitaste al capitán por el embarazo de su mujer.

—¡Dios mío! Eso fue horrible. Pero es que su esposa tiene una barriga tan grande…

Reí de nuevo al recordarlo. Fue una metedura de pata desternillante.

—¿Lo ves? Eres una chica muy graciosa.

—Pero yo no quiero ser graciosa, quiero ser atractiva, seductora, peligrosa. Quiero que los chicos me miren como miran a Dotty. ¿Sabes cómo te digo?

Sí, tenía una ligera idea de lo que decía, y no me gustaba. Margot era demasiado inocente para parecerse a su amiga.

—A mí me gustas así, ¿eso no vale?

Puede que lo dijera por salir del compromiso o puede que fuera cierto, pero en cuanto las palabras salieron de mi boca me di cuenta de que no había sido una buena idea. A Margot se le iluminó la mirada y el rubor volvió a teñirle las mejillas. Se mordió el labio inferior y tomó impulso para abrazarme. Fue la primera vez que mantuvimos un contacto tan estrecho, la primera vez que la tuve entre los brazos, que le olí el pelo, que le rocé la piel de la cintura con los dedos. Fue la primera vez que sentí el deseo de tenerla, de desnudarla y de enseñarle lo que era el placer.

«Dieciséis, JC. Dieciséis».

Al final, resultó un abrazo incómodo, no solo por la postura forzada, sino por lo que desencadenó.

—Te has quedado muy callada. ¿Qué pasa? —le pregunté para disimular que a mí también me había afectado un contacto tan directo. Se encogió de hombros y jugueteó con las briznas de hierba que había bajo el árbol—. ¿Cuál es el problema?

—No hay ningún problema.

—¿Entonces? ¿A qué viene esa cara? —Picoteé del emparedado de carne que me había traído para merendar y bebí de mi refresco sin apartar la mirada de ella—. Cuéntamelo.

—Vale, pero no te rías, ¿de acuerdo? —Hice un gesto sobre el corazón en señal de promesa—. Graciosa, divertida, sin filtro, inocente, atenta, despierta, pero no has dicho ni una sola palabra de las que importan. ¿Te dejarías seducir por mí?

¡Joder! El bocado se me quedó atascado en la garganta y el acceso de tos por poco me mata. Margot me golpeó la espalda con suavidad, pero su contacto me quemó la piel por encima de la camisa del uniforme. En esos momentos, prefería tenerla lejos.

—¿Estás bien? —se preocupó—. No deberías comer tan rápido.

«Y tú no deberías preguntar esas cosas. ¡Eres una cría!», quise gritarle.

—¿Por qué…, por qué quieres saber si…?

—Por curiosidad. Mis amigas hablan de seducir a todas horas. Y hablan de sexo, de lo que hacen con los chicos, de lo que sienten, de cómo enloquecen…

—¿Con dieciséis años?

—Algunas ya tienen diecisiete. Me gustaría tanto ser como ellas…

—No tienes que ser como las demás. Tienes que ser tú misma.

—Sí, pero ellas ya han estado con chicos y a los chicos os gustan las chicas que ya han…, que ya han…, eso, ya sabes.

—También nos gustan las chicas dulces e inocentes como tú.

—¿Te acostarías con una chica dulce a inocente si te lo pidiera?

—Bueno, si me sintiera atraído por ella y se dieran las circunstancias…

Me di cuenta demasiado tarde de que aquello era una trampa y de que yo había caído en ella con todo el equipo.

—¿Te acostarías conmigo?

Me pasé las manos por el pelo, desesperado. Hubiera sido un alivio que la alarma del parque sonara en ese instante, pero no hubo suerte. Ella seguía esperando una respuesta. Tenía los ojos expectantes, y los labios hinchados de las veces que se los había mordido mientras se planteaba si hacer o no la pregunta.

¿Cómo era posible que me hubiera metido en semejante lío?

¿Cómo era posible que se me pasara por la mente la idea de decir que sí?

«Me acostaría contigo ahora mismo».

—No deberías ir por ahí haciendo esas preguntas, Margot. No es propio de una chica decente. —Me levanté con agilidad y me sacudí los pantalones—. Será mejor que vuelva a…

—A las chicas decentes también les gusta el sexo. Además, ya sé cómo es vuestra cosita.

—¿Nuestra cosita?

Señaló mi entrepierna y volví a toser.

—El padre de Dotty iba desnudo por su casa a veces y su madre nos contó qué pasaba entre un chico y una chica. No creas que soy una tonta.

—Sé que no lo eres.

Pero sí era inocente, y su falta de filtro podía meterla en serios problemas.

—¿Vosotros también sentís las cosquillas aquí?

Se llevó la mano a la parte baja del vientre y maldije. ¿Cosquillas? Lo que yo notaba no eran cosquillas, precisamente. Eran pisadas de elefante que me recorrían el cuerpo. El placer podía ser muy doloroso.

—Me niego a hablar de esto —murmuré—. Creo que será mejor que te vayas. Te estarán esperando en casa.

Se resignó con un pequeño suspiro que me incendió más por dentro. Estaba a punto de explotar, de hacer una locura, de buscarme la ruina. Estaba a punto de abalanzarme sobre ella y demostrarle lo que pasaba de verdad cuando un hombre le hacía el amor a una mujer.

—Mis padres se van mañana a un congreso de comerciales —comentó mientras recogía los restos de la merienda—. A lo mejor te gustaría venir cuando acabes tu turno.

«¿Qué?».

Me quedé mirándola como si no hubiera entendido nada de lo que había dicho, como un bobo. Margot me estaba invitando a pasar la tarde en su casa, con ella, a solas. «¡No, no, no!». Después de la conversación que acabábamos de tener, me vinieron a la mente un millón de imágenes de lo que podría suceder y no supe cómo reaccionar ni qué decir. Titubeé unos segundos, pero fueron suficientes para que ella lo entendiera.

—Está bien, no pasa nada.

¿Por qué siempre me sentía tan mal cuando adoptaba ese tono dócil y afligido? ¡Yo no había hecho nada malo! Al contrario, trataba de protegerla.

Me quedé muy quieto mientras ella se alejaba del parque con aquel contoneo de caderas que hacía volver la mirada a cualquiera.

—La tienes en el bote, novato. —Bernard Campbell, el cincuentón de la compañía, me rodeó con el brazo y silbó con admiración—. Ojalá mi mujer viniera a traerme la comida vestida así. ¿Qué digo? Ojalá mi mujer fuera así. Tienes suerte.

—Es una chiquilla —repetí, como tantas otras veces.

—Una chiquilla que te tiene loco. —Se rio muy fuerte y llamó la atención del resto, que no tardaron en acercarse—. El novato dice que la chica es una niña, pero tiene la polla más tiesa que un Halligan.[1].

—Ella es una niña, tú eres un niño… Podéis jugar a las casitas juntos, ya me entiendes.

Gavin Ross hizo un gesto obsceno con la mano al que siguieron muchas carcajadas.

—No es una niña, Gallagher, es una señorita —dijo Barry O’Connors—. Solo es cuatro años menor que tú. Invítala a salir, bésala y disfruta de la vida, chico.

—¡Sí, eso, bésala! —gritó Charlie.

—Cásate con ella, novato —me sugirió Campbell—. Una mujer que cocina así bien vale el sacrificio del matrimonio.

—Yo no me casaré nunca —sentencié, cabreado. Otra vez era el centro de atención.

—Bobadas, ya te darás cuenta de lo importante que es tener a alguien al lado, sobre todo si es capaz de levantarte el ánimo como esa chica.

—¡El ánimo y otras cosas! —voceó de nuevo Charlie.

Volví al interior del parque en cuanto comenzaron a hacer comentarios obscenos sobre las curvas de Margot. No quería oírlos. Por alguna razón, me afectaban demasiado.

Ella me afectaba demasiado, y la única forma de solucionarlo era poniendo fin a sus visitas al parque.

[1]. Herramienta especial usada por los bomberos y las fuerzas policiales. (N. de la A.)

Deja que entre el sol

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