Читать книгу Deja que entre el sol - Patricia A. Miller - Страница 25
20. JC
Оглавление¡No, no, no! Pero ¿qué demonios estaba haciendo? ¿En qué momento había perdido el control de la situación? Solo quería comprobar que la piel de su mejilla era tan suave como me la imaginaba, que sus labios estaban tan calientes como me los imaginaba… Incluso con el rímel ensuciándole la cara, era preciosa, y mis caricias inocentes solo querían demostrárselo.
«No son tan inocentes, Gallagher», me susurró la voz de mi conciencia, con razón.
Y entonces ella jadeó y se mordió el labio inferior con los ojos apretados. Su cuerpo se había encendido y tenía tan poca experiencia que ni siquiera sabía lo que le estaba ocurriendo. Cada vez que cogía aire y arqueaba la espalda, sus pechos se apretaban contra la tela del vestido y se le marcaban los pezones. Podía haber estirado la mano y haberla acariciado un poco más en ese punto, podía haberla besado para que dejara de tentarme con esos labios enrojecidos, podía haberle dado la satisfacción plena con solo deslizar mi mano entre sus muslos, pero elegí salir del coche y caminar hasta el borde de Calhoun Mountain.
—Mierda, mierda —mascullé, y pateé algunas piedras que se despeñaron ladera abajo.
No había pegado ojo en toda la noche. Me había dedicado a mirarla mientras dormía, a alimentar al monstruo que había en mi interior, ese que me gritaba que me lanzara a por ella sin pensar en las consecuencias.
«Ya no es una niña, es una mujer».
«Solo tiene cuatro años menos que tú».
Debería haberla llevado a su casa, pero me dejé embaucar por unos ojos oscuros y una cara de ángel que me perseguiría hasta el mismísimo infierno.
De pronto, el claxon de mi coche sonó un par de veces y vi a Margot cruzada de brazos con el ceño fruncido. «Hasta de malas pulgas es bonita». Sonreí sin querer y a ella le temblaron los labios en una sonrisa disimulada.
—¿Estás bien? —le pregunté de regreso al coche.
—¿Por qué te has ido?
—Estaba tomando un poco de aire. No me he alejado.
—Pero ¿y si te hubiera necesitado aquí? —«Me necesitabas, créeme, por eso me he ido», quise responderle—. ¿Qué me ha pasado? Me he sentido como si…, como si…
—Como si fueras a explotar.
—Sí, algo así. Pero ¿por qué?
«Porque hay una fiera dentro de ti que quiere salir».
No respondí a su pregunta. Prefería que contestara ella a las mías.
—¿Te ha gustado?
—Sí. —Se ruborizó y se mordió el labio con candidez. Esos gestos me provocaban tanto dolor que el roce de los calzoncillos me estaba matando—. Me ha gustado mucho. Ha sido muy… intenso. Y estoy como… como…
—¿Flotando?
—Sí, flotando. Y húmeda. ¿Es normal?
«¡Joder!».
¿Por qué me decía esas cosas? Yo no quería hablar de la humedad de sus bragas, tampoco quería iniciar una conversación sobre lo que le pasaba a una mujer cuando tenía un orgasmo. Me incomodaba. Mi función no era ser el mentor sexual de nadie, no iba a iniciar en el sexo a una adolescente que acababa de tener su primer clímax. Rotundamente, no.
Sin embargo, a mi lado salvaje le encantaba la idea de susurrarle palabras obscenas al oído y provocarle tantos orgasmos como fuera posible. Quería verla gritar mi nombre mientras yo me grababa el suyo bajo la piel.
«¡No, ya basta!».
—Te llevaré a casa. Es tarde y tengo que estar en el parque dentro de media hora.
—¿Hoy trabajas? —preguntó, sorprendida.
—Sí, señorita.
—Pero si es domingo y no has dormido.
—Sí he dormido —mentí. Margot levantó una ceja, suspicaz—. Vale, solo un poco, pero da igual. El deber es el deber, aunque sea domingo.
—¿Y si te quedas dormido en medio del rescate de un gatito atrapado en la copa de un árbol?
—Eso no va a pasar —repliqué. Casi no podía contener la risa, pero ella hablaba en serio y me aclaré la garganta para disimular—. Beberé café al llegar. No me dormiré.
—¿Solo café? Tendrás que desayunar, ¿no?
—Comeré cualquier cosa en el parque.
—Como si hubiera algo en esa nevera con lo que alimentarte —murmuró, y tras unos segundos pensativa, añadió—: Te haré café, zumo y tostadas, y tal vez prepare bollos también. Te lo llevaré todo al parque dentro de un rato. Mis padres aún estarán dormidos. No se enterarán.
—¡Por Dios, Margot! ¿Intentas cebarme?
—No, intento que no puedas vivir sin mí.