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14. El nacimiento de Hermes, Apolo, Ártemis y Dioniso

a. El enamoradizo Zeus yació con numerosas ninfas descendientes de Titanes o de dioses y, después de la creación del hombre, también yació con mujeres mortales. Nada menos que cuatro grandes deidades olímpicas fueron engendradas por él fuera del matrimonio. Primero engendró a Hermes con Maya, hija de Atlante, que parió a su hijo en una cueva del monte Cillene, en Arcadia. Después a Apolo y Ártemis con Leto, hija de los Titanes Ceo y Febe, transformándose a sí mismo y a su amante en codornices mientras copulaban.1 Pero la celosa Hera envió a la serpiente Pitón para que persiguiera a Leto por todo el mundo y ordenó que no pudiera dar a luz en ningún lugar donde brillara el sol. Montada en las alas del Viento del Sur, Leto llegó finalmente a Ortigia, cerca de Délos, donde dio a luz a Ártemis, quien nada más nacer ayudó a su madre a cruzar los angostos estrechos, y allí, entre un olivo y una palmera que crecían en el lado septentrional del monte Cinto, dio a luz a Apolo tras nueve días de parto. Délos, que hasta entonces había sido una isla flotante, quedó firmemente anclada en el mar y por sumo decreto nadie puede morir ni nacer allí; de ahí que las embarazadas y los enfermos sean trasladados en barco a Ortigia.2

b. La maternidad de Dioniso, otro hijo de Zeus, se atribuye a varios nombres: unos dicen que fue Deméter, o lo;3 otros que Dione; otros que Perséfone, con quien Zeus copuló en forma de serpiente; y otros dicen que su madre fue Lete.4

c. Pero la leyenda más común es la siguiente: Zeus, disfrazado de mortal, mantenía un romance secreto con Sémele («luna»), hija del rey Cadmo de Tebas. La celosa Hera, disfrazándose de vecina anciana, aconsejó a Sémele, embarazada ya de seis meses, que hiciera una petición a su misterioso amante: que dejara de engañarla y se mostrara tal y como era en su verdadera forma. ¿Cómo, si no, podía saber que no se trataba de un monstruo? Sémele siguió el consejo y, cuando Zeus rechazó su petición, le negó la entrada en su lecho. Enfurecido, Zeus se manifestó como rayo y trueno y la consumió. Pero Hermes salvó al feto de seis meses cosiéndolo dentro del muslo de Zeus para que alcanzara allí los nueve meses necesarios antes del nacimiento y naciera a su debido tiempo. Por eso a Dioniso se le llama el «dos veces nacido» o el «hijo de la doble puerta».5

1. Aparentemente, las violaciones de Zeus se refieren a las conquistas helénicas de los antiguos templos de la diosa, como el del monte Cilene, y sus matrimonios a la antigua costumbre de otorgar el título de «Zeus» al rey sagrado del culto del roble. Su hijo Hermes, engendrado de la violación a Maya —uno de los títulos de la diosa Tierra en su aspecto de Vieja—, no fue originalmente un dios, sino la virtud totémica de un pilar o un cúmulo de piedras fálico. Estos pilares eran el centro de una danza orgiástica en honor de la diosa.

2. Un componente de la divinidad de Apolo parece haber sido un ratón oracular —Apolo Esmínteo («Apolo-Ratón») figura entre sus primeros títulos (véase 158.2)— al que se consultaba en un santuario de la Gran Diosa, lo que explica quizás por qué nació en un lugar donde nunca brillaba el sol, a saber, el mundo subterráneo. Los ratones estaban asociados con la enfermedad y su curación, por eso los helenos adoraban a Apolo como dios de la medicina y la profecía. Más tarde se decía que nació al pie de un olivo y una palmera en el lado septentrional de un monte. Lo consideraban hermano gemelo de la diosa del nacimiento Ártemis, y su madre era Leto —hija de los Titanes Febe («luna») y Ceo («inteligencia»)—, que era conocida en Egipto y Palestina como Lat, diosa de la fertilidad de la palmera y el olivo; de ahí que fuera llevada a Grecia por el Viento del Sur. En Italia se convirtió en Latona («reina Lat»). Su disputa con Hera sugiere un conflicto entre los primeros inmigrantes de Palestina y las tribus nativas que adoraban a una diosa Tierra diferente. El culto del ratón, que parece haber llevado con ella, echó buenas raíces en Palestina (Samuel 1, vi.4 e Isaías lxvi. 17). La persecución de Apolo por la serpiente Pitón recuerda el uso de serpientes en las casas romanas y griegas para combatir a los ratones. Pero Apolo era también el fantasma del rey sagrado que había comido la manzana —puede que la palabra Apolo se derive de la raíz abol, que significa «manzana», y no de apollunai, «destruir», que es la opinión más aceptada.

3. Ártemis, originalmente una diosa orgiástica, tenía como ave sagrada a la lasciva codorniz. Seguramente grandes bandadas de codornices habían hecho de Ortigia un lugar de descanso en su emigración primaveral hacia el norte. La leyenda de que Délos, lugar de nacimiento de Apolo, había sido hasta entonces una isla flotante (véase 43.3) puede responder a una falsa interpretación de un informe de que su lugar de nacimiento se había fijado ahora oficialmente, pues en Homero (Ilíada iv. 101) se le llama Licégenes, «nacido en Licia», y los efesios se enorgullecían de que había nacido en Ortigia, cerca de Éfeso (Tácito: Anales iii.61). Y tanto los tegiranos de la Beocia como los zosteranos del Ática lo reclamaban como hijo nativo (Estéfano de Bizancio sub Tegira).

4. Probablemente Dioniso empezó siendo un tipo de rey sagrado a quien la diosa sacrificaba ritualmente con un rayo en el séptimo mes después del solsticio de invierno y al cual devoraban las sacerdotisas (véase 27.3). Esto explica que se le atribuyan diversas madres: Dione, diosa del roble; lo y Demé ter, diosas del cereal; y Perséfone, diosa de la muerte. Al llamarle «Dioniso, hijo de Lete», Plutarco alude a su último aspecto como dios del vino.

5. La fábula de Sémele, hija de Cadmo, parece registrar la acción radical emprendida por los helenos de Beocia para terminar con la tradición del sacrificio real: el Zeus olímpico confirma su poder, toma bajo su protección al rey condenado y destruye a la diosa con el mismo rayo que hasta entonces había sido de ella. Así, Dioniso se convierte en inmortal después de haber renacido de su padre inmortal. A Sémele se le rendía culto en Atenas durante las Leneas, el Festival de las Mujeres Salvajes, cuando una vez al año se sacrificaba en su honor un toro que representaba a Dioniso cortándolo en nueve trozos. Uno de los trozos se quemaba y los demás se los comían crudos las adoradoras. El término Sémele se explica normalmente como una variante de Selene («luna»), y nueve era el número tradicional de sacerdotisas de la luna que participaban en tales festividades orgiásticas —como las nueve que aparecen bailando alrededor del rey sagrado en las pinturas de una cueva en Cogul—, y nueve son también las que mataron y devoraron al acólito de San Sansón de Doi en la época medieval.

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