Читать книгу Los mitos griegos - Robert Graves - Страница 4
ОглавлениеPrólogo
Robert Graves (1895-1985) fue poeta, novelista, ensayista y traductor de algunos textos clásicos latinos y griegos. Lo fue por este orden, más o menos, como atestigua su extensa y variada obra. Sin ninguna duda, él se consideró siempre ante todo como un poeta (como un poeta que escribía novelas y otros libros en prosa para ganar dinero). Y, además, un sensible estudioso y un fantasioso visitante del mundo antiguo, un amante tenaz de la literatura griega y latina, y del mundo mítico e histórico del pasado más clásico, que evocó en brillante prosa algunas figuras y temas clásicos en novelas, ensayos y estudios donde mezclaba erudición y fantasía poética. Entre estos trabajos doctos destaca, tanto por su amplitud como por su minuciosa erudición, Los mitos griegos. La obra se publicó por vez primera en 1955, en dos volúmenes, en la acreditada y popular serie de Penguin Books. Este repertorio mitológico, elaborado con una sólida documentación, es decir, con un cotejo exhaustivo de las fuentes antiguas, y con una notable claridad expositiva, se convirtió pronto en un manual muy difundido, que ha tenido numerosas ediciones y traducciones a varias lenguas. Desde su aparición se ha mantenido como un ameno «best seller», que sigue conservando su utilidad como un excelente libro de divulgación y de consulta a medio siglo de distancia.
La extensa obra literaria de Robert Graves muestra muy claramente su larga relación intelectual y afectiva con el mundo de la Antigüedad clásica. En su juventud fue a Oxford con una beca para cursar estudios clásicos, unos estudios que no llegó a completar, al tener que alistarse como combatiente en la Primera Guerra Mundial, una experiencia que le marcaría para siempre, y que dejó vivazmente relatada en su bien conocido relato autobiográfico Adiós a todo eso, de 1929. Pero desde esos años mantuvo un sólido nivel de conocimientos de las lenguas y literaturas clásicas. De ello dan testimonio, tanto como sus Mitos griegos, una serie de novelas históricas, algunas traducciones y unos cuantos ensayos, además de una serie de ecos sueltos en sus poemas. Sus novelas históricas, y muy especialmente las de tema griego y romano, le dieron a Graves una amplia fama popular. Recordemos los nombres y fechas de edición de las cinco: Yo, Claudio (1934); Claudio, el dios, y su esposa Mesalina (1935); El conde Belisario (1938); El vellocino de oro (1944); y La hija de Homero (1955). Basta con citar los títulos para advertir cómo en ellas evoca épocas distintas y distantes. Desde el mundo imperial de la Roma augústea, y el bizantino de la época de Justiniano, hasta el escenario mítico de los viajeros Argonautas y una idílica corte siciliana donde una joven princesa escribe la Odisea, atribuida casi siempre al viejo Homero.
Todas estas novelas fueron escritas antes de la edición de Los mitos griegos. (La hija de Homero se publica el mismo año que éstos.) Las dos últimas, como Los mitos griegos, las escribió en Mallorca, en el pueblo costero y escarpado de Deyá, donde Robert Graves pasó casi la mitad de su larga vida. Recordaré que en el primer capítulo de El vellocino de oro, titulado curiosamente «La isla de las naranjas», hay un sutil homenaje al paisaje de la isla (más de Mallorca que de Creta, como indica la alusión a las naranjas, desconocidas de los griegos). Robert Graves es un excelente novelista histórico, por su capacidad para recrear escenas y personajes de una gran vivacidad y dramatismo, sobre la pauta de los documentos históricos antiguos. Eso se ve muy bien en Yo, Claudio, la más lograda de la serie (sobre los testimonios de Tácito y Suetonio Graves recrea un mundo de impresionante fuerza dramática y psicológica, presentando bajo una luz muy favorable y de modo muy original la figura del emperador Claudio, que es el narrador y el protagonista), y en El vellocino de oro (inspirado en el relato épico del poeta helenístico Apolonio de Rodas, Argonautiká, o «El viaje de los Argonautas»).
Después de 1955 Graves escribió dos breves libros para jóvenes, Greek Gods and Heroes (1960) y The Siege and Fali of Troy (1964), dos relatos de mitos griegos para un público juvenil, algo muy usual en la tradición británica. Tradujo varios autores clásicos latinos: La metamorfosis de Lucio de Apuleyo (1950), la Farsalia de Lucano (1956) y las Vidas de los doce Césares de Suetonio (1957), y dio una versión de la Ilíada titulada The Anger of Achilles (1959). Publicó también algunos curiosos artículos de tema clásico, como los reunidos en Los dos nacimientos de Dioniso (traducidos al español en 1980). Y algunos excelentes cuentos de tema romano y griego, que están recogidos en su libro El grito (traducido en 1983).
La contraportada de la edición inglesa de Los mitos griegos insiste en recordarnos la afortunada combinación de Classical scholarship («erudición filológica») y de anthropological competence (sagacidad antropológica) que su autor había demostrado ya en obras como La diosa blanca y en El vellocino de oro. No está mal esa alusión a dos de las obras de trasfondo mitológico más conocidas de Graves, pero conviene precisar que aquí no pretendió mostrarse tan original como en los alegatos célticos y matriarcales de La diosa blanca ni recrear, en un nuevo formato novelesco, una famosa y antigua saga épica, como había hecho con la de Jasón y los Argonautas, tras la estela del poeta helenístico Apolonio de Rodas. Los mitos griegos es un repertorio muy bien compilado de los relatos míticos helénicos, que se vuelven a contar con excelente precisión y claros detalles, sin introducir elementos fantásticos en una muy ordenada disposición. Y en una narración desde luego muy bien programada, con seria erudición filológica y atención antropológica. (Más tarde, en 1964, y en colaboración con un acreditado hebraísta, R. Patai, R. Graves publicó The Hebrew Myths [«Los mitos hebreos»], una compilación paralela, pero, en mi opinión, bastante menos lograda. Graves también publicó alguna novela histórica de tema bíblico, su Rey Jesús.)
Pasemos a glosar los rasgos más sobresalientes de Los mitos griegos en cuanto enciclopédica compilación de mitología destinada a un libro de consulta y lectura. Los relatos míticos se presentan distribuidos en dos tomos, el primero dedicado a los dioses y el segundo a los héroes. Luego los sucesivos artículos quedan ordenados por figuras y ciclos temáticos, con un número de ordenación, y luego de cada personaje se van contando, uno tras otro, los episodios, motivos o secuencias, designados con una letra. Se recogen así, con un fino análisis, las variantes de cada mito, puesto que es un rasgo característico de una mitología como la griega, transmitida por poetas a lo largo de una extensa tradición de siglos, la riqueza de variaciones menores y muy significativas en muchos temas. Después de esa gradual exposición de los motivos se citan las fuentes clásicas que los atestiguan, con una ejemplar precisión. Esta manera de recontar los mitos permite una fácil visión y análisis de sus componentes (tanto de los motivos míticos que Jung llamaba «mitologemas», como de los «mitemas» o secuencias básicas narrativas de C. Lévi-Strauss). Una narración mítica se compone de esos elementos menores, y es muy importante para un entendimiento de la misma facilitar el análisis.
Como tercer apartado, en cada capítulo, viene la glosa o comentario con el que Graves intenta explicar los trazos más extraños y curiosos del mito, aquellos rasgos de intención simbólica que él considera que el entendido en mitos debe descifrar al lector. Esta sección, que es la más original, resulta también la más discutible, porque aquí Graves echa mano de un vasto saber antropológico que enlaza con su fantasía poética. Hallamos aquí ecos de los libros de Sir James Frazer y de Jane Harrison, que él debió de leer en su juventud, estudios muy ligados a las teorías hermenéuticas de la llamada «Escuela de Cambridge», y a sus propias ideas acerca del matriarcado primitivo y los cultos lunares preolímpicos. Estas explicaciones, que son curiosas siempre, y muy a menudo pintorescas, son ingeniosas y con ribetes poéticos, muestran el interés de Graves por la antropología y la arqueología, pero están muy ligadas a sus fantasías y a sus ideas sobre los orígenes de la mitología helénica que nos parecen ahora bastante discutibles. El lector debe ver las como unos comentarios sugerentes, pero mucho menos objetivas que los relatos tan pulcramente recogidos en los apartados anteriores.
Creo que podríamos suscribir aquí el comentario de uno de sus biógrafos:
«En Los mitos griegos encontramos los dos lados de Graves, el empírico y el romántico-mágico, trabajando el uno junto al otro. Por una parte tenemos, en la parte explicativa del texto, en el detalle, incontables ejemplos de la insistencia de Graves en su tesis del matriarcado, pero, por otra, encontramos en su introducción el siguiente comentario: La verdadera ciencia del mito debería comenzar por el estudio de la arqueología, la historia y la religión comparada, no en el consultorio del psi coterapeuta. Aunque los junguianos sostienen que «los mitos son revelaciones originales de la psique preconsciente, informes involuntarios acerca de acontecimientos psíquicos inconscientes», el contenido de la mitología «no era más misterioso que las modernas propagandas electorales» (Martin Seymour-Smith, Robert Graves. His Life and Work, Londres, Abacus, 1983, pág. 461).
En efecto, junto a un respeto constante a los datos de los textos antiguos, esas consideraciones teóricas que Graves añade no dejan de parecer bastante simplistas. Podríamos decir que la teoría mitológica puede quedar al margen de lo esencial en esta obra. Pues rechazar de plano el simbolismo junguiano para atenerse luego a un ingenuo evemerismo (es decir, suponer que los mitos reflejan hechos históricos o prehistóricos reales, recubiertos luego de una retórica y nomenclatura fantasiosa) y rastrear supuestos ecos de un matriarcado original sumergido bajo los moldes impuestos por la religión patriarcal indoeuropea (por más que haya todavía adeptos de esta teoría matriarcal) no parece una sólida base para la exégesis mítica. Y Graves se da cuenta de que el gran mérito de su minucioso y muy bien programado estudio está en su exposición objetiva y erudita de los datos de manera clara y completa. Así viene a decirlo en su prólogo: «Mi método ha consistido en reunir en una narración armoniosa todos los elementos diseminados en cada mito, apoyados por variantes poco conocidas que pueden ayudar a determinar el significado, y en responder a las preguntas que van surgiendo, lo mejor que puedo, en términos antropológicos o históricos. Me doy cuenta de que ésta es una tarea demasiado ambiciosa para que la emprenda un solo mitólogo, por extenso y arduo que sea su trabajo». Los mitos griegos es el resultado de un trabajo muy bien pensado y muy laborioso, que tiene como indudable atractivo su claridad narrativa. Aquí se ve bien cómo su autor es un escritor de singular talento, un avezado narrador que sabe relatar las arcaicas historias conservando todo su extraño encanto y su frondosa variedad, destacando los detalles originales y el dramatismo ingenuo de las tramas. Algo que es esencial para quienes gustan de escuchar —y leer— estos antiguos relatos griegos.
La palabra «mito» se utiliza ahora con muchos sentidos un tanto confusos, sobre todo en los medios de comunicación. Por ello quizás convenga subrayar su significación más precisa: los mitos son relatos tradicionales que cuenta la actuación extraordinaria de dioses y héroes en tiempos prestigiosos y lejanos, en acciones y gestos de carácter paradigmático e interés colectivo. Son hechos fabulosos referidos a un pasado que de algún modo proyecta su sombra en el presente. Un pasado que puede ser primordial, cuando hablamos del surgir de los dioses y la configuración del mundo, o más próximo, cuando tratamos de los héroes famosos de generaciones más próximas, como los de la época, los que lucharon en torno de Tebas o de Troya. En todo caso siempre se trata de otro tiempo, un illud tempus, en el que dioses y semidioses estaban más cercanos y se trataban con cierta familiaridad. Esos relatos míticos fueron, para los griegos antiguos, narraciones ligadas a sus creencias religiosas, o bien «las historia sagradas de la tribu», alojadas en el país de la memoria popular. Por eso conservaron a lo largo de siglos su halo de «relatos memorables» que se transmite de generación en generación. Una de las características más notables de la mitología griega es su larga tradición. Desde Homero, que no es un comienzo, sino un epígono de la tradición mítica oral, hasta los mitógrafos últimos, como el erudito Apolodoro, van muchos siglos, más o menos mil años. Por otra parte, debemos recordar que en el mundo griego los guardianes de los mitos fueron los poetas, inspirados por las Musas y criticados por algunos filósofos, y no los sacerdotes, más destinados a ejecutar los ritos y ceremonias religiosas. De ahí la notable diversidad de algunos relatos y la vivacidad y el fuerte dramatismo de los mismos. Los mitos se asemejan a los cuentos populares, a esos cuentos maravillosos que en muchas culturas parecen un sucedáneo de la fantasía mitológica. Pero se distinguen de esos cuentos fabulosos por ese carácter divino o heroico de sus actores, personajes del panteón politeísta o de las sagas heroicas de lejanas raíces en tradiciones locales. Los grandes mitos se narraron por toda Grecia, gracias en parte a la épica antigua, pero hubo también mitos menores, más locales, y variantes míticas restringidas.
Los grandes géneros de la literatura griega, como la épica y la tragedia clásica, se nutrieron de ese fondo mítico, y también lo hizo en gran medida la antigua lírica coral. Y el arte plástico griego y romano. Una y otra vez, en variadas formas, la poesía recontaba los mitos y los reinterpretaba. En muy varias formas se repiten las figuras de los antiguos dioses y los famosos héroes, que con esos hechos míticos dieron su forma definitiva a la vida civilizada. De ahí la notoria importancia que ese legado narrativo mitológico ha conservado en nuestra cultura. A nosotros se nos ha perdido todo su contexto ritual y todo el trasfondo religioso, que podemos rastrear en investigaciones arqueológicas, y los mitos se nos presentan como fragmentos y ecos, más o menos prestigiosos, de esa cultura griega que aún percibimos como enormemente atractiva en la distancia y los comienzos de la cultura europea. Pero, todavía así, esos arcaicos mitos conservan aquello que los configuraba como memorables: su sentido simbólico y su extraña seducción. Forman parte de un imaginario, un viejo tesoro de fábulas con figuras divinas y heroicas, que mantiene un fuerte poder de seducción.
El texto de Robert Graves ha logrado congregar, de manera muy bien ordenada y completa, todas esas narraciones, y volver a contarlas, punto por punto, secuencia tras secuencia, con un brillante estilo, mantenido con esa fresca narración algo de su frescor antiguo. Quiero acabar citando, ya que destaca bien este aspecto, unas líneas de J. L. Borges, que escogió una versión reducida de Los mitos griegos para uno de los libros de su «Biblioteca personal» (en 1985) y escribió en su breve prólogo: «Para casi todos los helenistas, sin excluir a P. Grimal, los mitos que registran son meras piezas de museo o fábulas curiosas o antiguas. Graves los estudia cronológicamente y busca en sus cambiantes formas la evolución gradual de verdades vivas que no ha borrado el cristianismo. No se trata de un diccionario, se trata de una obra que abarca siglos y que es imaginativa y orgánica».
Breve nota bibliográfica. Casi todas las novelas de Robert Graves están traducidas y publicadas en Edhasa, con numerosas reimpresiones. Los mitos griegos y Los mitos hebreos fueron publicados en español en Alianza Editorial (con varias reediciones). El texto breve de Los mitos griegos está en Ariel (1999) y La guerra de Troya en El Aleph (2001). También está traducida y editada en Edhasa la biografía de Richard Percival Graves, Robert Graves, Biografía, 1895-1940 (1992. Hay una edición inglesa más amplia, en tres tomos, 1995). La ya citada biografía de Martin Seymour-Smith es algo anterior, de 1983, pero de excelente factura. También han escrito sobre la vida de Graves en Mallorca sus hijos, Guillermo Graves, en Bajo la sombra del olivo (Olañeta, 1997) y Lucía Graves (Mujer desconocida, Seix Barral, 2000). En el volumen colectivo publicado por el Círculo de Bellas Artes en Madrid, 2002, con motivo de un homenaje y una exposición de fotos y libros dirigida por Aurora Sotelo, titulado Robert Graves. Una vida de poeta, están recogidos algunos interesantes ensayos sobre la vida y la personalidad de Graves.
Carlos García Gual