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1. El mito pelasgo de la creación

a. En el principio Eurínome, diosa de Todas las Cosas, surgió desnuda del Caos, pero no encontró una base sólida en la cual apoyar sus pies, así que separó el mar del cielo danzando sola sobre las olas. Danzó en dirección al sur, y el viento que se creaba a su paso pareció algo nuevo y distinto, apropiado para comenzar una obra de creación. Volviéndose, atrapó este viento del norte, lo frotó entre sus manos y he aquí que apareció la gran serpiente Ofión. Eurínome siguió bailando para entrar en calor, su danza cada vez más y más salvaje, hasta que Ofión, invadido por la lujuria, se enroscó entre esos miembros divinos y se vio impelido a copular con ella. Este viento del norte, también llamado Bóreas, fertiliza por eso las yeguas que con frecuencia toman sus cuartos traseros al viento y conciben potros sin ayuda alguna de semental.1 Fue así como Eurínome quedó encinta.

b. Después tomó la forma de una paloma y anidó en las olas, y, llegado el momento, puso el Huevo Universal. A petición suya Ofión se enroscó siete veces en este huevo hasta que rompió y se dividió en dos mitades. De él salieron sus hijos, todo lo que existe: el sol, la luna, los planetas, las estrellas, la Tierra con sus montañas y ríos, sus árboles, hierbas y todas las criaturas vivientes.

c. Eurínome y Ofión establecieron su morada en la cima del monte Olimpo, donde él la ofendió afirmando ser el creador del universo. Acto seguido ella le golpeó la cabeza con el talón, le arrancó los dientes de un puntapié y lo desterró a las oscuras cavernas subterráneas.2

d. Después la diosa creó las siete potencias planetarias, poniendo cada una de ellas bajo el control de un titán y una titánide: Tía e Hiperión para el sol; Febe y Atlas para la luna; Dione y Crío para el planeta Marte; Metis y Ceo para Mercurio; Temis y Eurimedonte para Júpiter; Tetis y Océano para Venus; Rea y Crono para Saturno.* 3 Pero el primer hombre fue Pelasgo, progenitor de los Pelasgos. Surgió del suelo de Arcadia y fue seguido por varios otros a los que enseñó a construir cabañas, alimentarse de bellotas y hacer túnicas con piel de cerdo como las que siguen utilizando las gentes humildes de Eubea y Fócida.4

1. No obstante, en este arcaico sistema religioso no existían los dioses ni los sacerdotes, sino sólo una diosa universal y sus sacerdotisas, siendo las mujeres el sexo dominante y el varón una víctima asustada. La paternidad no era un honor, la fecundación se atribuía al viento, a la ingestión de habas o al hecho de tragarse accidentalmente algún insecto; la herencia era matrilineal y se consideraba a las serpientes encarnaciones de los muertos. Eurínome («vagar sin límite») era el título de la diosa como luna visible. Su nombre sumerio era Iahu («paloma suprema»), título que más tarde pasó a Jehová como creador. Fue en su forma de paloma como Marduk la cortó simbólicamente en dos en la Fiesta de la Primavera en Babilonia, cuando inauguró el nuevo orden mundial.

2. Ofión, o Bóreas, es la serpiente demiurgo del mito egipcio y hebreo. En el primitivo arte mediterráneo la diosa aparece constantemente en su compañía. Los pelasgos nacidos de la tierra, que al parecer se consideraban nacidos de los dientes de Ofión, quizás fueran originariamente el pueblo neolítico de las «vasijas pintadas» que llegaron a Grecia desde Palestina alrededor del año 3500 a.C., y a quienes los primeros helenos —inmigrantes llegados de Asia Menor cruzando las Cíclades— encontraron ocupando el Peloponeso setecientos años después. Pero el término «pelasgo» llegó a aplicarse de forma vaga a todos los habitantes prehelénicos de Grecia. Así Eurípide (citado por Estrabón: v.2.4) dice que los pelasgos adoptaron el nombre de «danaides» a la llegada a Argos de Dánao y sus cincuenta hijas (véase 60./). Las severas críticas a su licenciosa conducta (Herodoto: vi.37) se refieren seguramente a la costumbre prehelénica de orgías. Estrabón cuenta en el mismo párrafo que los que vivían cerca de Atenas eran conocidos con el nombre de pelargi, que significa «cigüeña», quizás por ser ésta su ave totémica.

3. Los Titanes («señores») y las Titánides tenían sus equivalentes en las as trologías babilonia y palestina, donde eran deidades que regían los siete días de la sagrada semana planetaria, y es posible que fueran introducidas por los cananeos o los hititas, colonia que se asentó en el istmo de Corinto a principios del segundo milenio a.C. (véase 67.2), o incluso por los primeros helenos. Pero cuando se abolió en Grecia el culto a los Titanes y la semana de siete días dejó de aparecer en el calendario oficial, su número, según algunos autores, se redujo a doce, seguramente para hacerlos corresponder con los signos del zodíaco. Hesíodo, Apolodoro, Estéfano de Bizancio, Pausanias y otros dan listas incongruentes de sus nombres. En el mito babilonio los regentes planetarios de la semana —a saber, Samas, Sin, Nergal, Bel, Beltis y Ninib— eran todos varones excepto Beltis, la diosa del Amor. Pero en la semana germánica, que los celtas habían tomado del Mediterráneo oriental, el domingo, el martes y el viernes estaban regidos por Titánides y no por Titanes. A juzgar por el carácter divino de las parejas de hijos e hijas de Éolo (véase 43.4) y el mito de Níobe (véase 77.7), cuando el sistema llegó por primera vez a la Grecia prehelénica desde Palestina se decidió emparejar a una Titánide con un Titán como una forma de salvaguardar los intereses de la diosa. Pero no pasó mucho tiempo antes de que los catorce quedaran reducidos a una compañía mixta de siete. Las potencias planetarias eran las siguientes: el Sol, que representaba la iluminación; la Luna, el encantamiento; Marte, el crecimiento; Mercurio, la sabiduría; Júpiter, la ley; Venus, el amor; Saturno, la paz. Los astrólogos griegos clásicos estuvieron de acuerdo con los babilonios y adaptaron los nombres a Helio, Selene, Ares, Hermes (o Apolo), Zeus, Afrodita y Crono, cuyos equivalentes latinos, mencionados anteriormente, siguen dando nombre a las semanas italiana, francesa y española.

4. Al final, mitológicamente hablando, Zeus se tragó a los Titanes, incluida su primitiva identidad, ya que los judíos de Jerusalén adoraban a un Dios trascendental formado por todas las potencias planetarias de la semana. Esta teoría se encuentra simbolizada en el candelabro de siete brazos y en los Siete Pilares de la Sabiduría. Según Pausanias (ii.20.9), los siete pilares planetarios, instalados junto a la tumba del Caballo en Esparta, estaban adornados al modo antiguo, y posiblemente guardaban relación con los ritos egipcios introducidos por los pelasgos (Herodoto: ii.57). No es seguro que los judíos tomaran prestada esta teoría de los egipcios, o que fuera al contrario, pero el llamado Zeus Heliopolitano, del que habla A. B. Cock en su Zeus (i.570-76), era del tipo egipcio y llevaba bustos de las siete potencias planetarias como ornamentos frontales de su envoltura corporal, y frecuentemente también bustos de las restantes potencias olímpicas como ornamentos posteriores. Una estatuilla en bronce de este dios fue hallada en Tortosa, España; otra en Biblos, Fenicia; y una estela de mármol de Marsella muestra seis bustos planetarios y una figura de cuerpo entero de Hermes —a quien se le otorga suprema importancia en las estatuillas—, supuesto inventor de la astronomía. En Roma, Júpiter fue aclamado igualmente como dios trascendental por Quinto Valerio Sorano, aunque allí no regía el sistema semanal como en Marsella, Biblos y (probablemente) Tortosa. Pero nunca se permitió que las potencias planetarias influyeran en el culto olímpico oficial por ser consideradas no griegas (Herodoto: i. 131) y por tanto antipatrióticas. Aristófanes (La paz, 403 y ss.) hace decir a Trígalo que la Luna y «el Sol, ese viejo villano», están tramando una conspiración para traicionar a Grecia y entregarla a los bárbaros persas.

5. La afirmación de Pausanias de que Pelasgo fue el primer hombre es una prueba de la continuidad de una cultura neolítica en Arcadia hasta la época clásica.

Los mitos griegos

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