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Prefacio

Desde la revisión de Los mitos griegos en 1958 he vuelto a meditar sobre el borracho dios Dioniso, sobre los Centauros y su contradictoria fama de sabiduría y fechorías, así como sobre la naturaleza de la ambrosía y el néctar de los dioses. Estos temas están muy ligados entre sí porque los Centauros adoraban a Dioniso, cuyo desenfrenado festín de otoño se conocía como «la ambrosía». A estas alturas ya no creo que cuando sus Ménades corrían furiosas por los campos, despedazando animales y niños (véase 27./), jactándose después de haber hecho el viaje de ida y vuelta a la India (véase 27.c), estuvieran sólo bajo el efecto embriagador del vino o cerveza de hiedra (véase 27.3). Las pruebas de mi afirmación, recopiladas en mi obra What Food the Centaurs Ate (Steps, Cassell & Co., 1958, pp. 319-343), indican que los Sátiros (miembros de tribus cuyo tótem era la cabra), los Centauros (miembros de tribus cuyo tótem era el caballo) y sus Ménades utilizaban estas bebidas para poder tragar una droga muy fuerte, un hongo silvestre llamado amanita muscaria que produce alucinaciones, desenfreno sensual, visiones proféticas, aumento de la energía erótica y notable fuerza muscular. Después de varias horas de experimentar este éxtasis sobreviene un estado de inercia total, fenómeno que explicaría la historia de Licurgo, según la cual, armado sólo con un aguijón, derrotó al embriagado ejército de Dioniso, compuesto de Sátiros y Ménades, tras su victorioso regreso de la India (véase 27.e).

La amanita muscaria aparece grabada en un espejo etrusco a los pies de Ixión, un héroe tesalio que degustaba ambrosía entre los dioses (véase 63.b). Existen otros mitos (véanse 102, 126, etc.) que Concuerdan con mi teoría de que sus descendientes, los Centauros, comían este hongo. Y según algunos historiadores, más tarde lo utilizaron los feroces guerreros nórdicos berserks, para mostrar un ardor imparable en la batalla. Ahora estoy seguro de que tanto la «ambrosía» como el «néctar» eran hongos alucinógenos, al menos la amanita muscaria, y probablemente también otros, sobre todo un hongo pequeño y alargado que crece entre el estiércol llamado panaeolus papilionaceus, que produce agradabilísimas e inofensivas alucinaciones. Otro hongo similar aparece en un jarrón ático entre las pezuñas del centauro Neso. En los mitos la ambrosía y el néctar estaban reservados para los «dioses», que debieron de ser reinas y reyes sagrados de la época preclásica. El delito del rey Tántalo (véase 108.c) fue violar el tabú al invitar a plebeyos a compartir su ambrosía.

Los reinados sagrados masculinos y femeninos se extinguieron en Grecia, y al parecer la ambrosía pasó a ser el elemento secreto de los Misterios Eleusinos y Órfícos, además de algunos otros asociados con Dioniso. En todo caso, sin embargo, los participantes juraban mantener secreto sobre todo lo que comieran o bebieran, tenían visiones inolvidables y se les prometía la inmortalidad. La «ambrosía» pasó a ser el premio que se concedía a los ganadores de la carrera a pie olímpica cuando se les dejó de otorgar la dignidad de rey. Consistía en una mezcla de alimentos cuyas letras iniciales, tal como demuestro en What Food the Centaurs Ate, formaban la palabra griega que significa «hongo». Las recetas mencionadas por los autores clásicos para el néctar y el cecyon, la bebida mentolada que tomaba Deméter en Eleusis, también componen la palabra griega para «hongo».

Yo mismo he probado el hongo alucinógeno psylocibe, una ambrosía divina que se utiliza desde tiempos inmemoriales entre los indios ma satecas de la provincia de Oaxaca, en México. Allí escuché a los sacerdotes invocar a Tlaloc, dios de los hongos, y tuve visiones trascendentales. Así pues, estoy totalmente de acuerdo con R. Gordon Wasson, el descubridor norteamericano de este antiguo rito, en que las ideas europeas sobre el cielo y el infierno pueden muy bien provenir de misterios similares. Tlaloc fue engendrado por el rayo, como lo fue Dioniso (véase 14.c), y en el folclore griego, como en el masateca, todos los hongos tienen el mismo origen; de ahí que en ambos idiomas se les llame proverbialmente «alimento de los dioses». Tlaloc llevaba una corona de serpientes, tal como Dioniso (véase 27.a). Tlaloc tenía un lugar de refugio bajo el agua, y Dioniso también (véase 27.e). Posiblemente la salvaje costumbre de las Ménades de arrancar la cabeza a sus víctimas (véanse 27.f y 28. d) se refiera alegóricamente a arrancar la cabeza de los hongos sagrados, ya que en México jamás se come el tallo. Leemos también que Perseo, rey sagrado de Argos, abrazó el culto a Dioniso (véase 21.i) y dio nombre a Micenas por un hongo que encontró en aquel lugar, debajo del cual brotaba una corriente de agua (véase 73. r). El emblema de Tlaloc, como el de Argos, era un sapo. En el fresco de Tepentitla aparece Tlaloc, y de la boca del sapo brota una corriente de agua. Por tanto, ¿en qué época entonces entablaron contacto las culturas de Europa y América Central?

Estas teorías requieren una investigación más a fondo, por lo que no he incluido mis últimos descubrimientos en el texto de la presente edición. Agradecería de todo corazón la ayuda de algún experto en la materia.

R. G.

Deiá, Mallorca, España

1960

Los mitos griegos

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