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Refinamiento e inteligencia

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Si una persona quiere alcanzar sus metas o cumplir sus deseos, tiene dos opciones: actúa de manera refinada o de manera inteligente. Suelen confundirse o meterse en el mismo saco estos dos términos. Pero se trata de dos cosas completamente diferentes.

El refinamiento puede reconocerse por diferentes características. En primer lugar, lo reconocemos en el hecho de que persigue siempre una meta referida a su propio yo y egocéntrica que preferimos ocultar. Solamente actuamos de manera refinada cuando perseguimos una meta egoísta. Una de estas metas puede ser la idea personal de algo. Por ejemplo, si queremos con astucia conducir a nuestros semejantes a hacer esto o aquello porque estamos convencidos de que es correcto. Utilizamos a nuestros semejantes al obligarlos, por medio de trucos, a vivir su vida según nuestras ideas.

Solamente recurrimos a trucos cuando queremos realizar nuestras ideas a costa de los demás.

Si amáramos a nuestros semejantes, no intentaríamos engañarlos, sino que los aceptaríamos y toleraríamos así como son. Al fin y al cabo son seres libres y pueden vivir su vida como lo consideren correcto.

La falta de tolerancia y aceptación nos induce a actuar de manera refinada.

También reconocemos a las personas refinadas porque intentan esconder sus verdaderas intenciones y se muestran de manera totalmente diferente a como son en realidad. Fingen con la esperanza de que si actúan artificialmente les permitirá alcanzar más fácilmente sus metas. Si nos engañan, manipulan y explotan no nos lo dicen. Se visten elegante y seriamente y son muy amables y atentos con nosotros. Pero la fachada cae rápidamente, tan pronto uno los contradice o no participa en su juego.

Otra característica del refinamiento se presenta cuando transmitimos informaciones censuradas, manipuladas o extraídas de su contexto, de modo que obtienen un sentido completamente diferente. Por eso recomiendo no fiarse nunca de lo que ha sido dicho, sino controlarlo todo personalmente.

La mayoría de las personas no son conscientes de lo que están diciendo o haciendo ni de las consecuencias que resultan de ello.

Otra característica del refinamiento es el hecho de que decimos una cosa, pero opinamos otra. Por ejemplo, queriendo mostrarnos interesados, le preguntamos a nuestros semejantes como están. Pero en realidad no nos interesa. Únicamente lo preguntamos porque todo el mundo lo hace como un gesto de buena educación. Hoy en día se considera moderno y de buena educación lograr sus metas a través de trucos. Incluso en talleres de solicitud de trabajo nos enseñan cómo engañar al futuro empleador para que nos ofrezca una puesto. En un sinnúmero de libros y revistas nos enseñan cómo engañar a nuestra futura pareja al momento de conocerla. Ahí aprendemos los trucos para causar una buena impresión y transmitir la mejor imagen de nosotros mismos. Según los autodesignados expertos, logramos este cometido al ocultar nuestros faltas interiores y exteriores y mostrar únicamente nuestros lado amable. Pero ¿qué valor tienen un contrato laboral, una amistad o una convivencia basados en mentiras y engaños?

Un buen trabajador no necesita de trucos para encontrar un puesto de trabajo. Si no es aceptado en la entrevista, no es mala suerte para él, sino una pérdida para la empresa. Tarde o temprano encontrará a un empleador digno que sabrá valorarlo. Igualmente, una persona honesta y buena encontrará en todas partes nuevos amigos, así como una buena pareja.

En el momento que encontramos a la pareja adecuada, no necesitamos trucos. Nos acepta como somos. Solo las personas equivocadas para nosotros nos rechazan.

El bien no necesita de trucos.

Existen otras características para reconocer a las personas refinadas:

1. No aceptan casi nada y controlan casi todo.

2. Controlan todo por miedo y porque quieren dominarlo todo.

3. Son personas nerviosas e intranquilas.

4. Siempre están pensando en su propias ventajas.

5. No dan nada, sino que solo invierten en sus propias metas.

El actuar de manera refinada no nos conduce a la felicidad.

Ser refinados nos hace infelices, solitarios y enfermos.

Ya hemos aprendido lo que significa el refinamiento. Pero ¿qué es entonces la inteligencia?

Hay desafortunadamente un gran malentendido según el cual la inteligencia se puede medir y demostrar a través de pruebas de inteligencia (CI). Pero estas pruebas únicamente examinan la capacidad del cerebro de procesar informaciones. Si bien es cierto que algunos de nosotros utilizan más sus capacidades que otros, esto poco tiene que ver con la verdadera inteligencia. Aquí tiene su origen también otro gran malentendido, muy difundido, según el cual una persona que alcance un alto puntaje en estas pruebas es alguien altamente inteligente y, por ello, una persona mejor. Esta idea errada induce a muchas personas a sentirse superiores a las demás, solo porque han logrado un alto puntaje en el test de inteligencia. Por otro lado, esta falsa noción de inteligencia lleva a otros a dudar de sí mismos al no alcanzar un puntaje alto.

Esta es la idea humana de la inteligencia. Pero la inteligencia verdadera está en contacto directo con la sabiduría divina y no puede ser ni comprendida ni demostrada por el saber o por científicos.

La inteligencia no nace del ser humano y por ello no puede ser evaluada, medida o demostrada por él.

La verdadera inteligencia es la capacidad de realizar las leyes originales de la creación. Es la capacidad de vivir en armonía y al unísono con las leyes de la creación de Dios.

Una persona inteligente trata a todos y todo con amor, respeto, dignidad, solidaridad, compasión y dulzura. Trata de comer solamente aquello que ha crecido sin violencia contra los animales y la naturaleza. Solamente habla cuando tiene que decir algo verdadero. Nunca invierte, sino que regala lo que tiene de corazón, sin pedir algo a cambio.

Dios es la mayor inteligencia de toda la creación. Es amor incondicional, desinteresado e ilimitado.

Por este motivo, las personas inteligentes son generosas, desinteresadas y serviciales.

Un ser inteligente es quien supera el mal y actúa para lograr el bien.

Cuanto más superemos nuestro ego, tanto más inteligentes, pacíficos y armoniosos seremos.

¡La armonía es la consonancia con el bien!

El triunfo del amor sobre el ego

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