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Corazón e intelecto

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El intelecto es un instrumento que está familiarizado principalmente con lo mundano. Consiste y nace de la materia y, por ello, solamente conoce y reconoce la materia. Podemos confirmarlo en el hecho de que primero tenemos que percibir y analizar los acontecimientos para llegar a una conclusión. Por decirlo de manera diferente, el intelecto se entera de los acontecimientos a posteriori, cuando ya en muchas ocasiones es demasiado tarde. Depende de las experiencias y las conclusiones que de ella se desprenden. Primero tiene que vivir una experiencia para luego analizarla. Solamente cuando ha extraído algún conocimiento de ello, puede aportar algo a posteriori. De esta manera, el intelecto tiene un saber de las cosas solo después de ocurridas. De esta laguna del conocimiento resultó finalmente lo desconocido, que nos inspira temor. Esto significa que lo desconocido solo existe en nuestra fantasía y es un ser aparente, pues empieza a existir allí donde termina nuestro conocimiento. Desde este punto de vista, somos nosotros mismos los creadores de lo desconocido y, finalmente, terminamos temiendo a nuestro propio invento. En consecuencia, la limitación de nuestro intelecto es la fuente de nuestros temores.

El intelecto es el instrumento de la percepción y la coordinación en el mundo material y por ello debería ser un instrumento para las personas y no al revés.

¡Nosotros deberíamos utilizar nuestro intelecto, y no él a nosotros!

No es el único instrumento que tenemos a nuestra disposición para la percepción. También tenemos nuestro corazón. En contraste con al intelecto, el corazón sabe las cosas de antemano. Este es un hecho que vivimos varias veces al día. Cuando queremos ver un apartamento para alquilar, por motivos inexplicables sabemos desde antes que no es el apartamento adecuado. Cuando conocemos a alguien, sabemos de una vez si puede surgir de ahí una convivencia o no. Si nos preguntan por nuestros motivos, no podemos dar ningún argumento, pero tenemos la certeza de que no estamos equivocados. Desafortunadamente, casi siempre ignoramos tales impulsos del corazón y nos fiamos de nuestro intelecto, que no sabe nada de antemano. No confiamos en nuestros sentimientos, no prestamos atención a nuestra voz interior y nos dejamos llevar por nuestras emociones superficiales.

Pero no deberíamos rechazar ni juzgar a nuestro intelecto. Es un instrumento excelente para guiarnos en nuestro mundo. Más bien deberíamos aprender a utilizar bien ambos instrumentos. El intelecto y el corazón reúnen y procesan las informaciones paralelamente. Deberíamos tomar conciencia de que existen diferencias sustanciales entre las dos formas de información. Son las diferencias entre el saber y la sabiduría.

El triunfo del amor sobre el ego

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