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Experiencia y madurez

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Tener experiencia no significa automáticamente tener una mente madura, sino solamente ser rico en vivencias. A lo largo del tiempo acumulamos experiencias que tomamos como base para enfrentar situaciones futuras. Esto significa que ajustamos nuestro comportamiento cada vez más a las experiencias ya acumuladas del pasado y cada vez menos a los hechos de las situaciones actuales. Esto sucede tan lentamente que no lo percibimos de manera consciente. De ese modo, nos insensibilizamos mentalmente y tendemos a servirnos de nuestras experiencias para fijar prejuicios y opiniones preestablecidas sobre seres humanos y situaciones que ni siquiera conocemos. Se explica así lo que llamamos pensar en estereotipos.

Otro fenómeno nos muestra que solemos dirigir nuestra atención a nuestras conclusiones e interpretaciones personales prescindiendo de las razones y causas de nuestras experiencias. Así, nos orientamos cada vez más en nuestras interpretaciones personales que en los hechos mismos.

Pero cuanto más interpretamos, tanto más nos alejamos de la verdad.

El siguiente aspecto se refiere a que, habiendo obtenido éxito alguna vez gracias a nuestra manera de actuar, la aplicamos sin pensarlo en todas las demás situaciones. Surgen de ahí patrones de conducta que nos limitan en nuestro comportamiento y nuestra percepción. De una manera casi imperceptible, estos patrones asumen el mando de nuestro comportamiento. Podemos reconocerlo en el hecho de que, posteriormente, no encontramos ninguna explicación para nuestros actos negativos.

Estos signos nos indican que somos capaces de acumular muchas experiencias sin ampliar por ello nuestra conciencia ni obtener madurez espiritual.

Tener experiencia no es sinónimo de madurez. No garantiza que nuestro modo de actuar sea correcto.

¿En qué consiste exactamente la madurez?

En este contexto, madurez significa madurez espiritual.

La madurez espiritual surge cuando la conciencia se libera del ego.

Nuestro ego limita enormemente nuestras capacidades y posibilidades. Si nuestro ego se apropia del mando, actuamos como niños tercos. Cuanto más nos liberamos de nuestros pensamientos, intenciones y deseos egoístas, tanto más madura se hace nuestro espíritu.

Mientras más egoísta es un ser humano, tanto menor es su madurez espiritual. Cuanto más maduro sea, tanto más solidarias serán sus acciones y reacciones, ya que su ego se disminuirá.

Es un error creer que sabemos todo sobre algo determinado solo porque lo hacemos desde hace años. La experiencia no garantiza que no nos veamos confrontados con situaciones nuevas y que siempre hagamos todo correctamente. Tampoco garantiza que antes lo hayamos hecho todo correctamente – solo porque hasta ahora no hemos notado ningún error –. Nuestras experiencias pueden ser muy parciales. Este peligro se presenta, sobre todo, cuando buscamos tener ciertas experiencias solo para satisfacer a nuestro ego. Si bien experimentamos muchas cosas, aprendemos muy poco, ya que no tenemos un verdadero interés por aprender.

La experiencia no conduce automáticamente al crecimiento y la madurez espiritual.

Nosotros alcanzamos la verdadera madurez espiritual a través de un trato objetivo y honesto con nuestras experiencias. Esto nos permite obtener los conocimientos que nos son necesarios para ampliar así nuestra conciencia.

El triunfo del amor sobre el ego

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