Читать книгу Mujeres, una por una - Shula Eldar - Страница 12
SE BUSCAN HOMBRES. INTERESADOS PRESENTARSE EN CUALQUIER ESQUINA GUSTAVO DESSAL ¿DÓNDE ESTÁN ELLOS?
ОглавлениеLo dicen las mujeres jóvenes, las maduras, las mayores.
Mujeres de toda condición coinciden en afirmar un hecho que se repite en cualquier sector de la vida social: los hombres se han batido en retirada.
La imagen es más o menos la misma en todas partes. Los sábados por la noche, legiones de mujeres forman pequeños grupos que pueblan las discotecas, los restaurantes, las salas de ocio. Son ellas las que asisten a los eventos culturales, se apuntan a cursos, talleres y tertulias, en parte para mejorar sus conocimientos, en parte para satisfacer la ingenua esperanza de conocer a un hombre.
Pero ellos se han vuelto evanescentes, han desertado de la conquista, han abandonado el arte de la seducción y parecen encontrar un goce mayor en sus sofisticados juguetes electrónicos. Su mirada está demasiado pendiente de las pantallas de móviles, ordenadores, televisores y Play Stations, y poco disponible para el amor. La mujer-objeto, representación abominada por las feministas, va dando paso al hombre-objeto, presa cada vez más codiciada por su escasez.
Las mujeres se adueñan de los distintos espacios de la vida pública y son mayoría en casi todo. Los hombres conservan todavía su cuota de poder en la esfera política, pero ya sólo es cuestión de unas pocas décadas para que las mujeres dominen también ese terreno que durante milenios fue patrimonio masculino. El legítimo ascenso histórico de las mujeres, celebrado públicamente como un logro de la civilización occidental, se acompaña por una duda que las asalta en la intimidad: «¿Vivimos ahora mejor que nuestras abuelas o nuestras madres? Habernos liberado del yugo que asimilaba nuestra condición femenina a la función de esposa y madre, ¿nos ha reportado una mayor satisfacción?». Sin duda, la posibilidad de elegir otro destino que el de soportar maridos incompetentes o brutales les ha abierto la puerta a un mundo que siempre les estuvo vedado, pero esa misma puerta las conduce a una realidad en la que los hombres no han concluido aún la reprogramación de sus esquemas mentales, y huyen desorientados de cualquier compromiso con el otro sexo, buscan consuelo en la homosexualidad, se niegan en rotundo a ser padres, se aferran cada vez más a una patética prolongación de la adolescencia, o sencillamente repudian a toda mujer mayor de veinticinco años. A fuerza de lucha, dolor y tenacidad, las mujeres han aprendido, poco a poco, a vivir de acuerdo a los nuevos tiempos, mientras ellos se resisten a abandonar sus antiguas posiciones y sólo a regañadientes acceden a compartir con ellas las tareas que tradicionalmente se consideraron femeninas. Los defensores del progresismo cultural son optimistas, y están convencidos de que sólo será necesaria una generación más para que las diferencias de género se disuelvan definitivamente en la gran pasión democrática de la igualdad.
Sin embargo, las cosas no parecen ser tan sencillas, puesto que los hombres no se asimilan a este proceso sin presentar al mismo tiempo síntomas diversos, fundamentalmente inhibiciones en el plano de su virilidad, que en definitiva no sólo los afectan a ellos, sino también a las mujeres. Una mujer joven dedica una sesión de su psicoanálisis a expresar una doble queja: por una parte, le indigna que en la calle algún hombre le dirija un piropo; por otra, se lamenta de que su pareja se haya desinteresado casi por completo del sexo. Más allá de lo que sus dichos revelen sobre su inconsciente, es indudable que los hombres son cada vez más censurados por practicar la masculinidad, al tiempo que simultáneamente se les reproche no querer ejercerla. Atrapados ambos sexos en esta paradoja, los hombres se mueven en la incertidumbre de no saber ya cómo ser, y las mujeres intentan resolver una ecuación que se les ha vuelto la cuadratura del círculo: conseguir que el gatito que ahora friega los platos y plancha la ropa siga siendo un tigre en la cama.