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LA CRISIS DEL UNIVERSAL EN LA CIVILIZACIÓN, LA GLOBALIZACIÓN, Y SUS CONSECUENCIAS EN LA DISTRIBUCIÓN SEXUAL

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Se ha desarrollado ampliamente que la época actual, la hipermodernidad, viene precedida de la desaparición de los discursos basados en propuestas universales. Lyotard habla del fin de los grandes relatos, de los grandes Nombres del Padre, y Vattimo propone un «pensamiento débil» como correlato lógico del fin del pensamiento trascendente, del fin de la metafísica. Esta tendencia va acompañada de la desaparición de los grandes hombres, los hombres de excepción, como ya Jacques Lacan profetizó en su día, tomando apoyo en las Antimemorias de Malraux.5

Las crisis del universal y del Uno de la excepción conducen a la pluralización y a la fragmentación de lo social, así como a la crisis del sentido. Por eso, el sentido y la tradición han perdido su eficacia en la regulación de los goces, lo que comporta modificaciones en la clínica de los sujetos de la hipermodernidad. Los síntomas de los sujetos actuales son menos neuróticos, están menos ligados al conflicto y a la interdicción. Menos ligados, en definitiva, a la función paterna.

Estamos frente a una paradoja: la sociedad actual, liberada del padre, liberada del universal, ha dado paso a la globalización. Podríamos pensar que nada es más universal que la globalización, pero no es así. La globalización sólo es universal en el aspecto más imaginario como universo de consumidores de los mismos productos, pero promueve efectos de individualismo extremo y se asienta en la lógica del no-todo. Esto ha sido esclarecido de modo brillante por Jacques-Alain Miller en su intervención publicada bajo el título de Intuiciones Milanesas, donde caracteriza a la globalización como la máquina del no-todo. Para afirmar esto se basa en que «la sociedad, que se está modificando en la época de la globalización, ha dejado de vivir bajo el reino del padre».6 Y añade: «¿Por qué no decirlo en nuestro propio lenguaje? La estructura del todo ha dado paso a la del no-todo».7 Miller nos recuerda que «la función del padre está ligada a la estructura que Lacan encontró también en la sexuación masculina. Una estructura que comporta un todo, dotado de un elemento suplementario y antinómico que hace de límite, que le permite al todo, precisamente, constituirse como tal».8

Para Jacques-Alain Miller, «admitir que la máquina que pone en escena lo que llamamos globalización es el no-todo, supone decir —para Jacques Lacan, que lo articula con la sexualidad femenina— que esto se puede relacionar con el auge de los valores llamados femeninos en la sociedad, los valores compasionales, la promoción de la actitud de escucha, de la política de proximidad, que ahora deben afectar los dirigentes políticos. El espectáculo del mundo se torna quizás descifrable, más descifrable, si lo relacionamos con la máquina del no-todo».9 Fenómenos como la metrosexualidad, el declive de la virilidad, o la inseguridad del macho pueden ser formas de percibir, en el registro imaginario, la feminización social.

Esta tendencia a la feminización de la sociedad ha sido destacada por algunos analistas de la hipermodernidad. Es el caso, por ejemplo, de Vicente Verdú, que en La feminidad sin la mujer advierte que «el mundo se globaliza con un modelo de inspiración femenina»10 y que «el erotismo femenino se ha convertido en el paradigma general de la cultura».11

Vicente Verdú plantea un horizonte que incluye la posibilidad de generar el sexo propio como una performance: «Cada cual, dentro del universo electivo que ha desarrollado el consumo, podría ahora elegir la dotación sexual y estilística según su conveniencia [...] un papel que se desempeña a voluntad y de acuerdo con las diferentes secuencias de la biografía, un sexo, por tanto, de elección y coyuntura tal como hacen las drags y los travestis».12

Él también destaca que si las modalidades de goce fuesen elegibles por el sujeto, entre la variedad de todas las posibles (objetos y sujetos combinables: sobjetos, en palabras de Verdú), la única transgresión posible sería la antisexualidad, como alternativa anticonsumista. Tal vez esa lógica del exceso, se nos ocurre decir, conduciría a la anorexia sexual. Al parecer, ya existe un movimiento organizado, a nivel internacional, de los ateos del sexo.

Tengo que decir que el planteamiento de Vicente Verdú me parece muy sugerente, aunque parte de un supuesto muy difícil de compartir para un psicoanalista. Nuestra experiencia nos ha venido demostrando que no es posible elegir, cambiar, o combinar a voluntad, el modo de goce. El sujeto no puede cambiar de modo de goce como de champú o de marca de vino porque está constreñido a gozar en el marco de su fantasma.

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