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EL PADRE... MUERTO

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El mundo occidental desarrollado manifiesta un fenómeno que se extiende lenta pero inexorablemente: la desvirilización del macho, condenado a convertirse en una especie en extinción.

El cambio de las mujeres ha afectado de manera dramática a los hombres, poco acostumbrados históricamente a ocuparse de su identidad, puesto que de algún modo venía garantizada por la posesión de un órgano. Desembarazadas de la maternidad como identidad femenina por antonomasia, las mujeres tienen ante sí un espectro mayor de posibilidades. Los hombres, por el contrario, despojados de sus clásicas insignias, se desorientan, quedan empantanados en el resentimiento, cuando no en la depresión. Esa criatura salvaje y bárbara, que ha practicado desde tiempos inmemoriales un innoble despotismo sobre el sexo femenino, debe pagar por su terrible crimen con el sacrificio de aquello que ha sido siempre su bien más preciado. La historia los señala con su dedo acusador, y a falta de una postura colectiva, algunos aceptan mansamente su derrota masticando pastillas de Viagra, otros se refugian en las diversas modalidades de la misoginia, y los menos contraatacan con una ferocidad que se ha convertido en los últimos años en una cuestión de estado. La violencia hacia las mujeres, que las estadísticas coinciden en señalar como una atrocidad en aumento, no es independiente de una época en la que los hombres, no sin razón, experimentan los cambios culturales como una amenaza a su identidad. Acorralados por los avances de las mujeres, algunos no dudan en emplear incluso las armas para aniquilar un deseo inédito, una voluntad de ser a la que no estaban acostumbrados.

¿Qué es lo que ocurre? Nada más, ni nada menos, que la efectuación histórica y progresiva de un fabuloso desmantelamiento. El sistema patriarcal, que durante siglos funcionó como un marco de referencia y ordenamiento para el lazo entre hombres y mujeres, se hunde irremisiblemente. Con sus méritos y sus injusticias, lo cierto es que ese sistema asignó un lugar preciso para cada sexo, y aseguró una serie de vías institucionales y ritualizadas para perpetuar uno de los fundamentos estructurales de la cultura: el intercambio de mujeres entre los hombres. Sin entrar en el detalle de las innumerables críticas que se han dirigido al régimen patriarcal, por exceder los límites y los objetivos de este artículo, es innegable que uno de sus mayores beneficios ha sido el de construir una serie de representaciones que tenían por objetivo proporcionar una creencia en el presunto orden natural de las obligaciones y responsabilidades propias de cada sexo. Así, que la tarea del hombre fuese atender a las necesidades individuales mientras a la mujer correspondía la supervivencia de la especie, fue durante milenios una ley que se fundaba en un orden natural e incontestable, como por otra parte continúa siéndolo en las tres cuartas partes del planeta. Fue necesario esperar a las sucesivas revoluciones —ilustrada, industrial y tecnológica— para que asistamos a la moderna desintegración de la familia como unidad social y a la emergencia de nuevas formas y fórmulas de lazos familiares que demostraron definitivamente la desvinculación de las estructuras de parentesco y de alianza de toda razón argumentada en las necesidades biológicas del individuo y la especie.

La desaparición de las representaciones tradicionales en lo concerniente a las significaciones de género, impulsada a partir del siglo XX por los movimientos emancipatorios, es posiblemente una de las transformaciones históricas más importantes que ha conocido la humanidad. Algunos exponentes del pensamiento filosófico y sociológico feminista olvidan con demasiada ligereza el papel que el psicoanálisis cumplió en este cambio, no sólo por la extraordinaria subversión que supuso su concepción específica de la sexualidad, sino también al inaugurar un modo de participación intelectual femenina hasta entonces desconocida en las restantes agrupaciones científicas. El psicoanálisis fue, probablemente, una de las primeras profesiones que incorporó desde sus inicios a un gran número de mujeres y en la que tantas destacaron de forma notable, hasta el punto de encabezar algunas de las escuelas analíticas más importantes y ocupar puestos jerárquicos de máxima relevancia en la conducción de sus instituciones.

Mujeres, una por una

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