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INTRODUCCIÓN SHULA ELDAR
ОглавлениеEntréme donde no supe, y quedéme no sabiendo, toda sciencia trascendiendo.
SAN JUAN DE LA CRUZ
Elegimos estas bellas palabras del místico para presentar este volumen compuesto por una serie de trabajos, en su gran mayoría inéditos. Cada uno de los autores, en su estilo particular, aborda la cuestión de la feminidad o, para decirlo en nuestros términos, razona sobre algún aspecto de la cuestión del «Otro sexo». La cuestión femenina como tal no podría tocarse prescindiendo de una reflexión sobre lo masculino, su desconstrucción actual por ejemplo,1 así como de la pregunta por la civilización.
En la nuestra, con su marcada tendencia a las conclusiones generalizantes, se va perfilando una cultura que se adhiere, cada vez más, a la banalidad de las «cosas simples y fáciles»2 entendidas, generalmente, en función de su conversión a términos de medida; es decir, en función de su subordinación al número y la cifra como medios instrumentales para limitar la potencia del goce.
Muchas veces tiene uno la impresión de que en lo que concierne a la cuestión de los sexos, a la sexualidad masculina y femenina, el discurso social se deja arrastrar hacia ese nivel de pseudo-simplicidad con el cual comulga muchas veces una ideología de igualitarismo. No sorprende, pues, que nos encontremos por regla general con formulaciones que tienden a la corrección política en materia de sexualidad. Es decir, con construcciones vaciadas de la dimensión del sujeto, al modo de la ciencia; o con un sujeto cognitivizado concebido como un ser altamente educable (!). Quizás por eso las plagas sociosexuales, al menos algunas de aquellas que hoy en día más nos golpean en la cara por su exceso y su violencia, despiertan una inquietante extrañeza que toma consistencia como un factor esencial del imaginario actual.
Como resultado de este tipo de política la sexualidad, que es el núcleo más opaco de lo humano, y por ello también el más patógeno, tanto resbala por la pendiente puramente sociológica y se dice: «conducta», «cuestión de género» o de «roles» como se deja aspirar en una mitología científica que se apodera del cuerpo para convertirlo en un conjunto de unidades neuronales; es decir, en elementos de ficción genética, rechazando lo esencial: la economía libidinal responsable de las modalidades que tiene cada sujeto de obtener su propia satisfacción; más allá y más acá de su anatomía.
Estas modalidades son las que marcan la disparidad de los modos de gozar, cuya acción pone de relieve el fondo insondado de nuestra época.
Si lo masculino y lo femenino no dependen en su condición fundamental de la anatomía, ¿de qué dependen entonces? Dependen de lo que cada uno produce, por sí mismo, como respuesta a lo enigmático del sexo, que es aquello que no puede transmitirse como se transmitiría un conocimiento práctico, una técnica. (El psicoanálisis no inventó ninguna nueva perversión, decía Lacan.)
En tales respuestas, singulares, se encuentran los elementos que deciden la posición sexual; del lado del universal o del lado del no-todo; un masculino y un femenino fruto de una elección y no de una determinación biológica.
Es un hecho sorprendente, y que merece una reflexión no prejuiciosa, que después de más de un siglo desde la invención del psicoanálisis se hayan recrudecido tanto los esfuerzos por acallar la subversión del sujeto que introdujo Freud, por convertir el mundo en una zona limpia de freudismo, desterrando la teoría psicoanalítica de la enseñanza en las universidades y, lo que es mucho más grave aún, intentando erradicarla de raíz de la práctica clínica.
¿Qué escándalo es éste, que aún provoca tanta resistencia?, podría preguntarse uno hoy en día cuando, aparentemente, la cuestión sexual ha dado por tierra con casi todos los tabúes. ¿No será, precisamente, porque no ha cedido en abordar la dimensión femenina? Freud extrajo del clamor del inconsciente de muchas mujeres el fondo de insatisfacción sexual que causaba los síntomas de dolor en sus cuerpos y de él dedujo el método psicoanalítico, para su aplicación general.
Vale la pena volver a dar relieve a estos datos por más que hayan sido muy repetidos porque, actualmente, las cosas se resuelven con una metodología muy diferente: haciendo tragar la píldora de una rectificación por vía química a la que se le supone equilibrar el sistema, pero que tiene como efecto el cortocircuito del decir inconsciente y por ello sirve tan bien de coartada a las exigencias imperativas que deprimen nuestras vidas.
Si la pasión por lo que decían los síntomas fue escandalosa no lo fue menos que Freud osara abrir la caja de Pandora que encerraba un endemoniado enigma: «¿Que quiere la mujer?». Freud no dejó de emplearse en su desciframiento y dio la palabra a sus discípulas, que sacaron de sus propios dramas subjetivos consecuencias insospechadas. De allí bebieron muchas de las corrientes del feminismo, a su pesar o no.
La pregunta freudiana chocó, como tal, contra algunos escollos. Se encontró con puntos de impasse: la envidia del pene es el más divulgado y sirvió para acusar al psicoanálisis de un falocentrismo que fue confundido con el machismo. Es cierto que la cuestión de la feminidad se abordó, en un primer término, a partir de una premisa universal que daba predicamento a lo fálico. O sea, a una función de significancia que ordena la imparidad entre los sexos. «Ser o tener el falo» se estableció como principio de repartición de los sexos en categorías diferenciables, aunque no complementarias.
No se puede decir que las mujeres queden fuera de la lógica fálica. La lógica fálica es determinante de la estructura del sujeto; si las mujeres estuvieran del todo fuera de ella no dirían nada, no hablarían, se mantendrían en un silencio eterno, por fuera del lenguaje, o serían del todo locas. Sólo que ese tipo de lógica no responde por el «todo» de la sexualidad; allí donde la noción de unidad cojea es donde hay «no-todo» que escapa a ella y es desde esta perspectiva desde la que Lacan cambió la formulación de la pregunta freudiana, sólo en un pelo quizás, cambiando el artículo determinado por el indeterminado: «¿Qué quiere una mujer?», porque a ellas hay que tomarlas una por una, decía.
Esto es algo que no sólo los partenaires de las mujeres pueden olvidar; a menudo lo olvidan ellas mismas. Este olvido es una fuente de muchas de las dificultades que tienen con su propia existencia.
«La mujer no existe». Esta es una afirmación que dio lugar a un segundo escándalo, lacaniano esta vez. Hay mujeres una por una, y esa zona de indeterminación, fuera de límite, en la cual el patrón fálico es inoperante es lo propio del heteros femenino. Requiere, por lo tanto, ser abordado por medio de otra lógica que demuestre cómo es posible sostener la disparidad que existe entre un sexo que responde de lo universal y el Otro que le existe. Eso hace que la feminidad sea un enigma fecundo y que concierna tanto a los hombres como a las mujeres. Es algo que los escritores y los artistas, como sucede con muchas cuestiones, saben desde siempre.
Agradecemos a todos los que hicieron posible este volumen; les agradecemos su esfuerzo y su disposición. Cada uno de ellos ha seguido algún hilo, guiado por su propio interés, dando lugar a la variedad de los temas con los que nos dirigimos, aquí, a los lectores.