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LA BUENA LETRA UNISEX
ОглавлениеLa creencia de que el lenguaje podría llegar a suturar la división subjetiva producida por lo real del sexo llega a extremos ridículos, cuando no patéticos. Un ejemplo interesante, por sus instructivas connotaciones, es el actual empleo del símbolo @ como una forma de reunir en una sola letra la «o» y la «a» de los dos géneros. Si se quiere evitar sospechas, es de buen gusto y tono que un profesor o profesora advierta en la notita dirigida a los padres y/o a las madres con motivo de una excursión programada que «l@s niñ@s deberán acudir al centro provist@s de la autorización firmada. Se recomienda que l@s chic@s vengan con ropa deportiva para que estén cómod@s». Que el símbolo de la última revolución tecnológica pueda asimismo servir para la condensación y unificación de los géneros no deja de invitar a una reflexión sobre el poder de la técnica como influencia masificadora, y por ende disolutoria, de la sexualidad como uno de los terrenos más privativos de la diferencia.
La corrección de los nuevos códigos sexuales se estrellan contra la rompiente de las pulsiones, dinámica de un goce que no se adecua al progreso de la civilización y la cultura. La psicología de las parejas en las que reina la violencia doméstica muestra muy bien ese carácter «inapropiado» e «incorrecto» de toda elección amorosa. Si la actitud del macho violento nos repugna, la sumisión e incondicionalidad de algunas mujeres que la soportan resultan asombrosas, y nos revelan una complejidad en la dialéctica de las condiciones amorosas que escapa al sentido común y a la idea del placer como bien soberano. Podemos legislar y sancionar esa violencia, lo cual es social y humanamente exigible, pero resulta más difícil regular el modo en que los goces se enfrentan o se complementan, indefectiblemente al margen del bienestar político e individual.
Cuando el imperativo de la transparencia política se extrapola ingenua o perversamente al lazo entre hombre y mujer, la supervivencia del deseo se pone en grave riesgo. La sospecha, la vigilancia y la desconfianza recíprocas se convierten en actitudes dominantes y la proverbial guerra entre los sexos da paso a una auténtica caza de brujas del goce. El terrorismo de la igualdad aplicado de manera irresponsable conduce a la idiotez de una sociedad compuesta de individuos que han perdido el buen uso de los semblantes y, por lo tanto, ya no saben cómo comportarse.
La ironía de la historia, la secreta venganza del agonizante patriarcado, consiste en que las mujeres deben acarrear ahora el peso de su libertad, del mismo modo en que sus congéneres del tercer mundo, quién sabe si menos o más afortunadas, cargan sacos de leña o bidones de agua sobre sus cabezas. Es indudable que la actitud y la consideración hacia el sexo femenino es en la actualidad uno de los patrones de medida más fiables a la hora de evaluar el grado de evolución de una sociedad. En ese sentido, un abismo sin reconciliación posible nos separa del mundo islámico, imperturbable en sus prácticas vejatorias sobre las mujeres. Si bien la denominada liberación femenina del primer mundo occidental constituye un paso indiscutible en beneficio de la dignidad de la vida humana, lo cierto es que las conquistas sociales y políticas no agotan la problemática de los sexos. Cualquier respuesta colectiva no deja de ser en verdad una ideología, un espejismo de la razón en el que el deseo se aliena y se mortifica. Para mayor grandeza de la especie humana, las aventuras y desventuras de su sexualidad resisten los ordenamientos sociales y políticos, religiosos y doctrinarios. La vida amorosa no es ni mejor ni más sencilla para la mujer directora de empresa, líder política, policía, camionera o ingeniera ferroviaria.
Y menos aún en la actualidad, cuando además de todo eso tienen que disputarse los últimos ejemplares de hombre que van quedando.