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UNA MUJER LIBRE
ОглавлениеLou Andreas Salomé es un icono feminista para las feministas y, después del film de Liliana Cavani donde se relata en esa clave su relación con Rilke y Nietszche, también para muchas mujeres...
Pero es mucho más que eso.
Supe escribir «Lou Andreas Salomé: cartas en exceso» para referirme a ella acentuando su notable relación con la palabra, tanto en sus elecciones amorosas como en su uso de la palabra misma, lo cual, sin dudas, fue lo que la orientó hacia el psicoanálisis. Los suyos eran hombres de palabra: un filólogo; filósofos, como Nietszche; psicoanalistas como Freud y Tausk; poetas como Rilke, su marido: un predicador... que apreciaban las suyas hasta el punto de que su relación consistiera sólo en eso.
En cuanto a su uso de la palabra, es ella misma la que se recrimina por su parloteo, como lo deja sentado, por ejemplo, en su correspondencia con Freud: «¡Qué difícil es contener el parloteo!», «No quiero parlotear más», «Queda tanto por decir...». En esta correspondencia parece querer decir todo para producir cada vez, como ella lo expresa, «jirones de carta».10
Veamos qué más ha dicho Lou Andreas Salomé: «El hecho de enfrentarse a lo inorgánico [...] expresado al mismo tiempo como el hecho de enfrentarse a nuestro propio cuerpo, que (aunque sea lo orgánico viviente) no deja de ser para nosotros lo exterior y externo en el sentido más íntimo, la primera cosa diferenciada con relación a nosotros mismos en tanto que nosotros mismos somos los interiorizados que habitamos en el interior del cuerpo, como la cara del erizo; y, sin embargo, lo que concierne precisamente a nuestro cuerpo, nuestros pies, nuestros ojos, nuestras orejas, nuestras manos, es ciertamente lo que se dice ser «nosotros mismos»; este inquietante, desorientador fenómeno, de ordinario no se disipa completamente más que en el comportamiento amoroso, y es sólo él quien legitima de manera soportable nuestro cuerpo en tanto que nosotros mismos».
Lou es, en este caso, una mujer que trata de explicarle su lugar de mujer a su antiguo amor produciendo con el lenguaje torsiones difíciles de captar para nombrar la relación que cada uno tiene con su propio cuerpo. Lacan lo dice con una sola palabra: extimidad (lo más íntimo nos es lo más exterior). En otra ocasión es más explícita: «Si durante años fui tu mujer es porque tu fuiste para mí la primera realidad».11 Esta mujer fue una para él —una singular— y es en este sentido en el que Lacan ha podido decir que «una mujer es síntoma de otro cuerpo»,12 ya que se convierte en valor de cambio del goce del cuerpo de su hombre, lo que hace que el propio cuerpo (el del hombre) se vuelva extraño, síntoma del cuerpo como Otro. Por esta operación, la mujer singular de un hombre también convierte su propio cuerpo en síntoma para sí misma.
Pero Lou también encarnó a una de las primeras mujeres libres, según Françoise Giroud, y por ello podía mantener con ese antiguo amor una correspondencia en la que él, Rainer María Rilke, se dirigiera a ese Otro absoluto —mujer o cuerpo vivo—, dando testimonio de su «pavor ante lo que, por obra de un malentendido indecible, se llama Vida».13 Rilke, penando de más, muestra que es imposible curar de la vida, de su goce. Por lo menos mientras se está con ella.
¿En qué sentido Françoise Giroud puede decir que Lou era una mujer libre?
Es el mismo Lacan el que ha dicho que «una mujer en particular puede encarnar la idea de libertad».14 Pero también fue Lacan quien sostuvo que la libertad confina con la locura, ya que después del último límite no hay más límites, es decir, no es posible detenerse.
A causa de que Lou era una mujer libre, aclara Giroud, a menudo era cruel con los hombres y basta leer el relato del encuentro de Lou con Franz Wedekind para comprobarlo. El autor teatral, fascinado y ridiculizado por Lou, acabó vengándose de ella en la obra que no tan sutilmente la pone en escena —Lulú— como una mujer escandalosa. Sin embargo, la Lou que ha pasado así a la historia o la que evocan algunos que la difaman —on la dit femme, dice Lacan—15 como la mujer fatal del psicoanálisis, quieren ignorar que esa libertad respecto del Otro la había sustraído durante muchos años del amor físico, y sólo después de haber sucumbido a él pudo captar que el encuentro sexual toca el núcleo del ser.
El punto del interrogante sobre lo que quiere una mujer se sitúa exactamente en el de esa libertad que Lou termina diciendo muy bien para escarnio de las feministas de la emancipación —las de su época y las de la nuestra—, y para los buenos entendedores que podrían ser los psicoanalistas. Lo dice dirigiéndose a las mujeres: «No se preocupen de lo que quieren los hombres, hagan lo que pide Dios, que debe ser su único señor. Ahí radica la libertad».