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EL PSICOANÁLISIS DEBE RESPONDER

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El psicoanálisis es un dispositivo que deja un margen a cada miembro de la especie que habita el campo del lenguaje para sustraerse a lo que Chabrol llamaba «perversidad» y para hacer soportable su modo singular de gozar. Cabe preguntarse si este dispositivo está a la altura de responder al goce de su tiempo, un imperativo de goce que, hemos dicho, empuja al sujeto a ir más allá de cualquier límite ignorando el precio a pagar en ese pasaje. Puede ser un alto precio: angustia, desorientación, depresión, ya que se termina inevitablemente por gozar con la atrocidad y/o a perderse en ese pasaje. Se consumen drogas, se hacen deportes de riesgo, se come bulímicamente, se deja de comer anoréxicamente... hasta reventar, pues no hay nada que pueda detener eso.

Freud inventó su campo justo en el momento en que se producía una fractura inédita en los modos de goce vigentes hasta ese momento (el límite al que había llegado la doble moral, las demandas femeninas en todos los campos, el inquietante coming out de las lesbianas, etc.). Estamos en un momento de fractura similar pero con cien años de existencia del psicoanálisis; con el paso de Lacan por el campo freudiano hemos aprendido que los mandatos universales, aunque sean tan «seductores» como «¡Perversión para todos!», no dejan de ser mandatos —y cada vez más insensatos (habría que ver adónde conduce a algunas el tener un hijo a cualquier precio ayudadas por la ciencia)—. Obedecer esos mandatos sin saber que se los está obedeciendo y por qué se los está obedeciendo no deja de ser tan irrisorio como obedecer a «mis papás». Por otra parte, como ya hemos dicho, dado que las consecuencias del acto son eminentemente singulares, ninguna panacea química (universal), técnica del cuerpo (particular y de eficacia momentánea), psicológica (moralizante y adaptativa), filosófica (saber separado de las incidencias del cuerpo) o cognitivo-comportamental (masificante y funcional con los designios del mercado) puede responder a la singularidad del sujeto y al goce desatado de nuestro tiempo.

Para el psicoanálisis es un momento para probar nuevamente su eficacia, pues el giro que Lacan le ha dado a este campo está lejos de haber agotado un dispositivo que permite operar con la palabra sobre lo real del goce con el que se sintomatiza un sujeto que, buscando su placer, se encuentra arrojado al inevitable «dolor de existir» y al «exterior» de sí mismo en su experiencia del cuerpo, como le decía Lou Andreas Salomé a su amigo Rilke, quien, de los goces del cuerpo, sabía demasiado.

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