Читать книгу Amar sin miedo a malcriar - Yolanda Gónzalez Vara - Страница 28

RAZÓN Y EMOCIÓN

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Desde la época de René Descartes (siglo XVII), razón y emoción han estado escindidas. La razón era considerada un proceso superior que debía mantener bajo control cualquier expresión emocional que se valoraba como de rango inferior. Esta escisión sólo benefició a los procesos racionales que, desprovistos de emoción, están exentos de humanidad, con la consiguiente peligrosidad para la evolución de nuestra especie.

La razón sin la emoción mutila la capacidad de sentirse a sí mismo y a los demás como semejantes e interfiere en la reciprocidad y en la relación intersubjetiva. Desde entonces, diversas investigaciones han tenido que demostrar la falacia de aquella afirmación cartesiana. En la actualidad se ha comprobado que emoción y pensamiento son interdependientes. No existen estructuras mentales independientes, sino que todas las estructuras cerebrales están interconectadas. Por tanto, cualquier interpretación que eluda esta realidad unificada carece de sentido. Es más, gracias a dichas investigaciones se sabe que la prevalencia dada hasta ahora al pensamiento, no es tal. Es la emoción la que puede llegar a modular el pensamiento, es decir, nuestro estado emocional puede condicionar nuestros procesos mentales. Por ejemplo, de todos es conocido que no es lo mismo contar con una adecuada preparación previa para acudir a un examen de conducir que ir en un estado depresivo o en otro emocionalmente equilibrado.

Sin embargo, los avances en neuropsicología o en física cuántica tardan en impregnar la memoria colectiva de tantos años de represión emocional en nuestra sociedad occidental. De hecho, además de en la práctica clínica, en los grupos de padres-madres (que presentan un nivel de consciencia más elevado que la media) todavía constato la poca atención que en la vida cotidiana se presta a las emociones.

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