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EMOCIONES BÁSICAS

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En las dinámicas grupales y con relación a la comprensión de las emociones infantiles, acostumbro a preguntar a los participantes cuáles consideran que son las emociones básicas y qué suscita internamente cada una de ellas. La respuesta no emerge con rapidez, sino que se va cristalizando lentamente a medida que se da el espacio para reconocerlas.

La primera que se nombra es la alegría. El organismo reacciona con una respuesta del sistema nervioso parasimpático, manifestándose con brillo en los ojos, sonrisa y vivencia subjetiva expansiva. Es la emoción, socialmente más aplaudida, empezando por el reconocimiento de la sonrisa del bebé a los tres meses. Algunos padres se regocijan cuando aparecen los rudimentos de la sonrisa en meses anteriores, aunque carezca todavía de intencionalidad propiamente dicha. Así de importante es la sonrisa y la risa como refuerzos en la interacción y el diálogo primario madre-bebé.

La tristeza aparece en segundo lugar. Desde bien pequeños no es una emoción bien recibida. Se identifica con procesos de debilidad y vulnerabilidad que es mejor esconder. Emerge el temor a ser dañado y la necesidad de ir formando una coraza protectora basada en la creencia de cierta inevitabilidad que obliga a ser duro como exigencia de supervivencia en nuestra sociedad. Por otro lado, la respuesta social ante la tristeza y el llanto en situaciones cotidianas es la evitación, negación o represión, salvo en acontecimientos vitales ampliamente aceptados (pérdidas afectivas, duelos, etc.).

Ejemplo

Esta misma semana, atendiendo un caso de separación, volví a presenciar la represión emocional del llanto en un ejecutivo corpulento y con éxito profesional que luchaba por no manifestar su dolor. Llamémoslo Pedro. Pedro narraba la secuencia de su separación cuando le invadió una intensa emoción. Reprimió el sollozo con dificultad, hasta que verbalizó: «Ya pasó». Al preguntarle cuántas veces en su vida había necesitado utilizar este mecanismo que tanto daño le hacía, sus ojos me miraron con desconfianza. Durante un rato mantuvimos el contacto ocular en silencio, hasta que, de pronto, comentó: «He tenido tres infartos en siete años». Asentí, sin perder el contacto con su mirada y unas lágrimas afloraron a sus ojos mientras en una ráfaga de insigth reconoció que así ya no podía continuar. Como otras tantas veces en este caso no pude evitar ver y sentir detrás de su contención emocional al niño pequeño que tuvo que reprimir una y mil veces su emoción, primero con mucha dificultad y luego casi automáticamente, para no resultar dañado o humillado. El mecanismo corporal es siempre similar: contención de la respiración, mandíbulas apretadas y desviación de la mirada.

El mecanismo de la represión emocional es muy frecuente. Se puede observar a través de la respiración: de hecho es el primer mecanismo de control, tanto en niños como en adultos. ¿Cuántas veces hemos contenido la respiración ante una mala noticia o una situación desagradable? Esta función vital de la respiración se ve comprometida en un intento de inhibir el llanto: el niño se ve obligado a contener su respiración/expiración para evitar sentir. Mecanismo que casi todos, consciente o inconscientemente, hemos vivido y que representa el primer freno que imponemos a la emoción para evitar un castigo o una humillación mayor. Hay más mecanismos de control de la emoción y que van generando bloqueos en el organismo y en la percepción y contacto con nosotros mismos. Pero esta descripción corresponde ya más a la clínica.

Continuando con las emociones básicas, analizaremos las dos últimas:

La rabia (agresividad) es la que goza de más impopularidad inicial y crea más problemática en las relaciones familiares, tanto por las dudas que suscita en cuanto a cómo abordarla, como por la agresividad que también despierta en los propios padres y educadores. Trataremos la agresividad del niño y la nuestra en un capítulo aparte.

Y el miedo, emoción que genera dudas en cuanto a su función y abordaje, pero de diferente alcance que la mencionada agresividad, sea escolar o familiar.

Desafortunadamente, el miedo puede estar presente ya desde la vida intrauterina cuando la madre y su útero están contraídos por diversos motivos, como veremos más adelante. El miedo puede manifestarse en el momento de un parto no natural y poco respetuoso con la magia que supone un nacimiento.

Miedo, tristeza, alegría y rabia son las emociones básicas comunes en todos los mamíferos y suponen guías valiosas que reflejan nuestro estado interior.

La depresión y la destructividad, por citar algunas manifestaciones patológicas, están cada vez más presentes en nuestra sociedad y son consecuencia de un inadecuado abordaje individual y social de las emociones básicas citadas y consustanciales con el hecho de vivir.

Amar sin miedo a malcriar

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