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CONDUCTAS DE APEGO

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Una vez establecido el vínculo, se observan una serie de conductas destinadas a lograr o mantener la proximidad y el contacto con las figuras de apego significativas para el bebé o el niño.

Son fácilmente detectables en la vida cotidiana y muy variadas:

 Llamadas: llantos, sonrisas, vocalizaciones, etc.

 Contactos táctiles.

 Vigilancia y seguimiento visual de las figuras de apego.

 Conductas de aproximación y seguimiento.

Con frecuencia podemos constatar estas conductas observando las respuestas de un bebé ante los movimientos de la madre. Cuando son pequeños (hasta los tres años), los niños juegan con tranquilidad en el parque siempre que mantengan algún tipo de contacto visual con la figura de referencia afectiva. De lo contrario (si han establecido un vínculo seguro), rompen a llorar cuando pierden de vista a la madre o el padre, esperando restablecer el contacto perdido. En estos casos, se activa la conducta de apego como consecuencia de la pérdida real o imaginaria de la figura de apego.

Cuando hablamos de conductas de apego, es importante situar el contexto. Un niño no reacciona igual si el contexto le resulta familiar o extraño. Un espacio conocido es una referencia segura. Un espacio nuevo constituye una amenaza en ausencia de su figura de apego.

M. Ainsworth (1960) estudió las conductas de apego entre cuidador primario y bebé. Diseñó un procedimiento en un laboratorio, denominado «La situación extraña», destinada a evaluar la conducta presentada por cada pequeño ante la separación de su madre. El espacio presentado como sala de observación, resultaba totalmente desconocido para el bebé de doce meses de edad, de igual manera que el observador que participaba en la sala de investigación.

Como resultado de la observación obtenida, basada en la separación temporal del bebé de su madre (invitada a salir de la sala por el observador durante tres minutos), se fueron constatando diferentes estrategias de comportamiento en los bebés. Estas respuestas ante la separación breve de la madre fueron reunidas en cuatro grupos de tipos básicos de apego:

 Apego seguro.

 Apego inseguro-evitativo.

 Apego inseguro-ansioso-ambivalente, o resistente.

 Apego inseguro–desorganizado, o confusional.

Con posterioridad ha habido más clasificaciones y descripciones de los tipos de apego, disponibles en la bibliografía existente. Para evitar confusiones y en función de esta clasificación, veamos las características de los diferentes tipos de apego.

Apego seguro: los bebés con apego seguro presentan ansiedad y reacciones de llanto durante la separación. Interrumpen su exploración y juego, reaccionando con conductas de búsqueda y seguimiento de la madre y no admiten el consuelo del observador. En el reencuentro con la madre o cuidador principal buscan la proximidad corporal y permiten ser fácilmente consolados. Una vez producida la reunión, se recuperan fácilmente de la aflicción y reinician la exploración y el juego, siempre desde la base segura que representa el cuidador principal.

Apego inseguro evitativo: son los bebés que ante la partida de la madre no presentan ninguna reacción emocional externa ni tampoco intentos de seguimiento. Permanecen jugando ante la mirada del extraño, sin mostrar aparentes signos de ansiedad ante la separación. En el reencuentro, no hay búsqueda de proximidad corporal con el cuidador principal. Las madres de estos bebés están caracterizadas como cuidadoras que «rechazan el contacto corporal con sus hijos, mantienen una actitud irritable o de reproche junto con una escasa expresión emocional» (Ainsworth, 1978). También han sido consideradas como madres poco pacientes que bloquean reiteradamente los intentos de proximidad y contacto de sus hijos y que muestran una desvalorización o negación de la importancia de las relaciones afectivas en su vida cotidiana. Esta relación interactiva enseña a los pequeños a reprimir sus conductas de apego, restando importancia a los procesos de apego de dar cariño, cuidados, etc. y generando como mecanismo defensivo una autosuficiencia emocional (Bowlby, 1973). Por tanto, los niños evitativos adoptan conductas de indiferencia ante la separación y el contacto, como mecanismo de defensa ante su inseguridad afectiva.

Apego inseguro ambivalente: los bebés ambivalentes-resistentes presentan una angustia y ansiedad intensa ante la separación del cuidador principal. No exploran ni admiten el consuelo del observador. En la reunión con el cuidador manifiestan una conducta agresiva alternando con necesidad y resistencia a la aproximación afectiva. Las madres de los bebés ambivalentes son inconsistentes en cuanto a su disponibilidad afectiva en su modo de interacción con el bebé (Isabella y Belsky, 1991). Son madres que en ocasiones reaccionan de forma muy cariñosa y otras se muestran indiferentes o agresivas, estando sus reacciones determinadas por sus propios estados de ánimo, independientemente de los estados emocionales del bebé.

Apego desorganizado: estos bebés y niños no presentan una estrategia coherente ante la separación. El cuidador principal es fuente de temor y de necesidad de seguridad. Es frecuente en los casos de niños con historia de maltrato y abusos sexuales y también en situaciones de negligencia familiar.

En síntesis, podríamos afirmar que, desde el modelo de la promoción de la salud y prevención infantil, nos interesa fomentar vínculos seguros durante la infancia.

En términos de Mario Marrone (2001), el apego seguro «representa la capacidad del individuo para confiar en la disponibilidad empática de su figura de apego y sentirse digno de su disponibilidad». En la práctica profesional con padres y educadores, dar a conocer los fundamentos de la teoría del apego resulta imprescindible para realizar un abordaje adecuado de la primera infancia. La experiencia evidencia que muchas interpretaciones iniciales de padres o educadores sobre la conducta de sus hijos o alumnos, consideradas como «independientes», son consideradas tras la formación como probables apegos inseguros.

En edades tempranas, una intervención adecuada con los padres va favoreciendo que estos apegos inseguros que manifiestan conductas independientes vayan lentamente permitiendo que emerjan las necesidades ocultas de afecto y proximidad, produciéndose cambios en la manifestación del vínculo con su cuidador principal. Recuerdo a una madre que en los grupos manifestaba mucha satisfacción ante la supuesta independencia de su hija de tres años y medio que era la envidia del barrio. Tras un número suficiente de sesiones, su percepción e interpretación de la conducta de su hija pequeña fue modificándose. Al comprender que la conducta de la pequeña, respondía a una actitud defensiva ante su necesidad de contacto y proximidad, poco a poco y tras varias crisis, pudo reconducir la relación hasta establecer y recuperar otro modo de relación más disponible corporal y afectivamente con su hija. En este proceso de «descongelamiento» de la pequeña, la madre pudo estar acompañando las diferentes reacciones de llanto y rabia sin causa aparente, hasta que la niña empezó a manifestar sus deseos de proximidad sin ninguna ambivalencia.

Si los padres cambian su percepción e interpretación (modelos operativos internos) y cuentan con la posibilidad de la función reflexiva, los hijos cambian.

Actualmente disponemos de un concepto muy utilizado y que es importante mencionar:

Amar sin miedo a malcriar

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