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5 PLACER, REALIDAD Y DEBER

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Se trata de principios que nacen del psicoanálisis. Sin entrar en definiciones clínicas complejas, podríamos afirmar que todos nacemos regidos por el Principio del placer. Desde que estamos en la vida intrauterina, nos movemos entre el placer y el displacer, intentando restablecer nuevamente el bienestar si éste se pierde por algún motivo. Ya desde el nacimiento, el bebé manifiesta la tendencia hacia dicho principio, buscando bienestar, seguridad, placer, afecto y alimento.

Los niños pequeños se mueven por el mismo principio. Buscan a través del juego, la risa y la expansión que todas sus actividades sean placenteras, más allá de que su deseo sea posible, teniendo en cuenta que en la vida, y no sólo en la cultura, hay frustración.

A veces los padres preguntan: ¿cuándo entienden que deben recoger la habitación? ¿Hay que esperar y cuánto? Difícil espera la que soportan los padres que así formulan el Principio del deber. Porque antes de comprender que existen deberes además de placeres en la vida cotidiana, los niños tienen que acceder al principio de realidad. Es decir, tienen que ir saliendo del mundo de fantasía y de magia donde se desenvuelven para distinguir que pueden jugar libremente «como si» (función simbólica), pero que la realidad es otra. Al margen de que un niño pequeño recoja o no su habitación, esto no significa que haya asimilado e integrado que debe hacerlo. Lo puede hacer por requerimiento del adulto, pero no porque comprenda la función ni la lógica de tal petición.

Hay un dato significativo a nivel evolutivo que nos permite comprender el momento en el que comienza a integrarse el Principio de realidad: la creencia o no en los Reyes Magos. Pensemos juntos: ¿cuándo se cuestionan los niños la existencia o no de los Reyes Magos? Hacia los cinco o seis añitos empiezan a estar maduros para integrar realmente el concepto de realidad frente al de fantasía. Por supuesto, antes hay procesos previos, pero la frontera no está del todo delimitada. A esta edad comienzan a preguntar «pero ¿los Reyes Magos existen? ¿Cómo es que están en tantas partes al mismo tiempo?». Es el momento idóneo para que el adulto pueda realizar un diálogo intersubjetivo similar a éste: «¿Tú qué crees?» y ver de esta manera en qué punto se encuentra el niño para poder aceptar o no la realidad.

Algunos niños, aunque lo intuyan, prefieren refugiarse en la magia durante un tiempo más. Otros preguntan ya directamente quiénes son. Esta es la típica escena temida por parte de algunos padres en los grupos. Temen que, al explicarles la verdad, lo vivan con una decepción o interpreten que han sido objeto de una mentira por parte de sus propios padres.

Los niños pequeños asumen con facilidad una respuesta sencilla que entronca perfectamente con su sentir infantil. En los grupos, sugiero una respuesta como, por ejemplo: «En el mundo de la fantasía, ¡claro que existen los Reyes! En los cuentos, hay hadas, duendes y son reales en el mundo de la fantasía». Esta explicación permite preparar el terreno para dar una respuesta desde el punto de vista de la realidad, si el niño está maduro para ello. «Nosotros hemos sido los reyes en ese mundo de fantasía». No suele haber mayor problema y la confianza en los padres continúa intacta, porque integran perfectamente la respuesta.

Por último, el Principio del deber, al margen de que el niño recoja la habitación o los zapatos, se integra más adelante, en la segunda infancia, aunque aparezca de forma rudimentaria en la primera.

Por tanto, ¿qué sentido tienen los enfados de los papás cuando el niño no hace lo que debe y ya sabe qué es lo que debe hacer? Es la frustración de los padres la que se expresa, pero no es lo más funcional. Quizás a través del juego, sin tanta seriedad, se logre el mismo objetivo, porque es el lenguaje que más entienden y más les divierte. Lavarse los dientes a los dos o tres años no tiene mucho sentido por mucho que les hablemos de las caries, concepto abstracto que podría significar cualquier cosa a esa edad. Sin embargo, hacerlo a través de la complicidad, del juego, es más cómodo y agradable para todos, al mismo tiempo que, como hábito, se va incorporando en la vida de los pequeños.

No se trata de renunciar a nuestros objetivos como padres en ningún momento. Se trata de no entrar en guerra con los pequeños, como consecuencia del desconocimiento de que su lenguaje y el nuestro son diferentes (racional frente a emocional) pretendiendo además que ellos, con su edad, entiendan un «hijo, lávate los dientes» con el mensaje implícito del concepto de prevención de las caries. Porque para ellos el «lávate los dientes» significa simplemente interrumpir su actividad lúdica para obedecer a mamá o papá sin que tenga sentido en ese momento, desde su posición infantil.

Amar sin miedo a malcriar

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