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6 LA BATALLA DE LA OBEDIENCIA: AUTORITARISMO O AUTORIDAD

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La autoridad se otorga, se reconoce en el otro. El autoritarismo y el poder, se imponen.

Sabemos que ha habido muchos modelos educativos según las épocas y los contextos socioculturales. El concepto de autoridad ha atravesado diferentes interpretaciones y grados de intensidad a lo largo de la historia. Desde la generación de nuestros mayores, «haz esto porque te lo digo yo», al modelo de «dejar hacer» como reacción a la etapa anterior, ha habido bastantes variantes que oscilan entre ambos polos. Es decir, en algunos contextos educativos se ha pasado de poner muchos límites a no poner ninguno.

La sabiduría oriental se caracteriza por la defensa del camino del medio como actitud ante cualquier avatar de la vida. Ni el autoritarismo autocrático ni la ausencia absoluta de límites son elecciones que posibilitan un desarrollo saludable. ¿Queremos niños obedientes y sumisos o razonables y con capacidad de contacto? ¿Niños desorientados por el «dejar hacer», que ven desdibujadas las fronteras entre tener un colega que olvida su función de padre, o niños que se sienten acompañados y motivados para crecer y madurar?

Es más sencillo mantener una relación basada en el hilo conductor del afecto y la complicidad que en las órdenes y el castigo constante. También es mucho más gratificante para ambos actores que participan en la creación de la obra.

Todos hemos presenciado o vivido la tensión que supone el intento de control poco eficaz, por incorrecto, con los niños pequeños menores de tres añitos, en las siguientes órdenes cotidianas:

Ejemplo

 «Estate quieto.»

 «No toques eso.»

 «No chilles.»

 «No pegues. »

 «No molestes.»

 «Obedece.»

 «Lo vas a romper.»

Realmente agotador, ¿no es así? Y más irritante todavía, si interpretamos su conducta como un «no nos quieren obedecer». Cuando, en realidad, lo que no quieren es ser privados del movimiento, del juego y la exploración.

Hay otras formas de lograr el mismo objetivo sin sacar el uniforme de la represión, pero primero hemos de darnos cuenta de que esa forma tradicional de educar no es muy eficaz y además es agotadora y, lo que es peor, nos aleja de la comprensión de la causa que explica su comportamiento. Además nos impide reconducirlo adecuadamente para lograr nuestro objetivo concreto (que no toque eso que queremos) o bien que cambie sencillamente de actividad.

Atender a la primera infancia es un arte que requiere dosis de inteligencia, mucha paciencia, y bastante creatividad. Es posible cuando bajamos a su altura, los miramos y los escuchamos sin tanto prejuicio y pose educativa, con contacto y empatía. Los niños lo agradecen y nosotros también. Porque acompañar a los hijos o a los alumnos respetando su ritmo madurativo y su individualidad es una de las artes más gratificantes y constructivas. No es un pasatiempo, ni una opción más. Al contrario, necesitamos mejorar con urgencia la calidad de todas las relaciones humanas.

Amar sin miedo a malcriar

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