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CÓGEME EL IMPERMEABLE, POR FAVOR

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¿Nuestras tendencias antropomórficas nos conducen a fallos tan garrafales en el caso de los perros? Sin duda. Tomemos como ejemplo el impermeable. En la fabricación y compra de esos chubasqueros diminutos, graciosos y de cuatro mangas para perros, se dan por supuestas varias cosas interesantes. Dejemos a un lado la cuestión de si el perro prefiere el de color amarillo claro, uno de cuadros u otro con motivos caninos y felinos bajo un aguacero (evidentemente prefiere los perros y gatos). Muchos amos de perros que los visten con impermeables lo hacen con la mejor intención: han observado, por ejemplo, que el perro se resiste a salir de casa cuando llueve. Parece razonable concluir de esta observación que al perro no le gusta la lluvia.

No le gusta la lluvia. ¿Qué se quiere decir con esto? Que necesariamente le disgusta que la lluvia le caiga sobre el cuerpo, como nos ocurre a la mayoría de nosotros. Pero ¿es una deducción razonable? En este caso, parece que el propio perro da muchas pruebas de que así es. ¿Se ilusiona y mueve la cola cuando le ponemos el impermeable? Se diría que tal reacción avala dicho supuesto... o, si no, la conclusión de que se da cuenta de que la presencia del chubasquero es señal de un paseo largamente esperado. ¿Huye del impermeable? ¿Agacha la cabeza y mete la cola entre las patas? Si así fuera, el anterior supuesto perdería consistencia, aunque no quedaría desmentido por completo. ¿Parece desaliñado cuando se moja? ¿Se sacude el agua con vehemencia? Eso ni confirma ni desmiente la suposición. El perro se muestra un tanto inescrutable.

En este caso, el comportamiento natural de caninos salvajes afines ofrece la mejor información sobre lo que el perro pueda pensar del impermeable. Tanto los perros como los lobos llevan sus propios impermeables puestos de forma permanente, sin duda. Y basta con uno: cuando llueve, es posible que los lobos busquen cobijo, pero no se cubren con ningún material que les ofrezca la naturaleza. Y esta conducta no avala la necesidad del impermeable ni el interés por él. Por otro lado, el chubasquero, además de prenda de abrigo, también es algo distintivo: un manto ajustado, incluso opresivo, que cubre el tronco y el pecho del perro, y en algunos casos también la cabeza. Hay ocasiones en que los lobos sienten presión sobre la espalda o la cabeza: es cuando están dominados por otro lobo, o cuando otro lobo o familiar de mayor edad los regaña. Los dominantes suelen inmovilizar a los subordinados por el hocico. Es lo que se denomina mordida del hocico y explica, quizá, por qué los perros con bozal a veces parecen tan apagados. Y el perro que «vigila» a otro perro impone su dominio. En esta disposición, el perro subordinado siente en el cuerpo la presión del dominante. Podría ser que el impermeable produzca también esta sensación. Así, lo que se experimenta ante todo al llevarlo puesto no es un sentimiento de protección contra la lluvia; al contrario, el impermeable produce la incómoda sensación de que alguien de mayor rango está cerca.

La conducta de la mayoría de los perros cuando sienten que se les pone el impermeable confirma esta interpretación: se quedan clavados en el suelo porque se sienten «dominados». El mismo comportamiento se observa cuando el perro que se resiste al baño de repente deja de batallar al sentirse completamente empapado o cubierto con una toalla pesada y mojada. Es posible que el perro al que se va a vestir colabore en los preparativos para el paseo, pero no porque haya demostrado que le gusta el impermeable; lo hace porque ha sido sometido,3 No se mojará, pero quienes nos preocupamos por que así sea somos nosotros, no el perro. Para evitar este tipo de paso en falso hay que sustituir nuestro instinto de antropomorfización por un instinto de interpretación de la conducta. En la mayoría de los casos es muy sencillo: debemos preguntar al perro qué quiere. Lo único que hay que saber es interpretar su respuesta.

En la mente de un perro

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