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NADA DE LOBO

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Y así, algún antepasado común del lobo y del perro, de aspecto lobuno, se jugó el todo por el todo y empezó a holgazanear entre unos humanos también merodeadores, que acabaron por adoptarlo y posteriormente moldearlo a sus propósitos, de modo que no fue un exclusivo capricho de la naturaleza. Esta circunstancia convierte hoy a los lobos en una especie interesante para compararla con los perros: hay muchas probabilidades de que compartan gran cantidad de rasgos. El lobo actual no es el antepasado del perro, aunque ambos tienen un antepasado común. Incluso el lobo moderno probablemente es bastante distinto de los lobos primitivos. Lo que haya de diferente entre perros y lobos se debe posiblemente a lo que hizo que los protoperros gozaran de la oportunidad de que alguien los acogiera, además de todo lo que desde entonces los humanos han hecho para criarlos.

Y hay muchas diferencias entre ellos. Algunas son evolutivas: por ejemplo, los perros no abren los ojos hasta después de más de dos o tres semanas de haber nacido, mientras que los lobatos los abren a los diez días. Esta pequeña diferencia puede provocar un efecto en cascada. En general, tienen un desarrollo físico y conductual más lento. Los grandes hitos evolutivos —andar, transportar objetos con la boca, participar en los primeros juegos de morderse— normalmente los logran antes los lobos que los perros.9 Esta pequeña diferencia se transforma en una mucho mayor: significa que la puerta de entrada a la socialización de los perros y los lobos es diferente. Los perros disponen de más tiempo de ocio para aprender sobre los demás y para acostumbrarse a los objetos de su entorno. Si, durante los primeros meses de su desarrollo, se expone el perro a no perros —humanos, monos, conejos o gatos—, aquél genera un apego y una preferencia por la especie con la que se relaciona sobre las demás, lo que elimina cualquier impulso predador o de miedo que cabría esperar que albergara. En este llamado período sensible o crítico del aprendizaje social es cuando los perros descubren qué es un perro, un aliado o un extraño. Tienen una gran capacidad para aprender quiénes son sus iguales, cómo comportarse y a establecer asociaciones entre los sucesos. Los lobos tienen una puerta más reducida para determinar quién es familiar y quién enemigo.

Hay diferencias en su organización social: los perros no forman auténticas manadas; sólo merodean o cazan pequeñas presas juntos.10 Aunque no cazan de forma coordinada, son animales cooperativos: los perros de caza y los de ayuda, por ejemplo, aprender a actuar en sincronía con sus amos. Para los perros, la socialización entre los humanos es natural; no ocurre lo mismo con los lobos, que aprenden a evitar a los humanos de forma natural. El perro es miembro de un grupo social humano; su medio natural está entre las personas y otros perros. Los perros muestran eso que al hablar de los niños se llama «apego»: la preferencia por el cuidador principal sobre los demás. Sienten ansiedad al separarse de su cuidador y lo saludan de forma especial cuando regresa. Los lobos saludan a otros miembros de la manada cuando se encuentran de nuevo después de haber estado separados, pero no parece que muestren apego a ninguno en particular. Para un animal que va a vivir entre los humanos tienen sentido esos apegos concretos; no se puede decir lo mismo para el que vive en manada.

Perros y lobos son físicamente distintos. Aunque unos y otros son cuadrúpedos omnívoros, la variedad de tipos y tamaños de los perros es extraordinaria. Ningún otro cánido, ni especie alguna, ofrece tal diversidad de tipos de cuerpo dentro de la misma especie, del papillón de dos kilos al terranova de más de cincuenta; de los perros delgados de hocico largo y cola en forma de látigo a los perros regordetes de hocico retraído y cola corta. Las extremidades, las orejas, los ojos, el hocico, la cola, el pelaje, las ancas y el vientre son dimensiones que se pueden combinar de múltiples maneras en los perros, sin que por ello éstos dejen de serlo. En cambio, el tamaño de los lobos es, como ocurre con la mayoría de los animales salvajes, prácticamente uniforme en un determinado entorno. Pero incluso el perro «medio» —algo parecido al prototípico chucho— se distingue perfectamente del lobo. La piel del perro es más gruesa que la del lobo. Aunque ambos tienen la misma cantidad y el mismo tipo de dientes, los del perro son más pequeños. Y la cabeza del perro en su conjunto es menor que la del lobo: más o menos un 20 % más pequeña. En otras palabras, entre un perro y un lobo con un cuerpo de tamaño similar, el cráneo del perro es mucho más pequeño —y, en consecuencia, también el cerebro.

Nunca se ha dejado de hablar de este último dato, señal quizá del atractivo actual de la tesis (ya refutada) de que el tamaño del cerebro determina la inteligencia. La facilidad de pasar de hablar del tamaño del cerebro a hablar de su calidad, además de ser un paso en falso, no hace sino pregonar las pruebas para refutar este hecho. Los estudios comparativos realizados con lobos y perros sobre tareas de resolución de problemas al principio parecían confirmar la inferioridad cognitiva de los perros. Lobos criados en laboratorios en los que se examinaba la capacidad de aprendizaje de una determinada tarea —tirar de tres cuerdas de entre varias en un orden determinado— superaban a perros que realizaban la misma prueba. Los lobos aprendían más deprisa a tirar de cualquier cuerda para empezar, y luego pasaban a saber mejor el orden en que había que tirar de las cuerdas. (También deshilachaban más cuerdas que los perros, pero los investigadores nada dicen de lo que esto indica sobre su cognición.) Los lobos también son expertos en escapar de recintos cercados; los perros, no. La mayoría de quienes estudian a los cánidos coincide en que los lobos prestan más atención que los perros a los objetos físicos y los manejan con mayor habilidad.

De resultados como éstos nace la idea de que existe una diferencia cognitiva entre los lobos y los perros: normalmente, los primeros se muestran perspicaces en la resolución de problemas y los perros, simplones. En realidad, históricamente las teorías han oscilado entre afirmar que los perros son más inteligentes o que lo son los lobos. La ciencia a menudo está supeditada a la cultura en que se practica y estas teorías reflejan las ideas que en su momento prevalecen sobre la mente de los animales. Sin embargo, los datos recogidos sobre el comportamiento del perro y del lobo llevan a una posición más matizada. Parece que los lobos saben resolver mejor ciertos problemas físicos. Parte de esta habilidad se puede explicar por su propia conducta natural. ¿Por qué esos lobos aprendían fácilmente la tarea de tirar de las cuerdas? Pues resulta que en su medio natural hacen muchos ejercicios de agarrar cosas y tirar de ellas (por ejemplo, sus presas). Parte de la diferencia entre lobos y perros se puede rastrear en las necesidades más limitadas de estos últimos para vivir. Incorporados al mundo de los humanos, los perros ya no necesitan algunas de las habilidades que sí requerirían si tuvieran que apañárselas solos. Como veremos, lo que les falta a los perros de habilidad física lo compensan con su habilidad para convivir con las personas.

En la mente de un perro

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