Читать книгу En la mente de un perro - Alexandra Horowitz - Страница 11
CÓMO VE EL MUNDO LA GARRAPATA
ОглавлениеÉsta es la primera herramienta para obtener esa respuesta: imaginar el punto de vista del perro. Jakob von Uexküll, biólogo alemán de principios del siglo XX, dio un giro al estudio científico de los animales. Lo que proponía era revolucionario: quien quiera entender la vida del animal debe empezar por lo que él llamó su Umwelt (pronunciado Um-velt): su mundo subjetivo o «automundo». El Umwelt expresa cómo es la vida para el animal. Pensemos, por ejemplo, en la humilde garrapata de patas negras (Ixodes scapularis). Quien se haya pasado un buen rato acariciando de forma vacilante el cuerpo del perro en busca de esa reveladora cabeza de alfiler que indica la presencia de una garrapata ahíta de sangre, tal vez haya pensado ya en las garrapatas. Lo más probable es que el lector considere que las garrapatas son una plaga y sanseacabó. Apenas si se las puede considerar animales. Von Uexküll, en cambio, reflexionaba sobre cómo vería el tema la propia garrapata.
Repasemos un poco: las garrapatas son parásitos. Miembros de la familia de los arácnidos, una clase que incluye arañas e insectos, tienen cuatro pares de patas, un tipo de cuerpo simple y unas fuertes mandíbulas. Miles de generaciones de evolución han reducido su vida a lo más elemental: nacer, aparearse, comer y morir. Nacen sin patas ni órganos sexuales, que desarrollan en seguida, copulan y trepan hasta alcanzar un buen punto estratégico, por ejemplo una hoja de césped. Aquí es donde su historia se hace asombrosa. De todas las vistas, sonidos y olores del mundo, la garrapata adulta sólo aguarda una cosa. No mira a su alrededor: las garrapatas son ciegas. Ningún sonido la inquieta: los sonidos son irrelevantes para lo que se propone. Sólo espera que le llegue un olor muy concreto: un tufillo de ácido butírico, un ácido graso que emiten las criaturas de sangre caliente (las personas a veces lo percibimos en el sudor). Puede estar aguardando un día, un mes o una docena de años. Pero en cuanto le llega el olor del que está pendiente, se lanza desde su posición. A continuación entra en escena una segunda capacidad sensorial. Como la piel de la garrapata es fotosensible y puede detectar el calor, el insecto se dirige hacia él. Si tiene suerte, ese olor cálido a sudor es el de un animal, al que la garrapata se agarra para tomarse su ración de sangre. Después de alimentarse una sola vez, se cae, pone sus huevos y muere.
Lo que esta historia revela es que el automundo de la garrapata es distinto del nuestro en una inimaginable diversidad de sentidos: lo que siente o quiere; los objetivos que se fija. Para la garrapata, la complejidad de las personas se reduce a dos estímulos: el olor y el calor, en los que concentra toda su atención. Si queremos entender la vida de cualquier animal, debemos saber qué cosas son significativas para él. La primera forma de descubrirlo es determinar qué puede percibir el animal: qué puede ver, oír, oler o advertir con cualquier otro sentido. Para el animal, sólo tienen sentido los objetos que puede percibir; los demás ni siquiera los nota o le parecen todos iguales. ¿El aire que corre entre la hierba? Irrelevante para la garrapata. ¿Los sonidos de una fiesta de cumpleaños de algún niño? No aparecen en su radar. ¿Los deliciosos trocitos de la tarta que han quedado en el suelo? La dejan fría.
En segundo lugar, ¿cómo actúa el animal en el mundo? La garrapata se aparea, espera, cae y se alimenta. Así que para ella los objetos del universo se dividen en garrapatas y no garrapatas; cosas que pueden o no pueden aguardarse; superficies sobre las que se puede o no caer, y sustancias de las que puede o no alimentarse.
Así pues, estos dos componentes —la percepción y la acción— definen y delimitan en gran medida el mundo de todo ser vivo. Todos los animales tienen su propio Umwelt: sus propias realidades subjetivas, lo que Uexküll imaginaba como «pompas de jabón» en cuyo interior quedaban apresados para siempre. También los humanos estamos encerrados en nuestras burbujas. En cada uno de nuestros automundos, por ejemplo, estamos muy atentos al lugar donde están las demás personas y a lo que dicen o hacen. (Pensemos, como contraste, en la indiferencia de la garrapata respecto a nuestros monólogos más emotivos.) Vemos dentro del campo visual con luz, oímos los ruidos audibles y olemos los olores fuertes que se encuentran cerca de nuestra nariz. Sobre esto, cada persona crea su propio Umwelt personal, lleno de objetos de especial significado para ella. La mejor forma de verlo es dejarnos guiar en una ciudad desconocida por una persona que haya nacido y viva en ella. Nos conducirá por un itinerario que a ella le resulta obvio y que a nosotros, en cambio, nos es invisible. Pero ambos compartimos las mismas cosas: no es probable que uno u otro nos detengamos a escuchar el grito ultrasónico de un murciélago de los alrededores; ninguno de los dos olemos lo que el hombre que pasa por nuestro lado cenó anoche (a menos que tomara mucho ajo). Nosotros, las garrapatas y todos los demás animales encajamos en nuestro respectivo medio: somos bombardeados por estímulos, pero sólo unos pocos son significativos para nosotros.
Así pues, los diferentes animales verán un mismo objeto (o, mejor, lo sentirán, pues algunos animales no ven bien o no ven) de forma distinta. Una rosa es siempre una rosa. ¿O no? Para una persona es un determinado tipo de flor, un regalo para los amantes y algo hermoso. Para el escarabajo, la rosa tal vez sea todo un territorio, con lugares donde esconderse (en el reverso de una hoja, invisible para el depredador aéreo), cazar (en la parte superior de la flor, donde crecen las ninfas de la hormiga) y poner los huevos (en el punto en que la hoja se une al tallo). Para el elefante, es una espina imperceptible a sus pies.
Y para el perro ¿qué es una rosa? Como veremos, depende de la interpretación que de ella haga el perro, tanto mediante su cuerpo como en su cerebro. Resulta que, para el perro, la rosa no es ni algo bello ni un mundo en sí mismo. La rosa no se distingue del resto de la materia vegetal que la rodea: a menos que en ella haya orinado otro perro, la haya pisado otro animal o la lleve en la mano el amo del perro. Entonces esa rosa adquiere un vivo interés, ya que para el perro cobra mucha más importancia de la que pueda tener para las personas.