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El adiestramiento del perro

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Este libro no trata del adiestramiento del perro. Pero es posible que lo que aquí se dice capacite al lector, de forma inadvertida, para amaestrar al suyo. Esto nos pondría a la altura de los perros, que, sin contar con libro alguno sobre las personas, ya han aprendido a adiestrarnos sin que nos percatemos de ello.

La literatura sobre el adiestramiento del perro y la que versa sobre su cognición y su comportamiento no se solapan mucho. Pero los amaestradores de perros sí siguen unos principios básicos de psicología y etología, unas veces con efectos muy relevantes, y otras con un final desastroso. La mayoría de ellos parten del principio de aprendizaje asociativo. Todos los animales, incluidos los humanos, aprenden fácilmente a establecer asociaciones entre sucesos. El aprendizaje asociativo está en la base de los paradigmas del condicionamiento «operante», en los que se ofrece una recompensa (un capricho, una atención, un juguete, una palmadita) después de que se produzca la conducta deseada (que el perro se siente). Mediante la aplicación repetida, se puede configurar en el perro la nueva conducta que se desee, ya sea la de tumbarse y revolcarse en el suelo o, para los más ambiciosos, la de esquiar con toda tranquilidad sobre el agua mientras es arrastrado por una lancha.

Sin embargo, ocurre a menudo que los principios del adiestramiento chocan con el estudio científico del perro. Por ejemplo, muchos entrenadores se basan en la analogía entre el adiestramiento del perro y la del lobo como elemento informativo sobre cómo hay que ver y tratar a los perros. Una analogía sólo puede ser tan buena como su fuente. En este caso, como veremos, el conocimiento que los científicos tienen del comportamiento del lobo es limitado y lo que sabemos muchas veces contradice la idea convencional con que se refuerzan esas analogías.

Además, los métodos de adiestramiento no están científicamente verificados, aunque algunos que los emplean digan lo contrario. Es decir, no se ha evaluado ningún programa mediante la comparación del rendimiento de un grupo experimental al que se amaestre y el de un grupo de control cuya vida es idéntica salvo por la ausencia de un programa de adiestramiento. Quienes acuden a los adiestradores suelen tener dos características en común: sus perros son menos «obedientes» que la media y ellos, los amos, están más motivados que el amo medio para que cambien esa conducta. Dada esta combinación de condiciones y pasados unos meses, es muy probable que el perro se comporte de forma distinta después del adiestramiento, casi con independencia de cuál haya sido éste.

Los éxitos que se consiguen tras el adiestramiento son apasionantes, pero no demuestran que sean fruto del método empleado. El éxito podría ser indicativo de un buen adiestramiento. Pero también pudiera tratarse de una afortunada casualidad. También podría tratarse del resultado de haber prestado más atención al perro en el transcurso del programa. Podría ser consecuencia de la maduración del perro durante el proceso. O de que haya desaparecido aquel perro tan agresivo de la esquina. En otras palabras, el éxito podría ser el resultado de decenas de otros cambios concurrentes en la vida del perro. Son unas posibilidades entre las que no es posible distinguir sin una rigurosa comprobación científica.

Y lo más importante es que por lo general el adiestramiento se adapta a los gustos del propietario —para cambiar al perro de modo que se ajuste a la idea que él tiene de la función del animal y de lo que quiere que haga—. Es un objetivo muy distinto de lo que nosotros pretendemos: observar para ver lo que realmente hace el perro y lo que de nosotros quiere y entiende.

En la mente de un perro

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