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PERROS DE TODO TIPO

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En la etiqueta de su jaula se leía: LABRADOR MEZCLADO. Todos los perros de la perrera eran labradores mezclados. Pero no había duda de que Pump, mi perra, nació de un spaniel: el pelo negro y sedoso le cubría su cuerpo estilizado; sus orejas aterciopeladas le enmarcaban la cara. Cuando dormía era un perfecto osezno. El pelo de la cola pronto se le hizo más largo y ligero: o sea, que es un golden retriever. Luego se le espesaron los suaves rizos del vientre, se le llenó un poco la papada: bueno, es que es un perro de aguas. A medida que crece, el vientre se le hace mayor hasta adquirir una forma sólida semejante a la del barril —después de todo, es un labrador—; la cola se le convierte en una bandera que hay que recortar —labrador mezclado con golden retriever—; es capaz de pasar del completo reposo al sprint más decidido —un caniche—. Tiene el pelo rizado y el vientre redondo: producto evidente de un perro pastor que se escondía con alguna bonita oveja entre los matorrales. Pump es su propio perro.

Los perros originales eran chuchos mestizos, en el sentido de que no tenían pedigrí. Pero muchos de los perros actuales no lo son, sino que son el resultado de cientos de años de una cría estrictamente dirigida. La consecuencia de esta cría es la creación de lo que son casi subespecies, de diferente forma, tamaño, vida media, temperamento11 y habilidades. El actual Norwich terrier, de unos veinticinco centímetros de altura y un peso de unos cinco kilos, no pesa más que la cabeza del sosegado, cariñoso y enorme terranova. Si se dice a cualquier otro perro que nos traiga la pelota que acabamos de lanzar, se nos queda mirando intrigado; en cambio, al border collie no hay que pedírselo dos veces.

Las diferencias familiares entre las razas actuales no siempre son resultado de una selección deliberada. Algunas conductas

y características son fruto de esta selección —cobrar la caza, tamaño reducido o la cola enroscada— y otras simplemente vienen dadas. La realidad biológica de la raza es que los genes de los rasgos y las conductas vienen en grupos. Si se cruzan durante unas generaciones perros de orejas especialmente largas, es posible que en las nuevas crías aparezca también el resto de sus características: un cuello fuerte, la mirada baja, disposición para una carrera suave o continuada —una longitud de las patas que se corresponde con el cuerpo (en el husky) o lo sobrepasa (en el galgo)—. En cambio, los perros dados a correr (como el teckel) tienen las patas mucho más cortas en relación con el cuerpo. Asimismo, al seleccionar una determinada conducta se seleccionan inadvertidamente las que la acompañan. Si se crían perros muy sensibles al movimiento —que probablemente tengan excesiva abundancia de fotorreceptores en la retina— es posible que este rasgo también le confiera un temperamento nervioso. Quizá también que le cambie el aspecto, con ojos grandes y globulares para poder ver de noche. A veces ocurre que lo que se convierte en característica deseable en una raza es un rasgo que primero apareció de forma inadvertida.

Existen pruebas de la existencia de distintas razas de perro que datan nada menos que de hace cinco mil años. En los dibujos del antiguo Egipto aparecen como mínimo dos tipos de perro: uno parecido al mastín, de cabeza y cuerpo grandes, y otro delgado de cola enroscada.12 Es posible que los mastines fueran perros de guardia; los delgados parece que fueron perros de caza. Así empezó el diseño de perros con determinados fines —y así se siguió durante mucho tiempo—. En el siglo XVI se añadieron otros sabuesos, perros de caza, terriers y perros pastores. En el siglo XIX, aparecieron los clubes y concursos, y con ellos se multiplicaron los nombres y las razas.

Las diversas razas actuales probablemente surgieron de esa proliferación de crías de los últimos cuatrocientos años. El American Kennel Club tiene hoy un listado de unas ciento cincuenta variedades, agrupadas según la supuesta13 ocupación de la raza. A los que nos acompañan a cazar los encuadramos en las categorías de «perro de caza», «sabuesos», «perros de trabajo» y «terriers»; luego están los «perros de arreo», los explícitamente «no de caza» y los «juguetes», tal vez el nombre más adecuado. Incluso hay divisiones entre los perros criados para participar en la caza, según el tipo de ayuda que proporcionan (los señaladores indican la presa; los cobradores la recogen; los lebreles afganos la agotan); según la presa que persiguen (los terriers son ratoneros y los lebreles van tras las liebres), y según el medio preferido (los sabuesos cazan en tierra; los spaniels se adentran en el agua). Y hay otros cientos de razas por todo el mundo. Las razas no varían únicamente por el uso que les damos, sino por su físico: por el tamaño del cuerpo, el de la cabeza, la forma de ésta, la del cuerpo, el tipo de cola, la clase de pelaje y su color. Quien busque un perro pura raza se encontrará con un listado similar al de las prestaciones de un coche, sobre cualquier aspecto del animal, desde las orejas hasta el temperamento de su futuro perrito. ¿Desea un perro de patas largas, pelo corto y papada? Quizás un gran danés. ¿Alguno de hocico más corto, piel con pliegues y cola enroscada? Ahí está el carlino. Elegir entre las distintas razas es como hacerlo entre distintos tipos de antropomorfismo. No nos llevamos sólo un perro, sino uno que puede ser típicamente «circunspecto, altanero, de entrecejo fruncido, formal y pretencioso» (un shar pei); «alegre y cariñoso» (un cocker spaniel inglés); «reservado y distante con los extraños» (un chow chow); tener una «personalidad divertida» (un terrier irlandés); mostrarse «sereno» (un boyero de Flandes); «que se dé mucha importancia» (un pequinés); «valiente, osado y hasta temerario» (un setter irlandés); o, lo más sorprendente, «un perro que se deje querer» (un briard o pastor de Brie).

Es posible que los amantes de los perros se sorprendan al oír que el agrupamiento por razas basado en la semejanza genética no coincide con el del American Kennel Club. El cairn terrier se aproxima más al sabueso; el perro pastor y el mastín comparten gran parte de sus genomas respectivos. El genoma corrige muchas veces lo que se da por supuesto sobre las semejanzas entre perros y lobos: los huskies de pelo largo y cola en forma de hoz se parecen más al lobo que el pastor alemán, furtivo y con su voluminoso cuerpo. El basenji, pese a no tener prácticamente semejanza física alguna con el lobo, está aún más próximo a él. Es una señal más de que, en la mayor parte de su domesticación, el aspecto del perro fue un efecto secundario accidental de su cría.

Las razas caninas son poblaciones genéticas relativamente cercanas, lo que significa que el acervo genético de cada una de ellas no acepta genomas nuevos que le sean ajenas. Para ser miembro de una raza, los padres del perro deben también pertenecer a ella. De modo que cualquier cambio físico del hijo sólo puede proceder de mutaciones genéticas aleatorias, y no de la mezcla de diferentes patrimonios genéticos que se suele producir cuando los animales (incluidos los humanos) se aparean. Pero las mutaciones, variaciones y adiciones suelen ser buenas para las poblaciones, y ayudan a prevenir enfermedades hereditarias. Ésta es la razón de que los perros de pura raza, aunque procedan de lo que se considera una «buena reserva», es decir, se puede rastrear la ascendencia del perro a lo largo de su línea de cría, son más susceptibles a muchos trastornos físicos que los perros de razas mezcladas.

Una gran ventaja de un patrimonio genético cerrado es que se puede mapear el genoma de una raza, cosa que se ha hecho hace poco: el primero fue el del bóxer, que tiene unos diecinueve mil genes. El resultado ha sido que los científicos están empezando a explicar dónde se encuentran en el genoma las variaciones genéticas que se han traducido en rasgos y trastornos característicos, como la narcolepsia, la repentina y completa pérdida de conciencia a la que son susceptibles algunas razas (en especial los dóberman).

Otra virtud de un acervo genético cerrado de una raza de la que hablan los científicos es que, cuando la selección se hace de entre ese patrimonio, se tiene la sensación de que se obtiene un animal relativamente fiable. Se puede tomar un perro «afable con la familia» o uno que se anuncie como experto guardián de la casa. Pero no es tan sencillo: los perros, como nosotros mismos, son algo más que su genoma. Ningún animal se desarrolla en el vacío: los genes interactúan con el entorno para producir el perro que conocemos. Es difícil especificar la fórmula exacta: el genoma configura su desarrollo neuronal y físico, que a su vez determina parcialmente lo que se observará en el entorno —y todo lo que se observe pasa a configurar también el desarrollo neuronal y físico—. El resultado es que, incluso con los genes heredados, los perros no son simples copias calcadas de sus padres. Por encima de todo esto, hay también una gran variedad en el genoma. Aunque el lector se sintiera tentado de obtener una copia exacta de su querida mascota, ni siquiera el perro clonado sería idéntico al original: las experiencias que tiene y las personas y otros animales que conoce influyen en lo que llegaría a ser, en muchos sentidos y formas no siempre rastreables.

Así pues, aunque hemos intentado diseñar a los perros, los que hoy vemos son en parte criaturas de la afortunada casualidad, de los descubrimientos fortuitos. ¿De qué raza es? es la pregunta que más veces me han hecho sobre Pump —y la que yo misma hago sobre los perros de los demás—. El carácter mestizo de mi perra estimula el divertido juego de adivinar su herencia: las sospechas resultantes son satisfactorias, aunque ninguna se pueda verificar.14

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