Читать книгу Tratado de Derecho pop - Bruno Aguilera Barchet - Страница 31

TODOS LOS CAMINOS LLEVAN A ROMA

Оглавление

Cuanto más detenidamente se estudian los orígenes de Roma más sorprendente resulta el encumbramiento que alcanzó aquella oscura ciudad de pastores y bandoleros. Dispersa en sus siete colinas, Roma no tenía grandes riquezas. Sus habitantes no eran cultos. No había entre ellos grandes artistas, ni literatos, ni filósofos. En realidad, lo único que los romanos tenían a su favor era que se trataba de personas muy pragmáticas que sabían actuar en grupo coordinadamente y adaptarse admirablemente a las circunstancias.

La Roma republicana se convierte a finales del siglo VI a. C. en una ciudad-Estado, la civitas, según el modelo de las polis griegas23, que eran organizaciones políticas pensadas para un espacio geográficamente reducido, donde los «ciudadanos» podían tener contacto cotidiano los unos con los otros. El modelo de la polis, no obstante, si bien era útil para gobernar el perímetro reducido de la ciudad, resultaba inoperante para gestionar territorios más grandes. De ahí que el sistema republicano entre en crisis cuando Roma inicia su formidable expansión territorial. Los griegos también se expandían y fundaban colonias fuera de la península helénica, pero, estas, apenas creadas, se independizaban de la polis matriz, porque los griegos no sabían gobernar ni administrar los territorios situados fuera del perímetro urbano de su ciudad-Estado. La Grecia clásica era una pléyade de polis y reinos con un fuerte sustrato cultural común pero «políticamente» independientes, como nos muestra el viaje de retorno de Ulises a Ítaca en la Odisea.

Esta dispersión política acabaría resultando fatal pues las polis que lograron unirse frente al común enemigo persa en las batallas de Maratón (490 a.C.) y las Termópilas (480 a.C.), una vez concluidas las guerras médicas se enzarzaron entre sí en las Guerras del Peloponeso que nos cuenta tan apasionantemente Tucídides. Ganadas pírricamente por Esparta frente a Atenas, la primera acabó a su vez sometida por la Tebas de Epaminondas y Pelópidas, y esta a su vez cayó en poco tiempo bajo el dominio de los macedonios de Alejandro Magno, cuyo efímero imperio fue el brillantísimo ocaso de la Grecia independiente. En el año 146 a.C. toda Grecia quedó integrada como provincia en la ascendente potencia romana.

Roma, en cambio, tras su victoria sobre Cartago en la segunda mitad del siglo III a.C., introduce la novedad de querer gobernar sus conquistas desde la civitas. Empieza por controlar los territorios ocupados dividiéndolos en «provincias», palabra que significa literalmente «para vencer» (pro-vincere). Así de entrada, quedan bajo el dominio romano Sicilia (241 a.C.), la Hispania Citerior y la Ulterior (197 a.C.) y Grecia (146 a.C.), lo que convierte poco a poco el Mediterráneo en un mar romano («Mare Nostrum»). Y, por si fuera poco, en el territorio de cada provincia fueron surgiendo una red de ciudades que consolidan el asentamiento romano. Algunas eran ciudades indígenas que aceptaban la organización romana (municipios) y otras son directamente fundadas por Roma como «colonias», aunque a diferencia de lo que ocurría con las colonias griegas, las romanas no se convertían en polis independientes sino que eran gobernadas desde la propia Roma.

Sobre el papel, incorporar territorios tan amplios, trufados de ciudades, reforzaba la riqueza y el poder de la civitas. En la práctica, sin embargo, el sistema era insostenible porque las instituciones pensadas para gobernar el perímetro de la ciudad no valían para gobernar territorios tan extensos y alejados de la capital. De ahí la grave crisis de las guerras civiles que, tras medio siglo de caos y anarquía (88 a 31 a.C.), acabó con la República romana, con su sistema diversificado de contrapesos, pensado para evitar que el poder se concentrara en una sola persona. La crisis se resolvió sustituyendo el sistema republicano por otro en el que el poder quedó concentrado en una sola persona. Lo que se consiguió gracias a la astucia política de Octavio César Augusto (31 a.C. a 14 d.C.), quien «aparentemente» devolvió el poder al senado y sólo conservó los instrumentos políticos necesarios para garantizar que Roma no volviera al caos de un enfrentamiento civil armado. Augusto no se convirtió en rey ni en emperador, sino que solo adoptó el modesto título de «Primer ciudadano» (Princeps), cuya misión se limitaba a tratar de normalizar la vida política. El caso es que los romanos estaban tan hartos de guerras y matanzas que no solo dieron por buenas las reformas de Augusto, sino que el nombre del salvador de Roma fue otorgado al octavo mes del año, que se convirtió en «agosto». Paradójicamente el mes en el que la mayor parte de los europeos disfrutan de su descanso anual. Aunque esto de las vacaciones pagadas sólo ocurriría 2.000 años después...


Imagen 4. El «Ara pacis». Monumento erigido por Augusto para conmemorar la «Pax romana».

El golpe de Estado progresivo e incruento que Augusto dio aprovechando las circunstancias fue sin embargo proverbial, ya que gracias a ello Roma pudo consolidar su hegemonía territorial, convirtiéndose en un gran imperio, y dejando claro que la clave del poder está en tener una buena organización.

La figura de Augusto es tan apasionante y tan relevante para entender la historia de Roma y la de nuestra propia civilización occidental, que es enteramente recomendable que os familiaricéis con ella. Para ello, os haré dos sugerencias. La primera, es la cautivadora biografía del fundador del Imperio romano El hijo de César por la que su autor, John Williams, obtuvo el National Book Award en 1973, prestigioso premio literario norteamericano. Una auténtica joya de sensibilidad y erudición en la que el autor nos describe magistralmente los difíciles comienzos de este hijo adoptivo y heredero de Julio César, y cómo su extraordinaria inteligencia, sumada a una estrategia militar eficaz y a una nada desdeñable cultura literaria, hicieron de él el magnífico gobernante que fue y el visionario que sentó las bases de la grandeza de Roma así como del futuro político y jurídico de Occidente. En el ámbito audiovisual, para comprender los avatares de estos momentos tan complicados de la historia romana, es muy sugestiva la serie «Roma», en la que la figura de Augusto es el hilo conductor. Esta producción, que ha sido una de las más caras de la historia en su género, pues empleó a 350 actores y exigió la reconstrucción de la antigua ciudad de Roma en los alrededores de la capital de Italia con el objeto de captar su especial luminosidad, es tan rigurosa y fidedigna y está tan bien hecha, que permite al espectador meterse totalmente en el ambiente de la Roma de entonces, así como en la piel de los protagonistas. ¡No os perdáis ninguna de estas dos obras maestras!24.

Tratado de Derecho pop

Подняться наверх